Sean. Virginie T.

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Sean - Virginie T.


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un fatel. Mi don no sirve de mucho con los metamorfos. Sus mentes, habitadas por sus animales, son difíciles de leer, y se necesita una ingente cantidad de energía para efectuar una lectura eficaz. Pero habría apostado mi vida a que podía confiar en él con respecto a Sevana. ¿Quién estará cuidando de ella por mí? En estos momentos, tengo dudas. ¿Y si malinterpreté lo que percibí? La terapia génica debe haberla curado ya y desde que se fue, la manada Black no ha vuelto a aparecer por la zona. ¿Seguirá en peligro, intentando escapar de unas bestias rabiosas sin escrúpulos? ¿La habrán atrapado y ejecutado los Black, tal como querían? Eso explicaría la desaparición de la manada. O peor aún, ¿se la habré puesto en bandeja a unos monstruos que solo querían utilizarla? Me consta que ciertas manadas disidentes no se limitaron a asesinar a los fateles. Algunas fueron más crueles aún. Los capturaron, secuestraron y explotaron hasta darles una muerte colmada de sufrimiento, por supuesto.

      Cuando hablé con Peter de los animorfos que trabajan para el gobernador, no se sorprendió. Me aseguró que no tenía de qué preocuparme y que la manada Ángeles Guardianes protegería a mi amiga. Nunca había escuchado hablar de esa manada, pero su alfa me convenció de que Sevana estaba a salvo con ellos. Desde luego, él no era consciente de su particularidad, pero Peter nunca me ha mentido y parecía seguro de lo que decía. Objetivamente, lo más probable es que una manada que respeta la vida humana y lucha contra los animorfos rebeldes no tenga intención de hacer daño a una fatel. Además, confío plenamente en el criterio de Peter. Dicen que no hay que fiarse de las apariencias, pero es un alfa benevolente y altruista, la fuerza tranquila que posee el vigor de un búfalo y la astucia de una hiena. Ahora bien, no conviene tenerlo como enemigo. Por suerte para mí, siempre está de mi lado. Lo normal, teniendo en cuenta que me considera su hija, al igual que a Sam.

      Lo que más me molesta es que no sé cómo ponerme en contacto con Sevana y que el territorio de los Ángeles Guardianes se ubica a cientos de kilómetros de aquí. A la mierda, si no recibo noticias esta semana, yo misma me presentaré allí y nadie me impedirá verla. He investigado un poco. Parece que solo se puede acceder al territorio con invitación, pero si es necesario emplearé toda mi energía en persuadirles de que me dejen entrar a ver a mi mejor amiga, aunque tenga que desmayarme en la misma puerta. Una vez esté inconsciente, se verán obligados a dejarme entrar para curarme. Y pensar que la acosaba constantemente para que saliera, conociera gente nueva y se abriera al mundo. Sin duda ahora tiene otras prioridades y su desconfianza hacia el prójimo debe haberse acentuado aún más. No voy a poder presentarle a mi familia en mucho tiempo. ¡Qué desastre!

      Mientras tanto, comienzo la jornada laboral cerrando la mente a todo lo que me rodea. Es preferible. Si no, entre el dolor de los pacientes, la preocupación de los visitantes y los obscenos pensamientos de los médicos, que nos imaginan desnudas bajo el uniforme, ¡me volvería loca! No siempre es bueno saber lo que piensan los demás.

      

Sean

      Detesto viajar en avión. La expresión «sentirse como un león enjaulado» cobra sentido literal conmigo. Dando vueltas en mi cabeza, mi animal exige que lo libere. No voy a tener elección. Lejos de ser dócil, mi felino es salvaje y difícil de controlar, y sentirse atrapado en una lata de conservas voladora durante horas lo ha enfurecido. No deja de rugir y rasgarme la piel desde dentro para obligarme a darle paso. Está empezando a dolerme, pero transformarme en plena ciudad puede ser un tanto embarazoso.

      – Sean, para de gruñir, estás incomodando a las azafatas. Vas a conseguir que salgan corriendo.

      Efectivamente, Owen tiene razón. Mientras esperamos en la pista a que al fin llegue nuestro coche de alquiler, el personal me mira desde lejos con los ojos desorbitados.

      – Me gustan mucho esas chicas de uniforme. A Liam le habrían encantado. Una pena que no haya podido venir. Connor quería que él y Nate se quedaran en el territorio para proteger a Sevana. ¡Como si nos necesitara para defenderse! Es capaz de patear el culo a nuestros enemigos con solo alzar una mano. No corre ningún peligro.

      Es cierto que Liam y Owen forman una pareja inseparable, profesional y personalmente. No es que mantengan una relación de pareja sentimental, pero les encanta compartir a las mujeres. Vete tú a saber por qué. Yo soy más de relaciones exclusivas. Quiero tener una compañera solo para mí. Debo confesar que envidio a Connor por haber encontrado a su alma gemela. Espero dar con la mía algún día, pero no creo que la encuentre. O al menos, que yo le guste. Me conozco bien. Soy demasiado serio y estoy excesivamente centrado en mi trabajo y en la manada. Relego todo lo demás a un segundo plano. En cuanto a mi león, es agresivo y no se anda con sutilezas. Sería capaz de asustar a nuestra compañera o, al menos, de gruñirle. No es lo ideal para encontrar y conquistar al amor de tu vida.

      Owen me saca de mis deprimentes pensamientos de un codazo en las costillas.

      – Mira, el aeropuerto está rodeado por un bosque. Vamos a liberar a nuestros animales antes de que destripes a un humano por accidente.

      Uhm, destripar, la técnica preferida de mi león. Le encanta matar a sus adversarios abriéndolos en canal. Para él es una operación limpia y rápida. Los animorfos no son un secreto para nadie, pero es cierto que algunos humanos, al relacionarse con nosotros solo en nuestra forma humana, olvidan que albergamos dentro un animal salvaje y letal. Y sería desafortunado que uno de ellos se llevara un zarpazo mortal que esparciera sus tripas por el suelo por haberme sobresaltado o haber dicho una palabra equivocada.

      Nos detenemos en la linde del bosque, nos desvestimos para no hacer jirones la ropa durante la metamorfosis y procedemos a transformarnos rápidamente. Los huesos crujen, la piel se estira, el pelo nos recubre la piel y me encuentro junto a una pantera negra en lugar de Owen. Su animal es espectacular, todo esbeltez, a diferencia de mi león, de una anchura imponente. Empiezo por agitar la cabeza para sacudirme la espesa melena y olfateo el ambiente en busca de una posible amenaza. Un acto reflejo de beta. Nada. Solo respiro el olor de los árboles que nos rodean, el musgo y el asfalto que hemos dejado atrás. Percibo la presencia de ciertos animales, pero para mi león no suponen ningún peligro. Me lanzo al trote, agradeciendo estirar las patas, y juego con la tierra clavando las garras varias veces en ella. Adoro la sensación de fundirme con la naturaleza. Entonces, Owen decide asaltarme por la espalda. A diferencia de mí, no quiere aprovechar el momento para relajarse, sino para desahogarse, y para eso nada mejor que un buen combate. Aunque pesa menos que yo, su peso, unido a la caída desde el árbol al que se había encaramado, me hace perder el equilibrio cortándome la respiración, y rodamos hacia un lado con las patas entrelazadas. Aprovecho la confusión generada por el ovillo de miembros entrelazados para morderle el pescuezo mientras me enderezo, y emito un feroz rugido que hace que las hojas de alrededor tiemblen y los roedores cercanos huyan. La pantera se sobresalta y se le erizan los pelos de la espalda. Me gusta infundir temor en mis adversarios. En este caso sé que no es más que una reacción instintiva de mi compañero de manada, que no tiene nada que temer conmigo, pero aun así mi león lo valora. Vuelco mi enorme pata sobre su hombro sin sacar las garras. Tampoco se trata de herir a mi amigo, solo de intimidarlo un poco jugando al ratón y al gato, dando por hecho que Owen es el ratón. Sin embargo, la pantera no parece opinar lo mismo y me asesta un zarpazo en el costado que me abre una herida superficial, ya que sus garras no son retráctiles como las mías. Le muestro los dientes en señal de descontento y decido poner fin al combate antes de acabar lacerado por todas partes, como suele ocurrir en los entrenamientos con Connor y el resto de lugartenientes. Con este objetivo, vuelvo a proferir un rugido para desestabilizarlo, y aprovecho su desconcierto momentáneo para tirarlo de espaldas contra el suelo y agarrarlo del cuello con mi poderosa mandíbula. No aprieto lo necesario para hacerle daño, pero sí lo suficiente para dejarle claro quién es el más fuerte de los dos. La pantera deja de forcejear al sentir mis colmillos en su yugular, reconociendo su sumisión ante mí. Entonces le suelto y recupero la forma humana al mismo tiempo que él. Mientras le ayudo a levantarse, le doy las gracias.

      – Gracias, lo necesitaba.

      – No hay de qué. Tu león siempre está alerta, pero sabía que el vuelo lo había puesto de los nervios. ¿Podemos irnos ya? ¿Guardará la calma viajando en coche?

      – Sí, está bien. Vamos a vestirnos. Hemos perdido


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