Antonio Machado: Poesías Completas. Antonio Machado

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Antonio Machado: Poesías Completas - Antonio Machado


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      Fue una clara tarde del lento verano..

      Tú venías solo con tu pena, hermano;

      tus labios besaron mi linfa serena,

      y en la clara tarde, dijeron tu pena.

      Dijeron tu pena tus labios que ardían;

      la sed que ahora tienen, entonces tenían.

      —Adiós para siempre la fuente sonora,

      del parque dormido eterna cantora.

      Adiós para siempre; tu monotonía,

      fuente, es más amarga que la pena mía.

      Rechinó en la vieja cancela mi llave;

      con agrio ruido abrióse la puerta

      de hierro mohoso y, al cerrarse, grave

      sonó en el silencio de la tarde muerta.

      VII

      una pálida rama polvorienta,

      sobre el encanto de la fuente limpia,

      y allá en el fondo sueñan

      los frutos de oro...

      Es una tarde clara,

      casi de primavera,

      tibia tarde de marzo

      que el hálito de abril cercano lleva;

      y estoy solo, en el patio silencioso,

      buscando una ilusión cándida y vieja:

      alguna sombra sobre el blanco muro,

      algún recuerdo, en el pretil de piedra

      de la fuente, dormido, o, en el aire,

      algún vagar de túnica ligera.

      En el ambiente de la tarde flota

      ese aroma de ausencia.

      que dice al alma luminosa: nunca,

      y al corazón: espera.

      Ese aroma que evoca los fantasmas

      de las fragancias vírgenes y muertas.

      Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,

      casi de primavera,

      tarde sin flores, cuando me traías

      el buen perfume de la hierbabuena,

      y de la buena albahaca,

      que tenía mi madre en sus macetas.

      Que tú me viste hundir mis manos puras

      en el agua serena,

      para alcanzar los frutos encantados

      que hoy en el fondo de la fuente sueñan...

      Sí, te conozco, tarde alegre y clara,

      casi de primavera.

      VIII

      de viejas cadencias,

      que los niños cantan

      cuando en coro juegan,

      y vierten en coro

      sus almas que sueñan,

      cual vierten sus aguas

      las fuentes de piedra:

      con monotonías

      de risas eternas,

      que no son alegres,

      con lágrimas viejas,

      que no son amargas

      y dicen tristezas,

      tristezas de amores

      de antiguas leyendas.

      En los labios niños,

      las canciones llevan

      confusa la historia

      y clara la pena;

      como clara el agua

      lleva su conseja

      de viejos amores,

      que nunca se cuentan.

      Jugando a la sombra

      de una plaza vieja,

      los niños cantaban...

      La fuente de piedra

      vertía su eterno

      cristal de leyenda.

      Cantaban los niños

      canciones ingenuas,

      de un algo que pasa

      y que nunca llega:

      la historia confusa

      y clara la pena.

      Seguía su cuento

      la fuente serena;

      borrada la historia,

      contaba la pena.

      IX

      Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.

      Girando en torno a la torre y al caserón solitario,

      y las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,

      de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.

      Es una tibia mañana.

      El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

      Pasados los verdes pinos,

      casi azules, primavera

      se ve brotar en los finos

      chopos de la carretera

      y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.

      El campo parece, más que joven, adolescente.

      Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,

      azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,

      y mística primavera!

      ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,

      espuma de la montaña

      ante la azul lejanía

      sol del día, claro día!

      ¡Hermosa tierra de España!

      X

      conduce un laberinto de callejas.

      A un lado, el viejo paredón sombrío

      de una ruinosa iglesia;

      a otro lado, la tapia blanquecina

      de un huerto de cipreses y palmeras,

      y, frente a mí, la casa,

      y en la casa la reja

      ante el cristal que levemente empaña

      su figurilla plácida y risueña.

      Me


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