Ardiente atracción - Un plan imperfecto. Brenda Jackson

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Ardiente atracción - Un plan imperfecto - Brenda Jackson


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para que alguien quisiera acosarla.

      Llevaba un coche nuevo, un modelo que era muy popular. ¿Quizá habían querido robárselo?, se preguntó con un escalofrío.

      Al instante, entonces, pensó en lo rápido que Canyon había aceptado a su hijo.

      No había pedido un test de ADN para verificar su paternidad. Solo había afirmado que se parecía mucho al hijo de Dillon. ¿Tendría algún interés oculto? Bueno, no lo sabría hasta que no hablaran.

      Tomando aliento, Keisha miró por el espejo retrovisor y sus ojos se encontraron con los de Canyon. ¿Por qué tenía que mirarla de esa manera? La intensidad de la mirada le hacía subir la temperatura y estremecerse. Aferrándose al volante, emprendió el camino a casa.

      Canyon siempre había tenido la habilidad de calarle muy hondo. Entonces, sin poder evitarlo, Keisha recordó la primera vez que se habían visto, hacía cuatro años…

      –Disculpa, ¿está ocupado este asiento?

      Keisha había levantado la vista de lo que estaba leyendo. Al ver al imponente hombre que estaba delante de ella, se le aceleró el pulso.

      Era muy alto y tenía piel morena y ojos oscuros, una mandíbula fuerte y jugosos labios. Tras examinar su rostro, ella había posado los ojos en sus anchos hombros y en aquel cuerpazo vestido con traje de chaqueta.

      –Bueno, ¿lo está? –había insistido él con voz profunda y sensual.

      –¿Qué? –había dicho ella, humedeciéndose los labios.

      –¿Está ocupado el asiento? Parece el único libre.

      –No, no está ocupado –había respondido ella, mirando a su alrededor en el abarrotado comedor de los juzgados.

      –¿Te importa si me siento?

      Keisha había tenido que morderse la lengua para no contestarle que podía hacer lo que quisiera con ella.

      –No, no me importa.

      –Soy Canyon Westmoreland –se presentó él, tendiéndole la mano–. ¿Y tú?

      –Keisha Ashford –había respondido ella, antes de estrecharle la mano.

      En ese instante, su cuerpo había subido de temperatura y el comedor pareció quedarse en silencio, como si estuvieran solos los dos. Cuando sus ojos se habían encontrado, ella se había quedado sin respiración.

      Entonces, el sonido de un tenedor cayéndose le había hecho salir de su ensimismamiento y darse cuenta de que Canyon todavía no le había soltado la mano. Ella la había apartado.

      –Dime, Keisha, ¿eres abogada o procuradora?

      –¿Qué más da?

      –A mí me da igual. Solo sé que estoy sentado con una mujer hermosa y no pienso quejarme de nada.

      Keisha sonrió ante el cumplido. Se había fijado en el dedo anular de él, que no tenía alianza.

      –Soy abogada.

      –Yo también –respondió él.

      –Ya lo había adivinado. Tienes toda la pinta.

      Canyon se había inclinado hacia ella, envolviéndola con su embriagador aroma masculino.

      –¿Por qué no quedamos después para que puedas explicarme qué quieres decir con eso?

      En cualquier otra situación y con cualquier otra persona, Keisha habría rechazado un acercamiento tan directo. Pero, por alguna razón, ese día no lo había hecho.

      –Canyon es un nombre poco común –había comentado ella, sin querer responder a su pregunta.

      –Según mis padres, no. Fui concebido en el Cañón de Colorado, por eso me llamaron así, cañón en inglés. Creo que lo pasaron muy bien esa noche.

      –¿Eso te dijeron tus padres?

      –No, pero de vez en cuando bromeaban entre ellos sobre el tema. Durante años, les traje muy buenos recuerdos.

      –¿Y ahora no?

      –No lo sé. Mis padres murieron en un accidente de avión hace quince años –había respondido él con expresión triste.

      –Lo siento.

      –Gracias. Bueno, ¿qué me dices de quedar después para tomar algo? Podemos ir a Woody´s. No está lejos de aquí –había sugerido él–. Sobre las cinco, si te parece. Con suerte, los dos ganaremos los casos que tenemos esta tarde y tendremos algo que celebrar.

      –Sí, me gustaría. Allí estaré.

      –Bien. Estoy deseando que lleguen las cinco –había dicho él con una sonrisa cautivadora.

      Keisha tragó saliva, observando cómo él la recorría con su ardiente mirada.

      –Y yo… –había murmurado ella.

      –Mami.

      Keisha volvió de golpe al presente al oír la voz de su hijo. Beau había estado ocupado jugando hasta ese momento. Ese día, parecía más callado de lo habitual. Keisha se preguntó si la presencia de Canyon tenía algo que ver con eso.

      –Dime, Beau.

      –¿Papá se ha ido?

      Keisha reconoció un inconfundible tono de decepción en su voz. El niño ya lo había pasado bastante mal al mudarse a Denver y separarse de su abuela, con quien habían vivido en Texas.

      –No, viene detrás de nosotros.

      –¿Por qué? –preguntó Beau, tratando de girarse para verlo–. ¿Por qué no viene con nosotros en nuestro coche?

      –Porque tiene su propio coche –repuso ella, pensando que iba a tener que hablar con su hijo en serio más adelante sobre Canyon.

      –¿Viene a casa con nosotros?

      –Sí. Pero él tiene su propia casa también.

      –Tiene su casa.

      El niño no dijo nada más y siguió jugando. Cuando llegara, le daría un baño, luego la cena y le dejaría jugar un poco antes de llevarlo a la cama, pensó Keisha. En lo relativo a dormir, tenía suerte. Beau no daba ninguna guerra a la hora de acostarse.

      Mirando por el retrovisor, sus ojos volvieron a cruzarse con los de Canyon.

      Ella ya no lo amaba. Estaba segura. Su amor no se había disipado de inmediato, sino poco a poco. Solo de pensar que había planeado contarle que estaba embarazada justo cuando había regresado a casa pronto y se lo había encontrado con Bonita…

      Keisha apartó la mirada y se concentró en la carretera. Aquella noche, cuando había descubierto que la engañaba, había decidido hacer lo mismo.

      Momentos después, llegaron a su casa. Estaba en una urbanización nueva y casi todos los vecinos eran parejas con hijos, también había algunas madres solteras. Eran todos muy amigables y a ella le encantaba vivir allí.

      Keisha aparcó y salió del coche. Canyon salió también.

      –Me gustaría que pudiéramos hablar en otro momento –le dijo ella, antes de ayudar a salir a su hijo.

      –No siempre puede uno tener lo que quiere, Keisha.

      Frustrada y molesta, ella se inclinó para abrir la puerta trasera y sacar a Beau.

      –Yo lo hago –se ofreció Canyon.

      Ella se apartó para dejarle paso, pues no quería hacer una escena delante del niño. Sin embargo, pretendía dejarle muy claro cuando hablaran que, aunque fuera el padre de Beau, no permitiría que se hiciera con el control de sus vidas.

      Entonces, se dirigió a la puerta de su casa, seguida por Canyon, que llevaba a Beau en brazos. Tuvo la tentación de recordarle, una vez más, que su hijo sabía andar,


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