Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera. Sarah Morgan

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Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera - Sarah Morgan


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      –Al contrario. Me gustan mucha las mujeres médicos, especialmente si son rubias.

      Ally se mordió los labios cuando vio el brillo burlón en los ojos del hombre. Pero aquella vez no caería en su trampa.

      –Sean va a ayudarnos hasta que encontremos a alguien que ocupe el puesto de Tim. Y un médico como él es justo lo que necesitamos –dijo Will.

      –Puede que Ally no esté de acuerdo –sonrió Sean–. Ella cree que soy un machista insoportable.

      –Yo diría que lo eres un poco. Tantos años en el ejército…

      –¿En el ejército? ¿Estudiaste medicina en el ejército? –preguntó Ally.

      –No. Primero estuve en el ejército y luego estudié la carrera.

      Podía imaginarlo en el ejército. Con el pelo muy corto, los rasgos cuadrados y la nariz recta parecía un oficial de película.

      –¿Cuál es tu especialidad?

      –Traumatología.

      Una pregunta tonta, pensó entonces, recordando lo que había hecho con Pete. Eso explicaba su habilidad y su confianza.

      –¿Vas a llevar la consulta de urgencias?

      –Eso parece.

      Ally se encogió de hombros filosóficamente. Necesitaban a alguien en urgencias y no era una consulta con la que ella tuviera mucha relación.

      –Tu experiencia nos vendrá muy bien.

      Will asintió, entusiasmado.

      –Tendremos la consulta de urgencias abierta todos los días y así los pacientes no tendrán que desplazarse hasta el hospital. Sean es la persona perfecta.

      –Es solo de forma temporal, Will…

      –Claro, claro.

      Sean soltó una carcajada.

      –Eres un manipulador.

      –Desde luego que sí. Haría lo que fuera para conseguir lo que quiero. Y te quiero a ti en mi clínica –rio el hombre.

      –Yo diría que una consulta de urgencias en un pueblo pequeño es poca cosa para alguien que ha llevado un departamento de traumatología –intervino Ally.

      Sean se encogió de hombros.

      –Yo también lo pensaba antes del rescate del otro día. Pero ahora creo que hay muchas posibilidades. Temporalmente, claro.

      Afortunadamente, Sean Nicholson no pensaba quedarse allí mucho tiempo.

      –He llamado al hospital y me han dicho que Pete está muy bien.

      –Mejor de lo que merece. Es un insensato –dijo él.

      Ally pensó en Pete y en todos los problemas con los que el pobre chico había tenido que enfrentarse.

      –No lo juzgues hasta que lo conozcas mejor. Puede que se arriesgase por una buena razón.

      Como probarle a todo el mundo que podía hacerlo, que era un chico como los demás.

      Sean negó con la cabeza.

      –Podrían haberse matado.

      Y, de hecho, si no hubiera sido por la habilidad de Sean, Pete habría muerto, pero Ally no podía soportar que hiciera juicios sobre alguien a quien no conocía.

      –Tuvo mala suerte.

      –Fue un inconsciente –corrigió él–. No debería haber subido a la montaña en esas condiciones. Y tú tampoco.

      –¿Va a decirme lo que debo hacer, doctor Nicholson? –preguntó ella, irónica.

      –Alguien debería hacerlo. Una mujer tan frágil como tú, paseando sola en medio de la niebla…

      –¿Frágil? –lo interrumpió ella, sonriendo. Will parecía encantado con la discusión, algo que no le pasó desapercibido–. El tamaño no tiene nada que ver, lo que importa en la montaña es la experiencia. Además, llevaba a mi perro y un equipo adecuado.

      Sean la miró con una intensidad que la dejó sorprendida.

      –Si fueras mi mujer, no te habría dejado ir.

      El corazón de Ally dio un salto dentro de su pecho.

      –Pero es que no soy su mujer, doctor Nicholson –replicó, escondiendo las manos para que no viera que estaba temblando. ¿Qué demonios le pasaba con aquel hombre? Ella no quería ser su mujer, no quería ser la mujer de nadie. Todos los hombres que había conocido en su vida eran iguales, egoístas y mezquinos.

      Y Sean Nicholson no era diferente.

      –¿Tú sabías que pasea sola por la montaña? –le preguntó a Will.

      –Ally conoce la montaña como la palma de su mano –contestó el hombre.

      –¿Y por eso puede salir a dar un paseo sola en una montaña cubierta de niebla?

      –Ally es muy sensata, Sean –sonrió Will–. Y, además, tiene a Héroe.

      –¿Héroe?

      –Su pastor alemán.

      –¿Tu perro se llama Héroe? –rio Sean.

      –Pues sí –contestó Ally, irritada.

      Era increíble que aquel hombre estuviera hablando sobre lo que ella debería o no debería hacer.

      –Da igual. Con perro o sin perro, no debería ir sola a la montaña.

      –Intenta detenerla –rio Will.

      –¿Te importaría dejar de hablar de mí como si yo no estuviera aquí? –se quejó Ally, indignada–. ¿De qué os conocéis, por cierto? ¿Y por qué conoces al equipo de rescate?

      –Porque crecí aquí –contestó Sean, muy serio.

      –¿Y?

      –¿Y qué doctora McGuire?

      –¿No vas a contarme nada más? –preguntó ella, sorprendida–. ¿Fuiste al colegio con Jack? ¿Will te trajo al mundo?

      Will Carter dejó de sonreír.

      –No sabía que estuvieras tan interesada en mí –dijo Sean, con expresión tensa.

      –Solo intentaba mantener una conversación.

      Estaba claro que Sean Nicholson no quería hablar sobre su pasado.

      –Sean es un pionero en ciertos tratamientos traumatológicos –intervino Will entonces, intentando disipar la tensión.

      –Qué bien –murmuró Ally.

      –¿Dónde vas a alojarte? –le preguntó Will.

      –Aún no lo sé. Tendré que buscar casa este fin de semana.

      El director de la clínica se concentró en su filete.

      –Ally alquila una habitación.

      –¡Will!

      El hombre levantó la cabeza, fingiendo sorpresa.

      –Tú me dijiste que buscabas un inquilino ahora que Fiona ha vuelto a Londres.

      –Sí, pero… Fiona era comadrona y…

      –Yo también puedo traer un niño al mundo si es necesario –la interrumpió Sean.

      –No quería decir eso.

      No pensaba tener a aquel hombre en su casa aunque le hiciera falta el dinero. Ni loca.

      –No quieres que viva en tu casa –dijo Sean, mirándola con los ojos entrecerrados.

      –Claro que quiere –dijo Will–. ¿Por qué no, Ally? Ese establo te está arruinando.


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