La magia de pensar en grande. David J. Schwartz
Читать онлайн книгу.número de estas juventudes realmente cree que puede tener éxito. Abordan su trabajo con la actitud “Voy a la cima”. Y con la creencia sustancial, la alcanzan. Creyendo, sucederá –lo cual no es imposible– que dichos jóvenes estudien y observen la conducta de los ejecutivos mayores. Aprenden de qué manera la gente afortunada enfoca los problemas y toma decisiones. Observan las actitudes de la gente próspera.
El “cómo hacerlo”, siempre llega a la persona que cree poder hacerlo.
Un joven que conocí decidió hace dos años que iba a establecer una agencia para la venta de casas-hogar móviles. Se le advirtió que no debía ni podía hacer tal cosa porque disponía de menos de $3.000 dólares ahorrados, y se le dio a entender que la mínima inversión de capital requería mucho más dinero.
“Fíjese en cuántos competidores hay –le dijeron–. Y además, ¿qué experiencia práctica ha tenido usted en la venta de casas móviles, sin mencionar el manejo de un negocio?”
Pero este joven amigo poseía la creencia en sí mismo y su habilidad le condujo al éxito. En el acto admitió que el capital era insignificante, que el negocio era muy competido y que carecía de experiencia. “Pero –dijo– toda la evidencia que he podido atesorar demuestra que la industria de casas-hogar móviles tiende a extenderse. Por encima de esto, he estudiado mi competencia. Sé que puedo hacer un trabajo mejor que nadie más en el comercio de remolques en esta ciudad. Es posible que cometa algunos errores, pero tengo prisa en llegar a lo alto”.
Y llegó. Tuvo pocas dificultades para obtener capital. Su indiscutible creencia en que podía tener éxito en aquel negocio, le ganó la confianza de dos inversionistas. Y armado con su creencia hizo lo “imposible”. Consiguió que un constructor de remolques le adelantase una existencia limitada sin pagar de contado. El año anterior hizo ventas por encima de $1.000,000 de dólares.
-El próximo año –anunció–, espero rebasar los dos millones. La creencia, la fuerte creencia, lleva a la mente a imaginar caminos y medios sobre cómo llegar a ellos. Y creyendo puede tener éxito en hacer que los demás depositen su confianza en usted.
La mayoría de la gente no expone mucho capital en la creencia, pero alguien, los residentes en Succesfulville, en Estados Unidos ¡lo hicieron! Precisamente, hace pocos años un amigo mío, funcionario de un departamento oficial de carreteras en un estado del Oeste Medio me narró una experiencia de “mover montañas”.
“El mes pasado –dijo–, nuestro departamento notificó a cierto número de compañías de ingeniería que estábamos autorizados para contratar algunas empresas para diseñar ocho puentes como parte de nuestro programa de construcción de carreteras. Los puentes se construirían a un costo de $5.000,000 dólares. La compañía percibirá un 4% de comisión, o $200,000 dólares por su trabajo de delineación.
Me entrevisté al respecto con 21 firmas de ingeniería. Las cuatro mayores decidieron en el acto no someter proposiciones. Las otras 17 eran pequeñas con sólo 3 a 7 ingenieros cada una. El volumen del proyecto asustó a 16 de las 17. Examinaron el asunto, movieron la cabeza, y dijeron en efecto: ‘Es demasiado grande para nosotros. Desearíamos pensar que podemos llevarlo a cabo, pero no hay lugar siquiera para intentarlo’.
Pero una de aquellas pequeñas compañías, con solamente tres ingenieros estudió los planes y dijo: ‘Podemos hacerlo. Someteremos proposiciones’. Así lo hicieron y obtuvieron el trabajo”.
Quienes creen que pueden mover montañas, lo hacen. Los que creen que no pueden, no pueden. La creencia impulsa el poder de hacer.
Actualmente, en estos tiempos modernos la creencia está haciendo cosas más grandes que mover montañas. El elemento esencial en nuestras exploraciones del espacio hoy es la creencia en que éste puede ser dominado. Sin una firme y determinada creencia en que el hombre puede viajar por el espacio, nuestros científicos no demostrarían el valor, interés y entusiasmo con que proceden. La creencia en que el cáncer puede ser curado producirá, en última instancia, su curación.
Tuvieron que pasar 200 años para que el sueño del túnel entre Inglaterra y el continente se hiciera realidad. En efecto, en mayo de 1944, la Reina Isabel II de Inglaterra, y el Presidente Francoise Mitterrand, de Francia inauguraron el túnel submarino, uno de los proyectos más caros y ambiciosos de la historia, que tuvo un costo de $15.000 millones de dólares y en el que se emplearon 15.000 obreros, que trabajaron durante siete años. Este túnel se construyó gracias a la creencia de la gente responsable en que podía ser construido.
La creencia en los grandes resultados es la fuerza impulsora, el poder que respalda los grandes libros, juegos y descubrimientos científicos. La creencia en el éxito se encuentra detrás de todos los negocios prósperos, la iglesia, las organizaciones políticas. La creencia en el éxito es un ingrediente básico, absolutamente esencial en la gente afortunada.
Crea, crea realmente en que puede tener éxito y lo tendrá. A través de los años hemos conversado con personas que han fracasado en negocios arriesgados y en varias carreras. Hemos escuchado un gran número de razones y excusas para el fracaso. Algunas, especialmente significativas se despliegan en el desarrollo de conversaciones sobre el fracaso. Como quien no quiere la cosa, el fracaso destila observaciones parecidas a éstas: “A decir verdad, no pensé que aquello resultaría”, o, “Tenía mis dudas aun antes de comenzar”, o, “Efectivamente, no me extraña que no diese resultado”.
La actitud “muy bien, lo intentaremos pero no creo que resulte”
produce fracasos.
La falta de creencia es un poder negativo. Cuando la mente no cree, o duda, atrae “razones” para apoyar el fracaso. Duda, incredulidad, la voluntad subconsciente de fracasar, el no desear realmente el éxito, son responsables de la mayoría de los fracasos.
Piense en la duda y usted fracasará. Piense en la victoria y tendrá éxito. Una joven novelista me habló recientemente acerca de sus ambiciones como escritora. Y apareció en este campo el nombre de uno de los autores de primera fila. “Oh –me dijo ella–, el señor X es un maravilloso escritor pero, desde luego, yo no puedo ser en corto tiempo tan afortunada como es él”.
Su actitud me decepcionó mucho porque conozco al escritor estrella mencionado. No es súperinteligente, ni súper perceptivo, ni súper cualquiera otra cosa, sino súper confiado en sí mismo. Cree que se haya entre lo mejor y así sus actos y realizaciones son de lo mejor.
Es bueno respetar al líder. Aprender de él. Observarle. Estudiarle. Pero no rendirle culto. Crea que puede sobrepasarle. Crea que usted puede ir más allá. Aquellos que conservan la segunda mejor actitud, son invariablemente hacedores de segunda.
La creencia es el termostato que regula lo que cumplimos en la vida. Estudie al compañero que arrastra los pies en la mediocridad. Cree que vale poco y así, recibe poco. Cree que no puede hacer grandes cosas y no las hace. Cree no ser importante y cualquier cosa que haga tiene una marca no muy importante. A medida que pasa el tiempo, la falta de creencia en sí mismo se demuestra en el destino de la persona con sus palabras, movimientos y actos. A menos que reajuste este termostato en adelante, se encoge, se hace más y más pequeño en su propia estima. Y, puesto que los demás ven en nosotros lo que nosotros vemos, se hace más pequeño en la estima de la gente que lo rodea.
Ahora, examinemos el sendero de la persona que está avanzando hacia adelante. Cree que vale mucho, y recibe mucho. Cree que puede manejar cometidos grandes y difíciles –y lo hace. Cualquier cosa que lleve a cabo, el modo con que se gobierna a sí mismo con la gente, su carácter, sus pensamientos y puntos de vista, lleva a que todos digan: “He aquí un profesional. Es una persona importante”.
Uno es el producto de sus propios pensamientos. Crea en grande. Ajuste su termostato personal hacia adelante. Lance su ofensiva de éxito con creencia honesta y sincera en que usted puede triunfar. Crea en grande y hágase grande.
Hace varios años, después de adiestrar a un grupo de hombres de negocios en Detroit, hablé con uno de ellos, quien se aproximó a mí, se presentó y dijo: “He gozado realmente con su disertación. ¿Puede dedicarme unos cuantos minutos? Me agradaría