Engel. Kris Buendía

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Engel - Kris Buendía


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novio el celoso—bufó.

      Sí mi novio. Al que casi no veo, no porque no quiera, sino que tanto como él y yo pasamos demasiado tiempo en la oficina y cuando yo tengo un día libre, él tiene un viaje que hacer fuera de la ciudad.

      Me había dicho que nos veríamos esa noche, pero había salido temprano del trabajo, así que esperé sorprenderlo llegando antes a lo suyo.

      —Sabes que tienes la culpa. Eres heterosexual y mujeriego, eres más atento conmigo que mi propio novio. Debes darle un poco de crédito a que te cele.

      Se rio a carcajadas.

      —El maldito debería de ver lo que tiene a su lado, una chica caliente de acento extraño, lo he notado, no creas que no. Algún día me dirás de dónde eres realmente.

      Ahora me reía yo. Aunque también eso me ponía nerviosa de que se haya dado cuenta de lo acento oculto. De no saber nada de mi familia, en cambio yo, sabía hasta el medicamento que tomaba su madre y el vino favorito de su padre. Por no decir de la comida favorita de sus hermanas.

      Es extraño. Pero llevábamos tres años trabajando juntos y habíamos compartido lo suficiente, por otro lado, Atlas no era como yo, era un chico cualquiera que no tenía un pasado como el mío.

      Venía de una familia humilde, los visitaba en acción de gracias y navidad y recibía llamadas esporádicamente de sus padres.

      Sencillo.

      No como yo. Que tenía que inventar una y mil excusas el por qué me quedaba en casa en las fiestas especiales y vacaciones. Tenía un novio que está más ausente que nunca y no usaba el metro.

      Patético.

      —¿Y quién es la víctima hoy?—le pregunté. Así es como las llamaba. Sus víctimas. Un polvo de una noche y fin. El asesino de los coños se hacía llamar.

      —Una chica que conocí el otro día que estaba aburrido y salí por una copas. Le gusta la publicidad, así que no es tan hueca como las otras.

      El semáforo se puso en rojo y nos detuvimos. Es más que normal conocer a alguien así una noche, acostarse con ella y adiós. En mi caso, había conocido a Marcus en el supermercado. Me había preguntado cuál era la diferencia de la mantequilla de maní libre de gluten con la normal.

      —No lo sé, soy alérgica—le había respondido con mala leche.

      En ese momento coincidimos en el estacionamiento, me invitó a un café para enseñarme la diferencia de uno sin cafeína a uno normal, lo esperaba. Me dio tanta gracia que no pude negarme. Era nueva en la ciudad y había comenzado mi trabajo.

      Desde entonces, no pudimos quitarnos las manos de encima. O eso es lo más normal cuando comienzas una relación.

      Ahora no sabía la diferencia de tener novio a no tenerlo, pues siempre brillaba por su ausencia.

      —Interesante, nada nuevo. Es así como eliges a las víctimas.

      Me sonrió tímidamente.

      —Lo creas o no, es la segunda vez que quedo con ella.

      —No me lo creo—abrí mi boca sorprendida.

      —Te dije que tendría arreglo.

      Atlas me dejó afuera del edificio donde vivía Marcus, estaba comenzando a llover y no pude evitar no mojarme con la lluvia porque Marcus no respondía al interruptor para que abriera la puerta del edificio.

      En ese momento un señor con un paraguas salió del edificio y le ayudé a abrir la puerta.

      —Va a coger un resfriado, será mejor que entre. ¿Olvidó su llave?

      —Sí, idiota de mí. Gracias por abrir.

      El anciano se alejó bajo su paraguas y cruzó la calle.

      Me abrí camino salpicando todo a mi paso hasta que llegué al elevador y marqué el tercer piso donde vivía mi jodido novio. No respondió, quizás no estaba en casa, así que aproveché a esperarlo y haría la cena mientras tanto.

      Llegué al piso y saqué la llave de repuesto en la maceta de la esquina. Le había dicho que no era buena idea tener una copia ahí. La gente de administración podría llevarse la maceta en cualquier momento. La planta murió hace mucho tiempo.

      Al acercarme a la puerta lo primero que noté fue la música en el fondo.

      ¿Se habrá quedado dormido escuchando música? ¿O no me escuchó por estar escuchando música?

      De cualquier modo entré y dejé mi bolso empapado sobre la mesita al lado del sofá. En ese momento escuché más ruido, pero lo que llamó mi atención fueron los zapatos de tacón de Jimmy Choo color negro sobre el suelo. Seguido de eso una línea de ropa interior y lo que parecía ser una falda de seda.

      Seguí las migajas de ropa cara hasta la habitación principal y me detuve. Mis manos temblaron al saber lo que podía encontrarme del otro lado de la puerta.

      Todos mis sueños con ese hombre, todas mis ilusiones. Las noches y tardes de sexo ardiente. Aunque ya no teníamos tiempo el uno para el otro, el poco tiempo que pasábamos juntos, era de calidad.

      Sus promesas de proponerme matrimonio bajo la luz de la luna en algún desierto frío en uno de nuestros viajes locos planeados. Solamente sonaban bien en nuestra cabeza.

      Marcus, mi novio. La única persona en la que confiaba desde que vine a esta ciudad.

      Abrí la puerta y mi temor se volvió una pesadilla hecha realidad, tomando a una mujer del cabello y cogiéndosela tal cual macho alfa patético. Al estilo perrito.

      Sudorosos.

      —Así, como me gusta—gimoteó ella.

      No era su primera vez.

      Nunca lo hicimos de esa forma, suena en mi cabeza. Y no sé por qué. Es algo estúpido que pensé.

      Pelirroja. Odiaba a las pelirrojas.

      Delgada, casi quebrándola, odiaba a las flacas pelirrojas.

      Tenía un tatuaje a la altura de su culo.

      Odiaba a las pelirrojas, flacas, tatuadas y que se follaban a tu novio.

      La palmada en el culo tatuado de la pelirroja me trajo a la realidad e hice un sonido con mis pies, que hizo que se dieran cuenta de mi presencia.

      Ella solo enterró la cabeza en el colchón y Marcus abrió sus ojos como platos.

      —Saskia—pronunció mi nombre agitado.

      —Por favor, no te detengas.

      Le dije antes de salir corriendo.

      “¿No te detengas?”

      Pero qué mierda… reí para mí misma y escuché a un Marcus patético corriendo detrás de mí.

      Las lágrimas nublaron no solo mi visión, también mi juicio, no sé lo que hacía, suponía lo que haría una novia normal cuando encuentra a su novio engañándola, llorar. Solo lloré y le grité que se fuera a la mierda.

      —¡Saskia, detente!

      —¡Vete a la mierda!

      Al bajar por las escaleras de emergencia, agitada y con el corazón hecho una mierda, me puse a correr y Marcus hizo lo mismo. La gente se nos quedaba mirando, más a mí que al propio Marcus que ni siquiera me daba cuenta si se ha vestido, o había salido en pelotas detrás de mí. Daba igual.

      —¡Saskia!— mis piernas no aguantaron más y me detuve. No sé cuánto habíamos corrido, pero lo suficiente para dejarme sin aliento, aunque no lo suficiente para alejarme de él.

      Marcus llegó a mí también agitado, mis lágrimas estaban por toda mi cara y me limpié con el dorso de mi mano, cuando sentí el cuerpo de Marcus aplastarme mientras me abrazaba.

      —Saskia, por el amor de Dios,


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