Pasión y fuego. Dani Collins

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Pasión y fuego - Dani Collins


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hubiera enrollado cada mechón en un lápiz o algo incluso más delgado. Estos caían con salvaje abandono alrededor del óvalo de su rostro, acentuando así los afilados pómulos.

      Sus enormes ojos eran del color del café expreso y su boca como una apretada flor de color rojo. Su cuerpo tenía unas deliciosas curvas que llevaba cubiertas por ropa de mejor calidad de la que había vestido la última vez. Calzaba unos zapatos de alto tacón, con lo que parecía más alta de lo que la recordaba. Un ancho cinturón enfatizaba los senos, las generosas caderas y el trasero. Un recuerdo muy carnal amenazó con apoderarse de él y embotarle el cerebro una vez más.

      –Dado que la situación ha dado un giro tan brusco, iré directamente al grano –dijo Davin mientras pasaba los papeles que tenía frente a él–. Dado que los dos hijos de Nikolai han renunciado a su herencia, él decidió entregar la mayor parte de su fortuna en partes iguales a sus nietos. Evidentemente, todos deseamos que el parto de la señorita Walker vaya perfectamente, por lo que, si la información que tenemos es correcta, habrá dos herederos que compartirán la fortuna a partes iguales. A Evelina y a Paloma se les ha concedido un pago único de un millón de euros –añadió Davin mientras le entregaba un cheque a la madre de Val.

      –¡Eso no es suficiente! –protestó ella–. Esto no puede estar bien –insistió Evelina mientras se levantaba para colocarse junto a Davin y leer el documento con sus propios ojos.

      Val se acercó a Kiara.

      –Supongo que comprendes lo que esto significa –le dijo mientras señalaba con la cabeza a su madre–. Nunca te dejará en paz. Por cierto, pensaba que tomabas la píldora.

      Kiara lo miró con gesto desafiante.

      –¿Vamos a hablar de esto aquí? ¿Ahora? –le preguntó mientras se ruborizaba profundamente–. Era una dosis muy baja para regularme el ciclo. Cuando pasé la noche contigo, se me olvidó tomar una. Aparentemente, fue suficiente para terminar con su eficacia, aunque el anticonceptivo perfecto no existe, ¿sabes?

      –¿Mi padre no te pagó para que pasaras la noche conmigo y te quedaras embarazada?

      –¿Y romper el preservativo? No –replicó ella. Se sentía insultada.

      –Si lo conocías lo suficiente para quedarte con la mitad de su fortuna, sabes que habría sido perfectamente capaz de hacer algo como eso. ¿Te acostaste con él?

      –No. Ese comentario es asqueroso.

      –Y eso lo dice la mujer que está utilizando a un bebé para echarle mano a una fortuna.

      Kiara levantó el rostro a modo de desafío.

      Val se dispuso a aceptarlo. ¿Por qué? No le importaba. En realidad, no debería importarle. Sin embargo, había descubierto que así era. Profundamente. Unos sentimientos que no era capaz de nombrar le ardían en el vientre.

      –Aquella noche fingiste que no sabías quién era yo –la acusó–.Te saltaste la píldora a propósito, con la esperanza de encontrar el premio. Esa táctica se había intentado en el pasado, con limitado éxito. Te aseguro que te arrepentirás de esto.

      –¿De tener a mi hija? –le preguntó ella levantando orgullosamente la barbilla una vez más–. Lo dudo. Y tiene nombre, por cierto. ¿Te gustaría saber cuál es?

      –No.

      Val podría haberlo dejado así. El hombre en el que se había convertido siempre se quedaba con la última palabra antes de marcharse.

      Sin embargo, algo le mantuvo allí, escuchando el nombre. Esperando. No sabía por qué, pero quería las dos cosas. Permanecer allí, sin moverse. No entendía cómo ella había sido capaz de hacerle víctima de un hechizo tan fuerte.

      –Yo le dije que te diera el dinero que necesitabas para cuidar de ella –le espetó Evelina desde el otro lado de la sala.

      –Me dijo que se lo habías sugerido.

      Val se quedó completamente atónito. Miró muy sorprendido a su madre.

      –¿Tú lo sabías?

      –¿Y tú no? –le preguntó Kiara muy confusa.

      –Yo sabía que ella afirmaba estar esperando un hijo tuyo. No sabía que lo había tenido –replicó Evelina, mirando con censura a Kiara.

      –¿Tú sabías que estaba embarazada y no me lo dijiste? –le preguntó a su madre totalmente atónito.

      –Estabas en tu luna de miel –respondió su madre con el tono dulzón y conciliador que siempre usaba para conseguir que Val se pusiera de su lado–. No necesitabas un escándalo tan feo.

      –Esto es lo más bajo que has llegado nunca, madre –le espetó. Sentía náuseas–. ¿O debería decir… nonna?

      –No te… –le advirtió ella escandalizada.

      –Claro que sí. Porque tu preciosa vanidad la envió a él –dijo mientras señalaba a Kiara primero y después la carpeta que representaba la fortuna que había sido la razón de todo aquello.

      Aquella situación le recordaba terriblemente a su propia infancia, cuando algo limpio y valioso que era suyo se veía mancillado y utilizado como arma arrojadiza en la lucha constante entre sus padres y su medio hermano y la exesposa de su padre, Paloma.

      –¿Por qué se lo dijiste a ella en vez de decírmelo a mí? –le preguntó a Kiara.

      –Supongo que podría haberte dejado un mensaje con tu esposa…

      –Llevo un año divorciado. Has tenido tiempo.

      –Había circunstancias –respondió ella, rebulléndose incómodamente–. Niko estaba enfermo y nos necesitaba allí.

      –¿Has estado viviendo con él todo este tiempo?

      –Él pensó que si sabías que Aurelia existía, me presionarías para que dejara la isla en vez de permanecer allí con él.

      Aurelia. Era el nombre de la casa en la que habían pasado su noche juntos en Venecia. Su nido de amor y, aparentemente, el lugar de la concepción de su hija.

      Cada mañana, cuando observaba el dibujo de Kiara, regresaba mentalmente a la cama con ella, sentado tras ella entre las arrugadas sábanas, animándola a seguir con su estudio del balcón abierto mientras él saboreaba el aroma de su cuello y la suavidad de sus hombros y sentía cómo los pechos subían y bajaban con creciente excitación contra las palmas de sus manos.

      Tragó saliva y trató de no atribuir profundidad alguna al hecho de que la pequeña llevara el nombre de aquella casa. Él no cedía ante los sentimientos. Era una táctica de manipulación. Todo lo era.

      A pesar de todo, no pudo apartar la mirada de ella mientras Kiara volvía a centrar su atención en Evelina. No mostró temor alguno ante ella cuando le dijo descaradamente:

      –Niko no quería que ni Paloma ni tú supierais de ella ni del embarazo de Scarlett. Pensaba que crearía más conflicto de lo que él podría afrontar en su debilitada condición. Dado que estaba en estado terminal, nosotras respetamos sus deseos.

      Todo era tan poético que rayaba en la cursilería, pero Val jamás podría perdonarle que hubiera impedido que él supiera que tenía una hija durante tres años. No le perdonaría nada de todo aquello.

      –Esperaremos a obtener los resultados del ADN antes de seguir con esta discusión –replicó Evelina mientras se guardaba cuidadosamente su cheque en el bolso–. Niko no puede haber ignorado a su hijo en favor de una niña a la que nunca hemos visto. Pelearemos.

      –En ese caso, desperdiciará su dinero –dijo Davin–. Ya hay una prueba de ADN que demuestra que Aurelia es descendiente de Niko. La muestra de la niña se vinculó con la prueba de ADN que demostró la paternidad del señor Casale. Niko tenía la cabeza en su sitio. Hacer más pruebas no cambiará nada.

      Val no necesitaba ninguna prueba. No era


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