Susurran tu nombre. Alex North

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Susurran tu nombre - Alex North


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a seguir buscando más.

      Cuando me acompañó a visitarla por primera vez, el lugar lo dejó hipnotizado. Yo no estaba convencido del todo. El interior tenía un tamaño más que aceptable, pero, por otro lado, era lóbrego. Había armarios y sillas cubiertos de polvo, montones de periódicos viejos, cajas de cartón, un colchón en la habitación de invitados de la planta baja. La propietaria, una anciana que respondía al nombre de señora Shearing, se había disculpado diciendo que todos aquellos trastos eran del inquilino que había estado arrendando la casa y que cuando la vendiera, lo retiraría todo.

      Pero Jake se había mostrado inflexible y, en consecuencia, había decidido programar una segunda visita, esta vez solo. Fue entonces cuando empecé a ver la casa con otros ojos. Sí, era rara, pero eso era precisamente lo que le daba un encanto similar al que tienen los chuchos callejeros. Y lo que de entrada me había parecido un aire huraño, me pareció entonces más bien de cautela, como si aquella casa hubiera sufrido en el pasado y hubiera que ganarse su confianza.

      Tenía carácter, imaginé.

      Incluso así, pensar en la mudanza me aterraba. De hecho, aquella tarde, una parte de mí confiaba en que el director del banco se diera cuenta de las medias verdades que le estaba contando con respecto a mi situación financiera y rechazara concederme la hipoteca. Pero ahora me sentía aliviado. Porque al mirar a mi alrededor y ver en el salón los restos polvorientos e ignorados de la vida que en su día habíamos disfrutado, era evidente que ni él ni yo podíamos seguir en aquella situación. Por muchas dificultades que el cambio pudiera depararnos, teníamos que salir de aquella casa. Y por muy duros que me resultaran los meses venideros, mi hijo lo necesitaba. Los dos lo necesitábamos.

      Teníamos que empezar de cero. Llegaría un momento en que Jake ya no necesitaría que lo subiera y bajara en brazos por las escaleras. En el que encontraría amigos fuera de su cabeza. En el que yo no vería mis propios fantasmas en cada esquina.

      Miré de nuevo a aquella casa y pensé que, sin saber por qué extraña razón, encajaba con Jake y conmigo. Que, igual que nosotros, era como un marginado al que le costaba adaptarse. Que nos llevaríamos bien. Incluso el nombre del pueblo sonaba cálido y reconfortante.

      Featherbank.

      Parecía un lugar donde viviríamos seguros.

      Seis

      Igual que Pete Willis, la inspectora Amanda Beck conocía muy bien la importancia de las primeras cuarenta y ocho horas. Ordenó a su equipo pasar las doce horas siguientes a la desaparición inspeccionando las diversas rutas que Neil Spencer podía haber seguido, además de entrevistar a todos los familiares y empezar a construir un perfil del niño desaparecido. Se consiguieron fotografías. Se cotejaron relatos. Y luego, a las nueve de la mañana del día siguiente, se celebró una rueda de prensa en el transcurso de la cual se dio a conocer a los medios de comunicación la descripción de Neil y la ropa que llevaba puesta.

      Los padres de Neil permanecieron sentados sin decir nada al lado de Amanda, mientras ella llevaba a cabo los llamamientos de rigor y animaba a los potenciales testigos a comunicar cualquier tipo de información que tuvieran. Las cámaras dispararon sus flashes hacia los tres de forma intermitente. Amanda intentó ignorar la situación, pero notó que a los padres de Neil les afectaba y que cada vez iban encogiéndose un poco más, como si los fotógrafos estuvieran golpeándolos.

      —Animamos a la gente a buscar a fondo en los garajes y los cobertizos de sus casas —dijo Amanda a la audiencia.

      Se trataba de mantener el perfil más bajo posible y de conservar la calma. El principal objetivo de Amanda en aquel momento, aparte de localizar a Neil Spencer, era aplacar el miedo de la población, y a pesar de que no podía afirmar con toda seguridad que Neil no había sido secuestrado, sí quería dejar claro dónde se situaba, por el momento, el foco de la investigación.

      —La explicación más probable es que Neil haya sufrido algún tipo de accidente —dijo—. Aunque lleva quince horas desaparecido, seguimos albergando esperanzas de encontrarlo bien y a salvo, además de muy pronto.

      Pero, para sus adentros, no confiaba tanto en que fuera a ser así.

      Una de las primeras decisiones que tomó Amanda en cuanto estuvo de vuelta en la sala de operaciones una vez terminada la rueda de prensa, fue pedir que trajeran discretamente a comisaría a los agresores sexuales de la zona para luego interrogarlos de manera más pública.

      El área de búsqueda se amplió a lo largo del día. Se drenaron secciones del canal —una propuesta improbable— y se iniciaron intensos interrogatorios puerta a puerta. Se analizaron filmaciones de cámaras de videovigilancia, una tarea que llevó a cabo personalmente Amanda. Las filmaciones mostraban el inicio del recorrido de Neil, pero lo perdían antes de que llegara al descampado y no volvían a recuperarlo después. El niño había desaparecido en algún lugar entre aquellos dos puntos.

      Agotada, Amanda intentó espabilarse un poco.

      Los agentes volvieron al descampado, esta vez con luz de día, y la exploración de la cantera continuó.

      Pero seguía sin haber señales de Neil Spencer.

      El niño, sin embargo, hizo su aparición a su modo, y cada vez más a medida que la jornada avanzaba: empezaron a circular fotografías en las noticias, sobre todo una en la que se veía a Neil sonriendo tímidamente y vestido con la camiseta de un equipo de fútbol, una de las pocas fotografías que tenían sus padres en las que se le veía feliz. En los reportajes aparecían mapas sencillos con los lugares clave marcados con círculos de color rojo y las posibles rutas que el niño habría podido seguir señaladas con puntitos amarillos.

      Asimismo, salieron a la luz las imágenes de la rueda de prensa. Por la noche, Amanda las estuvo viendo en la cama, en su tableta, y pensó que los padres de Neil se veían más desanimados de lo que le habían parecido en directo. Parecían sentirse culpables. Y si no se sentían todavía, se sentirían pronto; les harían sentirse culpables. En la reunión que había mantenido por la tarde con sus agentes, muchos de los cuales eran padres, les había advertido de que, pese a que las circunstancias que rodeaban la desaparición de Neil Spencer podían ser controvertidas, había que tratar con sensibilidad tanto a la madre como al padre. A nadie se le escapaba que ni de lejos eran unos padres modelo, pero Amanda no sospechaba que estuvieran directamente implicados. El padre tenía algunos delitos menores en su historial —borracheras con desorden público y una advertencia como consecuencia de una pelea—, pero nada que disparara las alarmas. El historial de la madre estaba limpio. Y lo que era evidente era que ambos parecían sinceramente destrozados por el suceso. No había habido recriminaciones entre ellos, por mucho que se hiciera difícil imaginarlo.

      Los dos querían recuperar a su hijo sano y salvo.

      Amanda durmió mal y llegó al departamento muy temprano. Con más de treinta y seis horas a sus espaldas, habiendo dormido tan solo unas pocas, tomó asiento en su despacho y empezó a pensar en las cinco categorías de desaparición infantil, viéndose forzada, cada vez más, hacia una conclusión incómoda. No creía que Neil hubiera sido abandonado por sus padres o que de algún modo sus padres se hubieran deshecho de él. De haber sufrido un accidente en el camino de vuelta a casa, a aquellas alturas ya lo habrían localizado. El secuestro por parte de otro familiar parecía improbable. Y a pesar de que tampoco era imposible que se hubiera fugado, se negaba a creer que un niño de seis años, sin dinero y sin comida, la hubiera burlado durante tanto tiempo.

      Miró la foto de Neil Spencer que había colgado en la pared y consideró el peor escenario.

      Un secuestro fuera del ámbito familiar.

      En general, el público lo consideraría como un secuestro por parte de un desconocido, pero era importante ser preciso. Los niños que se ubicaban dentro de esta categoría, rara vez eran secuestrados por perfectos desconocidos. Lo más habitual era que previamente hubieran entablado amistad o establecido un vínculo emocional con personas situadas en la periferia de su vida. Lo cual cambiaba el foco y hacía que aspectos y facetas que habían


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