La cábala. Mario Saban

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La cábala - Mario Saban


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de la psicología del misticismo judío, al no operar de forma directa con el paciente (porque no existe un paciente, existe un alumno), se aleja de su rol amenazador, y el alumno se encuentra completamente solo proyectando su existencia dentro de los símbolos que son explicados en la pizarra. Y en silencio, el alumno encuentra sus desajustes interiores sin manifestarlos públicamente, ni al maestro ni a sus compañeros. Sin embargo, en la dinámica de grupos de cábala experimental que he tenido a lo largo de mis últimos años, he comprendido que toda pregunta de un alumno representa directa o indirectamente una preocupación subjetiva que puede permitir una respuesta, la cual, siendo aparentemente objetiva, incluya la propia posición del sujeto. Los interrogantes que aparecen como «objetivos» son siempre directa o indirectamente «subjetivos», y si el maestro logra percibir el grado de subjetividad implícita en el interrogante, puede responder del mismo modo supuestamente «objetivo» para ayudar a resolver el problema oculto de la subjetividad. Son elementos subjetivos que se disfrazan como objetivos no porque son esencialmente objetivos, sino porque protegen la máxima interioridad de la Tiferet del sujeto.

      Sin embargo, el sujeto no se desnuda dentro de la clase, sino que mantiene su anonimato, incluso he llegado a oír «a un amigo mío, muy personal, le ha sucedido lo siguiente:…» (Y el amigo imaginario es él mismo). Y aunque el maestro logre comprender que tal amigo no existe, para no crear una amenaza, debe continuar trabajando en clase con dicho amigo imaginario. La proyección del problema en dicho «amigo imaginario» es clave para defender un centro tiferético que desea mantenerse oculto de la mirada exterior. Y la psicología del misticismo judío debe respetar dicha interioridad, porque probablemente el sujeto no está aún en condiciones de percibir la realidad subjetiva manifestándola de forma exterior; algunos aspectos de su interioridad tiferética quedarán siempre ocultos para la sociedad general, porque la clave no es la manifestación exterior social, sino la manifestación individual interior que el sujeto debe realizar de su propia interioridad. La conciencia subjetiva desea exteriormente proteger en la Yesod la imagen social del sujeto de las críticas del entorno, sin embargo, a pesar de esta energía yesódica, siempre opera en un nivel superior la energía tiferética donde el sujeto reconoce su interioridad máxima ajeno a toda posibilidad de exteriorización.

      Lo que debemos lograr es que el alumno alcance un grado de honestidad radical interior que le permita trabajar de forma autónoma sus desequilibrios subjetivos. El Yo se defiende de toda amenaza a su interioridad y el misticismo judío respeta la máxima privacidad del sujeto; y al no producir una amenaza determinada libera al sujeto de sus energías psíquicas defensivas.

      El maestro, al tratar los asuntos como cuestiones «objetivas» dentro del Árbol de la Vida y sus diferentes dimensiones, hace que el alumno pueda operar con unas herramientas simbólicas y conceptuales aptas para su propio desarrollo individual. Porque uno de los elementos fundamentales de la aplicación psicológica del misticismo judío es el carácter no intrusivo del maestro. El terapeuta deja de ser terapeuta para ser un Maestro (incluso el Maestro va modificando su rol y muchas veces no debe temer ser alumno, creando así un nivel relacional de igualdad con todos los sujetos).

      No existe un principio de neutralidad con un terapeuta frente al paciente, porque dicha neutralidad es imposible en términos inconscientes. Por lo que la psicología del misticismo judío propone llevar a las más extremas consecuencias la neutralidad.

      El terapeuta puede «auto-engañarse» de su supuesta neutralidad para seguir trabajando, pero es un autoengaño para sostener económicamente su trabajo profesional. El único principio de neutralidad posible que se puede alcanzar es cuando el terapeuta no representa realmente ninguna amenaza, y esto exclusivamente opera dentro de una clase abierta donde el alumno no se siente un «paciente».

      El concepto de «paciente» se debe admitir para los casos estrictamente patológicos que requieran de las terapias tradicionales, pero como nosotros trabajamos con la población sana no debemos hacer referencia al concepto de «paciente» sino de alumno.

      El rol de paciente debe encuadrarse exclusivamente para lo psicopatológico, pero para la población sana la relación debe ser estrictamente pedagógica. La pedagogía de la psicología del misticismo judío es la llave maestra que nos conducirá a un desarrollo elevado de los niveles de conciencia de los alumnos a partir de su propio crecimiento personal.

      Todo paciente, a pesar de encontrar una comprensión terapéutica, puede percibir en el terapeuta un elemento de intromisión dentro de su psique (y no podemos llegar a percibir qué niveles de proyección puede tener el terapeuta sobre sus pacientes).

      Al final, lo que se puede provocar es que el terapeuta libere al paciente de sus condicionamientos familiares o sociales para (sin intencionalidad) crear nuevos condicionamientos derivados de las proyecciones del propio terapeuta. Los niveles de manipulación de la psique por parte del terapeuta72 se pueden volver tan peligrosos como los niveles de manipulación religiosos, sociales o ideológicos. Y tenemos que advertir que esto puede suceder sin ningún tipo de intencionalidad por parte del terapeuta.

      Si la terapia se transforma en un elemento de dependencia del paciente, entonces hemos modificado la situación de dependencia hacia la figura del terapeuta. El principal problema es que el nivel de manipulación del terapeuta se fundamenta sobre la liberación del sujeto y su independencia. La verdadera liberación de la raíz del alma se produce cuando el Yo, por su propio esfuerzo, trabaja para liberarse del penúltimo manipulador, su propio terapeuta, porque debe intentar superar al último manipulador real que es su propio Yo mental y sus mecanismos de autojustificación racional. Este es el último obstáculo real para un crecimiento indefinido en los niveles de conciencia.

      Ahora bien, si el terapeuta desea aplicar los conocimientos derivados de la psicología del misticismo judío, entonces debe lograr que los mecanismos de autoconocimiento sean de tal grado que el sujeto pueda lograr la «honestidad radical» de su raíz del alma. El Yo entonces debe reconocer su esencia en su interioridad. La cábala aplicada a la psicología propone la búsqueda de la máxima interiorización del Yo, o lo que podemos denominar el proceso por el cual el sujeto hace de la Tiferet el centro de identidad. Lo que la psicología del misticismo judío tiene que lograr es que el sujeto pueda operar con mecanismos de crecimiento constante en su interioridad, y no solamente lograr su autonomía.

      Dentro del Árbol de la Vida es el centro tiferético73 donde se encuentra nuestra autopercepción no comunicable.74 Los cabalistas (por ejemplo, Najmán de Bratslav) dicen que cada uno muere con su propia verdad y que es imposible comunicar este nivel de verdad interior. El problema no es la comunicación de dicha verdad interior, el problema es conocer la esencia de la raíz del alma, y cuando alcanzamos dicho conocimiento, nos liberamos de todos los condicionamientos existentes.

      19. El Yo interior

      «Uno debe recluirse a sí mismo dentro de sus pensamientos hasta el máximo grado posible».

      RABÍ JAIM VITAL

      El Yo no le debe temer al reconocimiento de la identidad de la raíz del alma, al contrario, la raíz del alma en su máxima profundidad aniquila un Yo que cree imaginariamente (al existir en el mundo inferior de la Bet) ser un Yo real. El Yo es un producto del orden espacio-temporal y, por lo tanto, una ilusión si la percibimos desde el mundo superior, y es real dentro de las variables del mundo inferior. En cambio, cuando el Yo aniquila «las imágenes del Yo», entonces se dirige al núcleo real del Yo que es la esencia de la raíz del alma y allí encuentra el sentido de su existencia, porque el Yo no tiene respuestas al sentido de la existencia. La única respuesta a este sentido se encuentra en la comprensión del centro tiferético.

      La única verdad es la que sentimos nosotros dentro de nosotros mismos, no existe otra verdad, y este nivel de verdad interior no es necesario comunicarlo. Ser consciente de nuestros niveles ocultos en el inconsciente no necesariamente implica su verbalización. Es lo que denominamos, dentro de la cábala, nuestra realidad interior tiferética. Esta verdad interior es incomunicable a los otros. Esta es la verdad de mi Yo que muere conmigo.75 Solo «Yo» llego a conocer las oscuridades y luces de mi Yo.

      Y si bien no podemos obligar al Yo a una exteriorización social de su totalidad identitaria, podemos liberar al Yo de toda obligación


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