La visión teológica de Óscar Romero. Edgardo Antonio Colón Emeric

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La visión teológica de Óscar Romero - Edgardo Antonio Colón Emeric


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y discutir a fondo, por primera vez, una etapa sistemáticamente desatendida en la mayoría de los recuentos relativos a la vida del ahora santo salvadoreño.10

      Entre las materias que el cónclave puso en relieve y profundizó, hay una en especial que interesa acá. Es aquella que deja ver que, ya desde su arranque como cura en la diócesis de San Miguel (1942-1967), el padre Romero adelantó reflexiones específicas, en recurrentes ocasiones y por diferentes medios, en torno al tenor nacional y al significado teologal que albergaría la festividad de «La Transfiguración». Vale la pena que echemos un vistazo a aquella temprana visión del párroco recién tornado de Roma, la que quedó al descubierto en las ponencias que se inscribieron en las Actas del Simposio que se llevó a cabo en la diócesis de San Miguel entre el 27 y 28 de julio del 2017.11

      «El hombre debe amar a su patria. Y cuando el bien de ella lo exige, debe el patriota sacrificarle hasta la vida… Sin arrancar ese amor a la patria –y más bien robusteciéndolo– el católico debe amar hasta el delirio, hasta el sacrificio, a su Iglesia.… Porque el salvadoreño que sabe doblar su rodilla ante el Divino Salvador, el día 6 de agosto, sabe rendir un sincero tributo de patriotismo a El Salvador en lo más íntimo del corazón de la Patria», Óscar Romero (10 de febrero de 1945). Chaparrastique No 1557, tomo I, p. 39; (10 de agosto de 1946). Chaparrastique, No 1632, tomo I, p. 71.

      La asamblea y los ponentes del simposio migueleño, en un destello de dos días, arrojaron luz de manera competente sobre pasajes velados, sumamente decisivos, referentes a las varias dimensiones que atañen a la vida y el pensamiento del padre Romero en su primera etapa sacerdotal: su eclesiología, su espiritualidad, su pastoral, su personalidad y su pensamiento.

      Leemos y releemos ahora los hallazgos, los avances, las circunspecciones, las conclusiones que surgieron al final del congreso, y nos damos cuenta del “tesoro” que ha sido desenterrado. Llama la atención nada más que, en la programación estudiosa, ninguno de los investigadores de este período inédito pensó en tomar la ruta teológica.

      Esta omisión me lleva a pensar que, en efecto, las destrezas teologales del padre Romero se perfeccionarán durante su período arzobispal; cuando apechuga la urgencia de animar a su pueblo, actualizando la palabra sagrada desde su púlpito, en un período sumamente aciago. Ese es el momento en que destella con mayor brillo su filo exegético.

      Nunca Romero enfrentó tanto la necesidad de sacar de sí mismo lo mejor de su adiestramiento en las aulas vaticanas, como cuando vivió su periodo de tres años predicando frente a su pueblo que tenía sed de Dios, sed de sentido trascendente, de fortalecimiento en la penuria del cuerpo y del espíritu.

      Y si bien es cierto que sus aperos pensadores son notables ya en su época de párroco en San Miguel, Romero no topa con la premura de ir a fondo sobre el misterio salvífico de la Transfiguración de Jesús, sino hasta que se planta desde su púlpito-cátedra como arzobispo de una nación a punto de estallar en una guerra encarnizada.

      Este es el momento justamente para hablar de “la emergencia en Romero de una teología de la Transfiguración”.12 Allí se detecta la consistencia de una maestría escatológica que emerge genuinamente del mismo Romero, desde su mente, su memento y su momento.

      Alrededor de la figura de monseñor Romero han sido colocados varios rótulos. No son muchos, aunque sí muy explícitos, y aspiran a permanecer en la “larga duración”.13 Uno de esos letreros minimiza el rol de “teólogo” en la trayectoria de Romero. Tal disminución se ampara en el hecho de que muy poco, o nunca, se le vio asociado a menesteres propios del ámbito académico. No obstante, protagonistas religiosos que lo conocieron muy de cerca atestiguan la valía que tuvo para Romero “su paso por la Gregoriana”, habiéndole “marcado para el estudio y los esquemas lógicos”, y propendiéndole a hacerse de una “inmensa y selectiva biblioteca de teología y pastoral”.14

      Al respecto, me atengo a mi propio y reposado balance. Es muy improbable que aquel virtuoso seminarista, enviado a estudiar en las doctas cátedras “gregorianas” (1937-1943) para embeber una educación marcadamente teológica15, haya resuelto tirar por la borda esa formación, desatendiendo así, a lo largo de su extenso e intenso servicio sacerdotal y episcopal, el compromiso de erigir su personal pensamiento revestido con apropiadas claves hermenéuticas.

      Otro de los tejuelos adheridos a la figura del mártir, lo presenta como no alineado, poco identificado, o renuente, con respecto a la teología de la liberación. Aquí el mismo Romero se encargó de esclarecer el asunto en varias ocasiones.16 Pero lo que aquí realzo es que las franquezas que profirió en su momento no podrían haberse dirigido en su propio perjuicio; es decir, sus declaraciones al respecto no traen como corolario el hecho de que Romero reganara del afán teologal durante su ministerio sacerdotal y episcopal.

      Creo que el filtro aplicado a este rol específico en Romero, haciendo hincapié en que “no era un intelectual, no era un teólogo… era sobre todo un pastor”,17 responde más a una urgencia de bajarle el tono a la retórica ultraconservadora que jura y perjura que “Romero fue sobornado por la teología de la liberación”; fue víctima de una “manipulación ideológica del sector marxista” incrustado en la iglesia latinoamericana. Empero también creo que esta persistente relativización del rol teológico en Romero consiguió, simultáneamente, sofrenar cualquier iniciativa que se atreviera a indagar sobre ese aspecto.

      ¡Pero ya no más! Porque aquí se nos ofrece, listo ya, el valioso trabajo de Colón-Emeric que dirime la cuestión. Ahora es posible asumir que la elaboración exegética, efectivamente, se movió con soltura en el pensamiento de Romero, especialmente durante la postrema etapa de su vida como Arzobispo de San Salvador.

      ¿Pero qué corona tiene Colón-Emeric como para saltarse las trancas y avanzar tan fresco a zambullirse en el manantial de reflexión teológica que fluye en la pluma y en el verbo del más augusto personaje de la institución católica latinoamericana del siglo XX?

      Para empezar, sépase que no es un canónigo que obedece dictámenes procedentes de las riberas del Tíber. Tampoco es un enclaustrado teólogo en las nubes. Edgardo Colón-Emeric es un intelectual de primerísimo nivel, incorporado a una de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos;18 al mismo tiempo, es pastor metodista de originaria cepa sociocultural latinoamericana. De modo que el autor posee, a todas luces, las credenciales idóneas para explorar a sus anchas, sin aprensiones ni circunloquios, el objeto de estudio que se propuso: reconocer y explicar la elaboración teológica característica del ahora santo salvadoreño.

      Si se pudiera, hipotéticamente, abstraer su aforo académico, pienso que las dos últimas filiaciones le asistirían divinamente para bregar en su cometido. De modo que, al aplicar todo su bagaje, Colón-Emeric logró comprender el crisol donde confluyeron dos dinámicas tangentes, que, al mezclarse, hicieron mella en el corazón pensante de Romero. He allí el meollo de lo que ha desentrañado el evangélico investigador.

      Colón-Emeric plantea que el ritmo del pensamiento teológico del arzobispo se aviva mediante una insólita conjunción entre la narrativa cívico-eclesiástica fundacional de la nación salvadoreña y la emergencia de una expresión artística singular que coincidió con su período como arzobispo. Esta conjunción fue todo un proceso penoso, hay que resaltar; una verdadera proeza para el prelado que no estaba provisto como para asimilar de golpe el impensado fenómeno que saltó ante sus ojos en sus propios fueros: la canción contestataria integrada al quehacer pastoral y a la solemnidad cultual.

      Me viene de perlas, para rematar estas deliberaciones, un certero discernimiento redactado por Pablo Andiñach, Pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, Doctor en Teología con especialidad en Antiguo Testamento, y Profesor de la Universidad Católica y de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino en Argentina. Dicho sea de paso, Andiñach es amigo personal del autor, y es, además, el traductor que ha hecho posible esta edición del libro en idioma español.

      Dice así este ilustre varón:

       «El autor expone la teología de Romero en base a sus homilías y a su valoración (y crítica) de los cantos litúrgicos, las llamadas “Misas centroamericanas”. El lector de estas líneas quizás no sepa


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