La Güera Rodríguez. Silvia Marina Arrom
Читать онлайн книгу.o los compañeros de viaje de Humboldt: Carlos Montúfar y Aimé Bonpland.
En algún momento María Ignacia se reunió con el marido, quien le había confesado al licenciado Andrés de Alcántara, otro de los apoderados de su esposa, que “no puede estar separado de mi menor perpetuamente”. Para entonces Villamil había heredado el mayorazgo de su padre, y tal cambio en su fortuna puede haber contribuido a la paz doméstica: la última hija de la pareja, Paz —posiblemente nombrada por una nueva fase en el matrimonio— nació el 12 de junio de 1805. Pero el capitán no la llegó a conocer porque había fallecido el 26 de enero, a los treinta y nueve años. La muerte lo había sorprendido en Querétaro, donde posiblemente estaba apostado con su regimiento o visitaba a los parientes de su madre. En su testamento nombró a doña María Ignacia Rodríguez como tutora y curadora de sus hijos y pidió “Que cuantos papeles, cartas y otros documentos se hallasen relativos al asunto del divorcio con la enunciada mi esposa, se quemen inmediatamente para que ni memoria quede de ellos”. Como concluye el historiador Fernando Muñoz Altea, si hubieran sido verdad las acusaciones de Villamil en ese pleito, él “no le hubiese otorgado la custodia de sus hijos, ni tampoco habría determinado la destrucción de esos papeles”.25
Así terminó el matrimonio desdichado. Y, puesto que nunca se llegaron a divorciar, María Ignacia se quedó viuda y se identificaba en varios documentos posteriores como “la viuda del mayorazgo Villamil”.
su viudez y segundo matrimonio, 1805-1807
Sola a los veintiséis años con cinco hijos, la Güera regresó a la Ciudad de México donde vivían sus padres y hermanas. Aunque varios autores del siglo xx la retrataron como una viuda alegre, su vida en realidad no puede haber sido fácil. Para empezar, su hija Guadalupe sufría de algún tipo de enfermedad crónica. Cuando esta por fin murió en julio de 1816, su tía Josefa lamentó la “constitución enfermiza que ha tenido la inocente por espacio de once años”26, lo que quiere decir que se había enfermado en 1805, justamente en la época en que Villamil murió y la pequeña Paz vino al mundo. Es posible que la niña de cuatro años haya contraído tuberculosis, la temida enfermedad que se podía prolongar por mucho tiempo y que afectaba a personas de todas las clases sociales a principios del siglo xix.
La situación económica de la Güera también era precaria, porque no gozaba de bienes propios. Las protecciones que el derecho colonial le daba a las viudas (garantizarles la mitad de los bienes adquiridos durante el matrimonio y el retorno de la dote) no le servían de nada porque en vez de gananciales Villamil había dejado deudas, las propiedades del mayorazgo no se podían vender por estar vinculadas, y la dote ya se había agotado. Además, tuvo que esquivar a los acreedores de Villamil. La magnitud de sus deudas se puede ver en la explicación que dio en 1808 para no pagar una obligación de 2.000 pesos: “que el citado difunto no dejó bienes libres algunos por cuyo motivo no se pagaron más de 30.000 pesos que quedaron de dependencias y algunas muy privilegiadas”.27
Sin embargo, el mayorazgo de Villamil era valioso y su hijo Gerónimo, de seis años, lo iba a heredar cuando alcanzara la mayoría de edad, a los veinticinco años. Hasta entonces, la Güera estaba a cargo de esas propiedades como su tutora y curadora ad bona —una de las múltiples responsabilidades de ser madre—. Por ser mujer tuvo que nombrar apoderados que la representaran en los tribunales, y su éxito dependía en parte de la confiabilidad de estos (y lamenta- blemente no todos le habrían de servir bien). Según explicó más tarde, “En el instante en que enviudé entraron a manejar las fincas de dicho mayorazgo el señor mi padre y mi tío”, José Miguel Rodríguez de Velasco.28 En años posteriores se fió de señores importantes como el primo de Villamil, Ignacio del Rivero, y de amigos de la familia como Domingo Malo e Iturbide y José María Guridi y Alcocer. Por su parte, ella desempeñó sus obligaciones con tal honradez que “es notorio en México, de manera que no habrá quien diga que haya malversado la más mínima cantidad”.29
Mientras tanto, se le asignó una pensión de 2.000 pesos anuales para la madre y cuatro hijas y otros 2.000 para el futuro heredero.30 Aunque esta suma representaba menos de la mitad de los aproximadamente 9.000 pesos que el mayorazgo producía anualmente, era una cantidad generosa en una época en que un alto funcionario del gobierno, como su tío Luis Osorio, ganaba unos 6.000 pesos al año.31 Pero los 4.000 pesos difícilmente le alcanzaban para mantener una casa elegante con varios sirvientes y para educar a sus cinco hijos de la manera acostumbrada en la alta sociedad. Además, su pensión solamente duraría hasta que Gerónimo llegara a la mayoría de edad. Por lo tanto, la Güera pidió 9.500 pesos prestados de las propiedades vinculadas, y sin duda también tuvo que cuidar los bolsillos.32
Después de menos de dos años se casó de nuevo, con un señor acaudalado. Sabemos muy poco sobre el segundo matrimonio aparte de que fue muy breve. El 10 de febrero de 1807 se casó con el doctor don Juan Ignacio Briones Fernández de Ricaño y Bustos, viudo originario de Guanajuato que tuvo una distinguida carrera en Querétaro como comisario de guerra honorario, alcalde ordinario y censor regi de conclusiones, y después en la Ciudad de México como abogado de la Real Audiencia y de su ilustre Real Colegio. El novio tenía cincuenta y tres años y la novia veintiocho.33 La boda tuvo lugar a las siete de la noche en la casa de su morada en la calle del Coliseo. Ofició el canónigo Beristáin, viejo amigo de la Güera, y fueron testigos su tío político, Silvestre Díaz de la Vega, y su cuñado, el marqués de Uluapa. Según el acta de matrimonio, asistieron a la ceremonia “otras personas distinguidas de esta vecindad y Comercio”.34
Sin embargo, la muerte otra vez intervino. Briones falleció seis meses después de la boda, el 16 de agosto de 1807, dejándola con su séptimo (y último) embarazo. La hija póstuma de Briones vino al mundo el 22 de abril de 1808. Como todos los hijos de la Güera, su nombre completo era muy largo: Victoria Rita Juana Nepomuceno Josefa Ygnacia Luisa Gonzaga Briones Rodríguez. Pero su vida fue corta: murió al año y medio, en el otoño de 1809.35
El fallecimiento de Briones involucró a la viuda en una disputa reñida sobre la herencia, porque este había nombrado a su hermano y dos hermanas como sus herederos universales en un testamento probablemente hecho antes de casarse y ciertamente antes de saber que la esposa estaba encinta.36 El asunto se complicó porque, según las leyes de la época, la viuda era heredera forzosa de parte de los bienes y el nacimiento de un hijo póstumo añadía otro heredero. Cuando la Güera empezó a manejar los bienes del esposo difunto, los tres hermanos le entablaron una demanda criminal. Hasta llegaron a cuestionar si el bebé era de Briones, y el 31 de mayo de 1808 —después de enterarse del nacimiento de Victoria— le solicitaron a un cura de la Ciudad de México que certificara la gravidez y parto de la viuda. La respuesta fue afirmativa. Constancia de su embarazo es que apenas dos semanas después de la muerte del esposo, al otorgar su poder a don Ignacio del Rivero para que fuera a Querétaro a fin de sacar el testamento de la casa mortuoria de los Briones, ella explicó que no podía ir por sí misma “en atención a hallarse grávida e impedida de caminar”.37 Después, Victoria vivió bastante tiempo como para romper el testamento de su padre y quedó como su único heredero. Y cuando murió la niña, la madre lo heredó todo (aunque en 1811 acordó darle a los Briones la quinta parte de los bienes para resolver el pleito).38
La Güera se quedó con un buen legado que consistía en dinero en efectivo, oro y plata, joyas, una casa en San Luis de la Paz, dos casas en Querétaro y las haciendas de San Isidro y Santa María en el estado de Guanajuato —una fortuna valorada en 320.000 pesos (lo que hoy equivaldría a varios millones de pesos)—. Por lo tanto, su posición había mejorado notablemente. Si bien este caudal no se podía comparar con los enormes patrimonios de las familias más ricas del reino, es verdad (como referiría Carlos María de Bustamante años después) que su segundo matrimonio “con un hombre rico la dejó heredera de no pocos bienes”.39 Aunque había entrado al matrimonio sin bienes propios, al enviudar se convirtió en señora acaudalada.
conclusión
Cuando Briones falleció en 1807 María Ignacia Rodríguez tenía veintinueve años. Se había enfrentado a numerosos retos. Aguantó un primer matrimonio abusivo, se defendió de las escandalosas acusaciones del consorte, administró su hogar con fondos limitados y sepultó