Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine Murray

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Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray


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estaba en su cama se debía a que ella lo había consentido.

      Poco a poco, Fabrizzio fue consciente de dónde estaba y quién era ella. No lo había olvidado. ¿Cómo podría hacerlo con una mujer tan apasionada? Se pasó una mano por el rostro en un intento por despejarse del todo y se incorporó hasta que su espalda quedó apoyada contra el cabecero de la cama. Todo ello lo hizo bajo la atenta, curiosa y escrutadora mirada de Fiona, quien ahora tiraba de la sábana tratando de cubrirse, hasta que ni una sola porción de su blanca y suave piel quedara visible. En un arrebato improvisado, esta quiso abandonar la cama, pero se encontró con la mano de Fabrizzio aferrada a la sábana para impedírselo. Ella lo miró, confundida por su actitud, mientras él sacudía la cabeza instándola a no hacerlo, al tiempo que chasqueaba la lengua.

      –Si lo haces, me dejarás como vine al mundo –le aclaró con un tono de voz sensual pese a acabar de despertarse, una mirada llena de curiosidad y una media sonrisa llena de picardía, que obligaron a Fiona a desistir de su intento.

      Se quedó quieta mientras lo contemplaba, algo molesta con él porque no se había marchado. Pero también lo estaba con ella misma porque, a pesar de la situación, no podía dejar de considerarlo atractivo y seductor.

      –No tengo por costumbre exhibirme sin ropa ante desconocidos –le recalcó con un toque irónico en su voz y un mohín en los labios.

      –Pues… anoche no parecía que tuvieras mucho reparo en que te viera sin ella –le recordó apoyando el peso de su cuerpo sobre el brazo derecho. Le pareció tímida allí envuelta en parte de la sábana mientras su imagen de mujer apasionada, ávida de caricias y besos ocupaba su mente. Su rostro risueño, sobre el que algunos mechones caían, le pareció tan sensual que sintió deseos de volver a hacerle el amor como la noche anterior–. ¿Desconocidos dices, Fiona? –le preguntó pronunciando su nombre con una voz ronca que provocó que se le erizara la piel. Fiona no sabría decir por qué, pero le gustó escuchar su nombre en sus labios, con ese acento italiano.

      –No esperaba que… estuvieras todavía… –logró balbucear aferrándose a la sábana con manos crispadas, mientras recordaba su nombre: Fabrizzio. La verdad es que no le importaba haber pasado la noche con él, sino más bien la pose arrogante y seductora que esgrimía en ese momento. Juraría que se había mostrado más dulce y tierno con ella mientras la besaba y sus manos la acariciaban de aquella manera que la había vuelto frenética–. Se suponía que tú… –Dejó el resto de su comentario en el aire mientras su mirada recorría la cama y el cuerpo de Fabrizzio hasta llegar a sus ojos, que le parecieron brillar al recordar lo que había hecho.

      –Si tenemos en cuenta que tú me invitaste a subir… –le dijo con cara de circunstancias, mientras Fiona fruncía los labios en un mohín de desagrado–. Presumo por tu semblante que no estás acostumbrada a que tus invitados despierten a tu lado. ¿Me equivoco?

      Fiona sonrió irónica mientras inclinaba su cabeza hacia delante y sus cabellos ocultaban su rostro. Una breve ráfaga de aliento hizo que se agitaran de manera tímida. Se pasó una mano por ellos para despejar su rostro y así poder mirar a Fabrizzio, quien hacía lo propio con gesto incrédulo. ¿Qué le sucedía? Juraría que la noche pasada ella lo tenía muy claro cuando lo conoció y lo invitó a seguirla. La taberna. Sus amigas. El vino. La música. Un paseo bajo el cielo estrellado de Edimburgo. Era cierto que ambos bebieron en exceso, pero ella fue la primera que se aventuró a cruzar la línea cuando lo agarró por las solapas de su abrigo para atraerlo hacia sus labios y besarlo. Una noche idílica. Aunque mejorable sin duda. Hizo ademán de explicárselo, pero ella le cortó.

      –Lo cierto es que no tengo por costumbre hacerlo. Pero tú… No… Mejor no digas nada –susurró mientras se mordía el labio y su ceja derecha formaba un arco de suspicacia. ¿Qué hacía todavía en su cama? Los tíos como él solían marcharse antes del amanecer. Y nunca volvían a llamarla. Mejor. En el fondo se lo agradecía, ya que no tendría que compartir su baño con nadie–. Pero, ¿por qué no te has marchado?

      La pregunta salió de sus labios de una manera lenta, como si tuviera miedo de conocer la respuesta. A la vista de cómo estaba su habitación, su cama y su atractivo acompañante hacía falta ser muy torpe para no suponer que lo que había sucedido entre ellos había sido algo salvaje. Tal vez no tanto pero debía admitir que no se habían andado con muchos arrumacos, la verdad. Lo que la sorprendía era encontrarlo mirándola de aquella forma tan peculiar, que le estaba erizando la piel por momentos.

      –No sentí la necesidad de hacerlo. Y más después de una noche como la que compartimos. Ahora que te veo tan sensual por la mañana… –Fabrizzio sonrió de manera irónica, lo cual consiguió encenderla por dentro. Bastante cabreada estaba como para que además él hiciera cumplidos de ese tipo–. Sin duda que acerté al quedarme –le refirió haciendo una reverencia teatral mientras sonreía de manera cínica ante el desconcierto de ella.

      –¿Podrías dejar de hablar como esos personajes de las novelas que Moira adora? No estoy para bromas de ese tipo –le rebatió frunciendo el ceño, mientras se mantenía alejada de la cama.

      –Bella Fiona, lo que ha sucedido aquí la noche pasada me lo guardo para mí –le aseguró guiñándole un ojo y adoptando un tono socarrón con ella.

      –Puedes hacer con ello lo que te plazca. No tengo que dar explicaciones a nadie de lo que hago con mi vida –le rebatió con dureza mientras seguía intentando mostrarse fría.

      –No obstante… ¿puedo preguntarte el porqué de tu inusitado interés en saber qué hago todavía en tu cama? –le preguntó incorporándose hasta quedar sentado, mientras la sábana le tapaba lo justo–. Tú me invitaste a subir y luego…

      Fiona sacudió su cabeza mientras fruncía el ceño.

      –No se trata de que me haya acostado contigo… Se trata de… –De nuevo balbuceaba sin encontrar sentido a sus palabras.

      –Tranquila. No voy a solicitarte nada –le aseguró despertando un inusitado interés en Fiona. ¿Qué esperaba que le pudiera pedir?–. Tan solo me gustaría que me aclararas qué dices cuando hablas en gaélico, en ciertos momentos íntimos… La verdad es que estabas… deliciosa susurrándome en esa lengua.

      Fiona se quedó clavada con los ojos abiertos hasta su máxima expresión, al igual que su boca. ¿Qué había querido decir?

      –¿De qué diablos hablas? ¿Yo hablando en gaélico? –le preguntó tirando de la sábana en un intento por dejarlo desnudo del todo y disfrutar de una pequeña venganza. Pero Fabrizzio se aferró fuerte y tiró de ella sorprendiéndola y logrando hacerla caer sobre la cama mientras profería un grito, y de repente volvía a verse atrapada bajo el cuerpo de él como en algunos momentos de la pasada noche.

      Fabrizzio enmarcó su rostro entre sus manos al tiempo que le apartaba el pelo, dejando el paso libre para que sus dedos trazaran el perfil de sus cejas con exquisita delicadeza, con ternura, como si la estuviera dibujando para él. Fiona sintió sacudirse todo su cuerpo por este hecho, y se sorprendió al no hacer intento por salir de debajo de él, sino que permaneció quieta mientras Fabrizzio la miraba fijamente, como si buscara su reflejo en los ojos de ella. O tal vez la respuesta a por qué acabó enredado con ella bajo las sábanas. ¿Qué le había impulsado a seguirla hasta su casa? ¿Solo dejarla sana y salva? Su boca se curvó en una media sonrisa mientras sus dedos recorrían sus mejillas hasta llegar a los labios. Los sintió suaves, húmedos, tentadores. Fiona sintió su corazón volverse loco por instantes y cómo la presión de la sábana parecía ceder ante el empuje de Fabrizzio. Y cómo sus deseos de que la besara como la noche pasada se acercaban a una súplica.

      –Dijiste algo así como: mo gaol. Mi gaélico no es muy bueno, deberás perdonarme. Pero juraría que se trataba de algún tipo de apelativo cariñoso, por la manera en la que lo decías –le sugirió sonriendo, mientras su voz ronca y su aliento causaban estragos en ella. Los deseos de besarla se volvían más y más acuciantes. Era como una sed que no parecía poder detener. Recordó sus besos, su lengua juguetona y sus mordiscos cariñosos sobre su piel, su mirada llena de deseo, sus jadeos…

      –Nunca


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