Ravensong. La canción del cuervo. TJ Klune
Читать онлайн книгу.tu mensaje? –pregunté.
–¿Cómo…?
–Te la pasas mirando el teléfono.
–Ah. Eh... Sí. Me respondió.
–¿Y está todo bien?
Rio, fue un sonido hueco y vacío.
–No, Gordo. No está todo bien. Pero nada ha regresado a Green Creek.
Si fuera mejor persona, le hubiera dicho algo para reconfortarlo. Pero no lo soy.
–Para eso están las guardas.
–¿Gordo?
–¿Qué?
–¿Por qué… por qué estás aquí?
–Me lo ordenaste.
–Te lo pedí.
Me cago en mi madre.
–Duérmete, Joe. Arrancaremos temprano.
Se sorbió la nariz en silencio.
Cerré los ojos.
No los conocía. No tan bien como debía. Durante un mucho tiempo, no me importó. No quería tener nada que ver con manadas y lobos, y Alfas y magia.
Cuando a Ox se le escapó que los Bennett habían vuelto a Green Creek, mi primer pensamiento fue Mark y Mark y Mark, pero lo hice a un lado porque era el pasado, y no quería saber nada con eso.
Mi segundo pensamiento fue que debía mantener a Oxnard Matheson bien lejos de los lobos.
No lo logré.
Antes de que pudiera detenerlo, ya estaba demasiado comprometido.
Los mantuve a una distancia prudencial. Incluso cuando Thomas vino a verme por Joe. Incluso cuando, de pie frente a mí, me rogó. Incluso cuando sus ojos se pusieron rojos y me amenazó. Nunca me permití conocerlos, no como eran ahora. Thomas tenía la misma aura de poder de siempre, pero era más intensa. Más enfocada. Nunca había tenido tanta fuerza, ni siquiera cuando se convirtió en el Alfa por primera vez. Me pregunté si habría tenido otro brujo en algún otro momento. Me sorprendió sentir el ardor de los celos al pensar en ello, y me odié por sentirme así.
Acepté ayudarlo, ayudar a Joe, solo para impedir que Ox sufriera. Si Joe no podía controlar su transformación después de todo lo que había vivido, si poco a poco se había vuelto salvaje, Ox estaba en peligro.
Esa fue la única razón.
No tenía nada que ver con un sentido de responsabilidad.
No les debía nada.
No tenía nada que ver con Mark. Él había elegido. Yo también.
Había elegido a su manada en vez de a mí. Yo había decidido desligarme de todos ellos.
Pero nada de eso importaba. Ya no.
Ahora me veía obligado a conocerlos, lo quisiera o no. Perdí la cabeza por completo cuando acepté seguir a Joe y a sus hermanos.
Kelly era el silencioso, el observador. No era tan grande como Carter y probablemente nunca lo sería. No como Joe, que daba la sensación de que iba a crecer y crecer y crecer. Era extraño, pero cuando Kelly sonreía, su sonrisa era pequeña y tranquila, apenas mostraba los dientes. Era más inteligente que todos nosotros juntos; siempre estaba calculando, observando y procesando antes que los demás. Su lobo era gris, con manchones negros y blancos en la cara y en los hombros.
Carter era pura fuerza bruta: menos charla, más acción. Gritaba y respondía, y se quejaba de todo. Cuando no conducía, ponía las botas sobre el salpicadero, se hundía en el asiento y se subía el cuello de la chaqueta hasta que le rozaba las orejas. Usaba las palabras como armas para infligir la mayor cantidad de dolor posible. Pero también las usaba para distraer, para eludirse. Quería aparentar ser frío y distante, pero era demasiado joven e inexperto para lograrlo. Su lobo se parecía al de su hermano, gris oscuro con negro y blanco en los cuartos traseros.
Joe era… un Alfa de diecisiete años. No era la mejor combinación. Tanto poder después de tanto trauma, siendo tan joven, era algo que no le deseaba a nadie. Lo entendía más que a los otros, solamente porque sabía lo que estaba viviendo.
Quizás no era lo mismo (la magia y la licantropía no están ni de cerca en la misma liga) pero había una afinidad que yo intentaba ignorar desesperadamente. Su lobo era blanco como la nieve.
Se movían juntos, Carter y Kelly rondaban a Joe, consciente o inconscientemente. Lo respetaban la mayor parte del tiempo, incluso cuando lo maltrataban. Era su Alfa, y lo necesitaban.
Eran tan diferentes entre sí, estos muchachos perdidos.
Pero tenían una cosa en común.
Los tres eran unos imbéciles que no sabían cuándo cerrar la maldita boca. Y yo tenía que cargar con todos ellos.
–… y no sé por qué piensas que tenemos que seguir haciendo esto –dijo Carter una noche, unas semanas después de que nos hubiéramos marchado. Estábamos en Cut Bank, Montana, un pueblito en el medio de la nada, no muy lejos de la frontera canadiense. Nos dirigíamos hacia una manada pequeña que vivía cerca del Parque Nacional de los Glaciares. Nos habíamos cruzado con un lobo en Lewiston que nos contó que habían lidiado recientemente con Omegas. El lobo había temblado ante los ojos de Alfa de Joe, con el miedo y la reverencia pintados en el rostro. Cuando paramos esa noche, Carter enseguida arremetió con el tema.
–Déjalo ya –pidió Kelly agotado, frunciendo el ceño mientras intentaba encontrar un canal de TV que no mostrara porno duro de los años ochenta.
Carter le mostró los dientes sin decir una palabra.
Joe contemplaba la pared.
Flexioné las manos y esperé.
–¿Qué sucederá cuando alcancemos la manada? ¿Se han detenido a pensarlo en serio? Nos confirmarán que hubo Omegas por allí, ¿y luego qué? ¡Maldición! –exclamó Carter y miró con furia a Joe–. ¿Piensas que sabrán dónde está el bastardo de Richard? No lo saben. Nadie lo sabe. Es un fantasma y nos está acechando. Nos…
–Es el Alfa –replicó Kelly, los ojos centelleantes–. Si cree que esto es lo que tenemos que hacer, lo haremos.
Carter rio con amargura mientras caminaba de un lado a otro a lo largo de aquella habitación de porquería.
–Un buen soldadito. Siempre en la línea. Lo hacías con papá, y ahora lo haces con Joe. ¿Qué mierda sabrán ustedes? Papá está muerto y Joe es un niño. Solo porque es un maldito príncipe no tiene el derecho de apartarnos de…
–No es justo –afirmó Kelly–. Que estés celoso porque no eres el Alfa no te da derecho a que te desquites con los demás.
–¿Celoso? ¿Piensas que siento celos? Vete al diablo Kelly. ¿Qué mierda sabes? Yo soy el mayor. Joe era el niñito de papá. ¿Y quién demonios eres tú? ¿Qué tienes para ofrecer?
Carter sabía dónde cortar. Sabía qué haría sangrar a Kelly. Qué cosas lo harían reaccionar. Antes de que pudiera moverme, Kelly se había lanzado sobre su hermano, las garras extendidas, los ojos naranjas y brillantes.
Carter se enfrentó a su hermano con colmillos y fuego, los dientes afilados y el pelo brotándole de la cara mientras se transformaba a medias. Kelly era rápido y aguerrido, y cayó de cuclillas sobre los pies después de que su hermano le cruzara la cara de un bofetón. Me puse de pie, sintiendo el aleteo de las alas del cuervo, la necesidad de hacer algo antes de que llamaran a la maldita policía y…
–Basta.