Canción de Navidad. Charles Dickens

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Canción de Navidad - Charles Dickens


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cabeza del viejo Marley sobre todos ellos.

      —¡Tonterías! —dijo Scrooge, y empezó a pasear por la habitación.

      Después de algunos paseos, volvió a sentarse. Al recostarse en la silla, su mirada fue a tropezar con una campanilla, una campanilla que no se utilizaba, colgada en la habitación y que comunicaba, para algún servicio olvidado, con un cuarto del piso más alto del edificio. Con gran admiración, y con extraño e inexplicable temor, vio que la campanilla empezaba a oscilar. Oscilaba tan suavemente al principio, que apenas producía sonido; pero pronto sonó estrepitosamente y lo mismo hicieron todas las campanillas de la casa.

      Ello pudo durar medio minuto, un minuto, mas a Scrooge le pareció una hora. Las campanillas dejaron de sonar como habían empezado: todas a la vez.

      A aquel estrépito siguió un ruido rechinante, que venía de la parte más profunda, como si alguien arrastrase una pesada cadena sobre los toneles del sótano del vinatero. Entonces recordó Scrooge haber oído que los espectros que se aparecían en las casas se presentaban arrastrando cadenas.

      La puerta del sótano se abrió con estrépito y luego se oyó el ruido con mucha mayor claridad en el piso de abajo; después el viejo oyó que el ruido subía por la escalera, que se dirigía derechamente hacia su puerta.

      —¡Tonterías, nada más! —dijo Scrooge—. No quiero pensar en ello.

      Sin embargo, cambió de opinión cuando, sin detenerse, el Espectro pasó a través de la pesada puerta y entró en la habitación ante sus ojos. Cuando entró, la moribunda llama dio un salto, como si gritara: "¡Lo conozco! ¡Es el espectro de Marley!", y volvió a caer.

      La misma cara, exactamente la misma. Marley, con sus cabellos erizados, su chaleco habitual, sus estrechos calzones y sus botas, con su casaca ribeteada. La cadena que arrastraba la llevaba alrededor de la cintura, era larga y estaba sujeta a él como una cola, y se componía (pues Scrooge la observó muy de cerca) de cajas de caudales, llaves, candados, libros comerciales, documentos y fuertes bolsillos de acero. Su cuerpo era transparente, de modo que Scrooge, observándolo y mirando a través de su chaleco, pudo ver los dos botones de la parte posterior de la casaca.

      Scrooge había oído decir muchas veces que Marley no tenía entrañas; pero nunca lo había creído hasta entonces.

      No, ni aun entonces lo creía. Aunque miraba al fantasma de parte a parte y le veía en píe delante de él; aunque sentía la escalofriante influencia de sus ojos fríos como la muerte, y comprobaba que aún el tejido del pañuelo q le rodeaba la cabeza y la barba, y el cual no había observado antes. Se sentía incrédulo y luchaba contra sus sentidos.

      —¡Cómo! —dijo Scrooge, cáustico y frío como siempre—. ¿Qué quieres de mí?

      —¡Mucho! —contestó la voz de Marley pues, sin duda, era él.

      —¿Quién eres?

      —Pregúntame quién fui.

      —¿Quién fuiste? —dijo Scrooge, alzando la voz.

      —En vida fui tu socio, Jacob Marley.

      —¿Puedes... puedes sentarte? —preguntó Scrooge, mirándolo perplejo.

      —Puedo.

      —Siéntate, pues.

      Scrooge hizo esa pregunta porque no sabía sí un espectro tan transparente se hallaría en condiciones de tomar una silla, y pensó que, en el caso de que le fuera imposible, habría necesidad de una explicación embarazosa. Pero el espectro tomó asiento enfrente del fuego, como si estuviera habituado a ello.

      —¿No crees en mí? —preguntó el espectro.

      —No —contestó Scrooge.

      —¿Qué evidencia deseas de mi existencia real, además de la de tus sentidos?

      —No lo sé.

      —¿Por qué dudas de tus sentidos?

      —Porque lo más insignificante —dijo Scrooge— les hace impresión. El más ligero trastorno del estómago les hace fingir. Tal vez eres un trozo de carne que no he digerido, un poco de mostaza, una miga de queso, un pedazo de patata poco cocida. Hay más de guiso que de tumba en ti, quienquiera que seas.

      Scrooge no tenía mucha costumbre de hacer chistes, y, según entonces sentía el corazón, sus bromas tenían que ser de mal gusto. Lo cierto es que procuraba mostrar agudeza como medio de distraer su propia atención y ahuyentar su terror, pues la voz del espectro le trastornaba hasta la médula de los huesos.

      Permanecer sentado, con la vista clavada en aquellos ojos vidriosos, en silencio, durante unos instantes, sería estar, según pensaba Scrooge, con el mismo Demonio. Había algo muy espantoso, además, en la atmósfera infernal, propia de él, que rodeaba al espectro. Scrooge no pudo sentirla por sí mismo, pero no por eso era menos real, pues, aunque el espectro se hallaba en completa inmovilidad, sus cabellos, los ribetes de su casaca, se agitaban todavía impulsados por el ardiente vapor de un horno.

      —¿Ves este mondadientes? —dijo Scrooge, volviendo apresuradamente a la carga, por la razón que acabamos de exponer, y deseando, aunque sólo fuera durante un segundo, apartar de él la pétrea mirada del aparecido.

      —Lo veo —replicó el Espectro.

      —¡No lo miras! —dijo Scrooge.

      —Pero lo veo, sin embargo —replicó el Espectro.

      —¡Bien! —repuso Scrooge—. No haría yo más que tragármelo, y durante toda mi vida me vería perseguido por una legión de duendes creados por mi fantasía. ¡Tonterías, digo yo; tonterías!

      Entonces el Espíritu lanzó un grito espantoso y sacudió su cadena con un ruido tan terrible, que Scrooge tuvo que apoyarse en la silla para no caer desmayado. Pero mayor fue su espanto cuando el fantasma, quitándose la venda que le ceñía la frente, como si notara demasiado calor bajo techo, dejó caer su mandíbula inferior sobre el pecho.

      Scrooge cayó de rodillas y se llevó las manos a la cara.

      —¡Perdón! —exclamó—. Terrible aparición, ¿por qué me atormentas?

      —Hombre apegado al mundo —replicó el espectro—, ¿crees en mí, o no?

      —Creo —contestó Scrooge—. Tengo que creer. Pero, ¿por qué los espíritus vuelven a la tierra y por qué se dirigen a mí?

      —A todos los hombres se les exige —replicó el espectro— que su espíritu se aparezca entre sus conocidos y que viajen de un lado a otro; y si un espíritu no hace tales excursiones en su vida terrenal, es condenado a hacerlas después de la muerte. Es su destino vagar por el mundo —¡oh, miserable de mí! —y no poder participar de lo que ve, aunque de ello participan los demás y es la felicidad de ellos.

      El espectro lanzó otro grito y sacudió la cadena, retorciéndose las manos espectrales.

      —Estás encadenado —dijo Scrooge temblando—. Dime por qué.

      —Llevo la cadena que forjé en vida —replicó el espectro—. La hice eslabón a eslabón, metro a metro; la ciño a mi cuerpo por mi libre voluntad y por mi libre voluntad la usaré. ¿Te parece rara?

      Scrooge temblaba cada vez más.

      —¿Quieres saber —prosiguió el espectro— el peso y la longitud de la cadena que soportas? Era tan larga y tan pesada como ésta hace siete Nochebuenas. Desde entonces la has aumentado, y es una cadena tremenda.

      Scrooge miró al suelo alrededor del espectro, creyendo encontrarle rodeado por unas cincuenta o sesenta brazas de férreo cable; pero nada pudo ver.

      —¡Jacob —le dijo suplicante—, viejo Jacob Marley, háblame más! ¡Háblame para mi consuelo, Jacob!

      —No tengo ninguno que dar... —replicó el Espectro—. Eso viene de otras regiones, Scrooge, y por medio de otros ministros, a otra clase de hombres


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