Su seductor amigo. Alison Kelly

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Su seductor amigo - Alison  Kelly


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junto al vino y logró sonreírle a su amiga mientras se dejaba caer en el rincón del sofá en cuestión, tapizado de amarillo y blanco–. Las clases de cocina deben estar funcionando –comentó Ellee–. La mayor parte sólo se ha quemado por un lado.

      –Experimenté con una mezcla de quesos gruyère y roquefort. Dime qué te parecen –alargó la mano para recoger la copa de vino.

      –¿Tú no vas a tomar ninguno? –su amiga frunció el ceño.

      –No podría. Estoy demasiado deprimida para comer.

      –¿Deprimida? Antes me dijiste que querías cancelar nuestra reunión porque estabas demasiado enfadada para ver la tele.

      –Y lo estaba. Ahora me siento deprimida.

      –¿Porque Jye no te quiso ayudar con Brad?

      –¡No! –espetó–. ¡Eso me pone furiosa!

      –Cielos, no tienes que arrancarme la cabeza de un mordisco…

      –Lo siento, Ellee –suspiró y se reclinó en el sofá–, no pretendía saltar contigo. Es que no he podido ponerme en contacto con Brad desde anteayer; no se lo espera de vuelta en la oficina hasta dentro de dos semanas.

      –Ah, la luna de miel.

      –¡Ellee! ¡Brad y Karrie no están juntos! Simplemente se tomaron las vacaciones al mismo tiempo por las apariencias. No se tiene una luna de miel con un matrimonio de conveniencia.

      –¿Y eso?

      –¡Porque no habría nada que hacer, desde luego!

      –Por todos los santos, Steff, tú no eres tonta –Ellee se echó el largo cabello castaño hacia atrás–. Nada dice que el sexo no puede ser conveniente –sonrió–. En realidad, la idea de tener a un chico atractivo bajo contrato me parece excitante.

      –¡Eres tan mala como Jye! ¿Por qué nadie puede aceptar que Brad y Karrie no están interesados en una relación física?

      –Porque… –el tono que empleó su amiga por lo general lo reservaba para aclarar bien las cosas–… Brad Carey es arrebatador y Karrie podría trabajar como modelo si alguna vez necesitara dinero.

      –Como de costumbre, exageras. Hay un montón de hombres más atractivos que Brad. Y Karrie Dent es demasiado dotada para ser modelo.

      –Lo que quieres decir es que, a diferencia de ti, ella tiene busto.

      –Yo tengo busto –se defendió Stephanie con toda la convicción que pudo–. Sólo está sutilmente poco resaltado, eso es todo. Además, no todos los hombres tienen obsesión por los globos y un aspecto voluptuoso, ¿sabes? Algunos, como Brad, prefieren la inteligencia y la personalidad en una mujer.

      –Sí, pero no necesariamente en la cama –la respuesta de Stephanie fue el silencio y una mirada dura–. Vale, vale, lo siento –se disculpó su amiga–. Estoy segura de que todo lo que te dijo Brad sobre su matrimonio es verdad. Más allá de los límites de la credibilidad –no pudo evitar añadir–. Pero verdad al fin y al cabo. He de reconocer que en las pocas ocasiones que lo he visto, siempre me ha parecido directo y de confianza.

      Stephanie asintió, aunque deseó haberse enterado de la boda antes de que tuviera lugar, y no después, una vez consumada.

      Aunque sólo había regresado de Sydney hacía unos días, tras cinco semanas de ausencia, Brad y ella habían hablado varias veces en ese tiempo, y a pesar de que todas las llamadas se habían iniciado por cuestiones de trabajo, ninguna había terminado de esa manera. No había forma de que hubiera podido adivinar el interés de Brad, pero como la ley en Nueva Gales del Sur requería un periodo de «meditación» de cuatro semanas entre la solicitud de una licencia matrimonial y la celebración del enlace, Brad había estado «técnicamente» comprometido durante todas las conversaciones que mantuvieron, y eligió no mencionárselo.

      No había resultado fácil ocultar su asombro cuando el padrino mencionó descuidadamente el ascenso de Brad durante la cena que tuvieron tres días atrás, después de que la recogiera en el aeropuerto. En el espacio de unos segundos había pasado de aturdida a incrédula, de tener el corazón roto a estar furiosa.

      Nunca en la vida había estado tan encolerizada, ni siquiera con diecisiete años, cuando Jye, que era cuatro años mayor, le había contado al padrino que ella salía con un chico de veinticinco años. Lo que entonces le había indignado era que mientras Jye jugaba a ser un alguacil moral con su romance inocente, estaba inmerso en una aventura con una divorciada que le doblaba en edad. A pesar de que esa actitud rebosaba hipocresía, resultaba insignificante comparada con descubrir a un chico del que estaba un noventa y nueve punto noventa y nueve por ciento enamorada y que se había casado con otra.

      De algún modo había logrado mantener un semblante de normalidad durante la cena con Duncan, pero en cuanto se marchó se puso a llamar a Brad. Al no localizarlo ni en su casa ni en el móvil, marcó el número de Jye, con la esperanza de tener un oído compasivo, pero respondió una mujer jadeante. De nuevo sus emociones habían pasado de la desesperación a la furia. Demasiado herida para dormir, pasó el resto de la noche alternando entre el llanto y tramar formas espantosas de asesinar tanto a Brad como a esa mujer sin aliento ni rostro.

      Al ir a trabajar al día siguiente, se enteró por la secretaria del departamento de que Brad se hallaba de «vacaciones» y que sólo se lo podía localizar ante una emergencia. Por suerte, una de las ventajas de ser la ahijada del dueño de la empresa era que podías decir: «No intentaría hablar con él si no fuera una emergencia, ¿verdad?» y que nadie lo cuestionara.

      No cabía duda de que Brad se había quedado perplejo al oír su voz cuando al fin pudo hablar con él, pero supuso que se lo podía perdonar, ya que su modo de saludarlo había sido: «Hola, miserable pozo de escoria de dos caras». O palabras por el estilo. Al final, sin embargo, se había mostrado sinceramente arrepentido por no contarle lo que pasaba; le explicó que no había querido que sintiera que la ponía en una posición en la que tendría que elegir entre la lealtad hacia su padrino y su empresa por encima de su amistad con él. Ese era el Brad que ella conocía, del que se había enamorado y, tal como le había prometido, existía una carta que le había enviado y que esperaba entre todas las que había recogido aquella misma tarde su vecina.

      Fue después de leerla por enésima vez, y tras derramar el correspondiente número de lágrimas, cuando Stephanie tuvo la idea de encontrar una distracción para Karrie; con la ayuda de Jye, el matrimonio profesional de Brad no tenía por qué representar la muerte automática de su floreciente relación con él. Pero Jye se había negado a ayudarla.

      –¡Cerdo egoísta de corazón frío!

      –¿Perdón? –Ellee enarcó una ceja–. Pensé que Brad era el hombre más amable y maravilloso que Dios había creado.

      –Lo es. ¡El cerdo es Jye!

      –Jye es un encanto.

      –Ser atractivo y sexy no tiene por qué serlo todo, Ellee.

      –No, pero Jye Fox lo es –repuso con vehemencia–. Jamás te perdonaré por no arreglar que saliera con él.

      –Mira, Ellee, lo intenté, ¿vale? Contigo, con Jill, con Kaitlin, con toda maldita mujer con la que cometí el error de presentarle –sacudió la cabeza y se adelantó para servirse más vino–. Sinceramente, a veces creo que el único motivo por el que hice tantas amigas en mi adolescencia era porque vivía en la misma casa que él.

      –Steff…

      –¿Hmm?

      –Lo era –la expresión de su amiga tuvo éxito en conseguir que Stephanie riera–. ¡Bueno, al menos eso es algo! –aprobó Ellee–. ¿Soy yo quien mejora tu estado de ánimo o esa botella de vino cada vez más vacía?

      –Las dos –le guiñó un ojo–. Aparte del hecho de que esta noche espero una llamada de Brad. Pásame un sandwich, ¿quieres?

      –¿Estás segura? Ya me comí


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