E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham

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E-Pack Novias de millonarios octubre 2020 - Lynne Graham


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habitación, deseando poder volver al piso de abajo sola.

      Capítulo 2

      Kat vio disgustada que la habitación estaba desordenada. Se le había olvidado que Emmie había pasado la noche en ella y había dejado la cama deshecha y todo lleno de cosas. Por desgracia, no tenía ninguna otra habitación disponible.

      –Se me había olvidado que mi hermana durmió aquí anoche. Recogeré la habitación y cambiaré las sábanas –le aseguró a Mikhail mientras empezaba a recoger las pertenencias de Emmie para dejarlas en su propia habitación.

      Mikhail se preguntó por qué parecía tan nerviosa y por qué guardaba tanto las distancias con él. No, aquella no iba a ser una de esas mujeres que intentaban acercarse a él atraídas por su dinero y por su poder. Estaba acostumbrado a provocar reacciones en el sexo contrario: deseo, celos, codicia, ira, interés, pero no nervios. Le divirtió que no supiese quién era, que no hubiese reconocido su nombre, pero ¿cómo iba a saber quién era una mujer que vivía en medio de la nada? El anonimato era algo extraño para el hijo de un multimillonario.

      Kat volvió para llevarse el resto de las cosas de su hermana. Mikhail le tiró un sujetador que colgaba de la lamparita de noche. Ella se ruborizó y volvió a salir de la habitación, para regresar con un juego de sábanas limpias. Estaba tan nerviosa que ni siquiera era capaz de mirarlo.

      –¿Habéis venido de vacaciones? –preguntó por fin, para romper el silencio.

      –El fin de semana, para escapar de Londres –respondió él.

      –¿Vivís en Londres? –dijo ella, levantando un instante la mirada, sin poder evitar volver a admirar su belleza.

      –Da... Sí –respondió él–. Luka y yo somos rusos.

      Ella empezó a hacer la cama y deseó que él se ofreciese a ayudarla para poder terminar antes, pero, a juzgar por la postura arrogante de aquel hombre, lo más probable fuese que no hubiese hecho una cama en toda su vida.

      Mikhail se metió las manos en los bolsillos para ocultar su erección. Estaba muy excitado. Kat se estaba inclinando delante de él y no había podido evitar fijarse en que tenía un trasero perfecto y unas piernas muy esbeltas. Se las imaginó alrededor de su cintura mientras le hacía el amor y sintió mucho calor. Se sentía como si llevase años sin sexo, cuando no era verdad. Por suerte, se había dado cuenta de que ella lo miraba con deseo. Eso lo alegró. No llevaba alianza y era evidente que estaba disponible...

      Después de poner las fundas de las almohadas en silencio, Kat volvió a mirarlo. Se sentía tan incómoda como una colegiala y no era capaz de charlar amigablemente como hacía con otros huéspedes. Él le sonrió y todo su rostro se iluminó.

      –¿Podrías prepararnos algo de cenar? –le preguntó.

      Y vio que seguía muy nerviosa. Se imaginó que tenía poca experiencia con los hombres y se preguntó por qué aquello no lo desanimaba, cuando solía preferir a mujeres experimentadas.

      Kat giró la cabeza, pero en vez de mirarlo directamente a los ojos, clavó la vista en su tórax.

      –Sí, aunque tendrá que ser algo sencillo.

      –Con el hambre que tenemos, no nos importará.

      Ella fue al baño a recoger las cosas de su hermana y a cambiar las toallas.

      –Ahora subo a limpiarlo –le dijo, atravesando la habitación.

      Pero Mikhail quería que se quedase allí. Extendió un mapa de la zona encima del escritorio y Kat se dio cuenta de que este tenía polvo.

      –¿Me puedes enseñar dónde está exactamente la casa? –le preguntó, a pesar de saberlo–. Me gustaría saber cómo de lejos estamos del cuatro por cuatro.

      –Un momento –le pidió Kat, saliendo de la habitación para llevarse el resto de las cosas de su hermana.

      Dejó un juego de toallas limpias encima de la cama y se aproximó a él. Pensó que estaban demasiado cerca. Podía sentir el calor de su cuerpo, escuchar su respiración y aspirar su olor a hombre y a restos de colonia. Aquella era una experiencia demasiado íntima para una mujer que hacía mucho tiempo que le había cerrado la puerta a la atracción física. Su cuerpo reaccionó como si la hubiese tocado.

      No obstante, se controló y señaló en el mapa.

      –Estamos justo aquí...

      Él cubrió su mano.

      –Estás temblando –murmuró en voz baja, apoyando la otra mano en su hombro para hacer que lo mirase.

      –Debe de ser por el frío... –respondió, sorprendida por estar permitiendo que un extraño la tocase.

      No era posible que se hubiese dado cuenta de cómo lo había mirado, pero un hombre tan guapo debía de estar acostumbrado a ello. Seguro que no tardaba en reírse de ella.

      Fue esa idea, ese miedo, lo que hizo que guardase la compostura y levantase la cabeza con determinación. Fue un error porque sus miradas se encontraron y ella notó que le faltaba el aliento. En esos momentos tenía de todo menos frío. Fue como si el tiempo se detuviese mientras él levantaba la mano de su hombro y le pasaba un dedo por el labio inferior.

      –Quiero besarte, milaya moya –le dijo entre dientes.

      Y ella retrocedió alarmada al darse cuenta de que había estado a punto de perder el control y el sentido común.

      –No... De eso nada –respondió con el corazón acelerado–. Si ni siquiera te conozco...

      –No suelo pedir permiso antes de besar a una mujer –replicó él con frialdad–, pero deberías tener más cuidado.

      –¿Cómo? –preguntó ella–. ¿Qué quieres decir?

      –Que es evidente que te sientes atraída por mí –le dijo Mikhail con voz firme–. Me he dado cuenta... Eres una mujer muy bella.

      Kat se sintió humillada y avergonzada. Entonces, era culpa suya que aquel hombre se le hubiese insinuado. Eso la puso furiosa. Apretó los dientes y respondió:

      –Voy a hacer la cena.

      Se dio la vuelta y salió de la habitación.

      Mikhail se quedó asombrado por la respuesta de aquella mujer. Conocía a las mujeres, las conocía lo suficientemente bien como para saber cuándo podía lanzarse. ¿A qué demonios estaba jugando ella? ¿Pensaría que iba a desearla más si guardaba las distancias? Juró en ruso, todavía sorprendido por lo ocurrido. Era absurdo, impensable, imposible. Era la primera vez que lo rechazaban.

      Kat sacó carne del congelador y la puso a descongelar. Lo mejor que podía ofrecer a sus huéspedes era un estofado de ternera. Todavía no había subido a limpiar el cuarto de baño, pero no tenía ganas de volver a ver a aquel hombre. No tenía miedo, pero se sentía avergonzada. Se había sentido atraída por un hombre por primera vez en muchos años, eso no podía negarlo. Y esa atracción había sido tan fuerte que le había impedido actuar como una persona normal, en vez de como una idiota.

      ¿Cómo había podido delatarse? Tenía que haber sido por la manera en que lo había mirado, así que no volvería a mirarlo, ni a hablar con él. No haría nada que pudiese malinterpretarse.

      Oyó un golpe en la puerta y levantó la vista de las verduras que se hallaba cortando violentamente. Vio a Luka, que se estaba apoyando en el bastón que le había dejado. ¡Se había olvidado por completo de él!

      –Siento interrumpir, pero...

      –No, la que lo siente soy yo. Se me había olvidado enseñarte tu habitación –se disculpó mientras se lavaba las manos.

      –Me he quedado dormido en el sillón –le dijo él–. Nunca había estado tan cansado en toda mi vida, y eso que ha sido Mikhail el que me ha traído hasta aquí. No me puedo creer que pasar el fin de semana aquí haya sido idea


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