A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster

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A merced de la ira - Un acuerdo perfecto - Lori Foster


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eso, en realidad. Gary es más bien un empleado. Yo lo llamo socio porque trabaja tantas horas como yo. A veces, más. Ahora que estoy aquí, muchas más, claro.

      –¿Hay alguien más?

      –No, y ¿a ti qué te importa, además?

      –Solo quería saber si hay alguien más implicado en este absurdo plan tuyo –dobló otra esquina y acabaron en una calle que a Priss le sonaba–. O si tienes a alguien en casa que pueda empezar a buscarte en cuanto no des señales de vida.

      Priss no estaba preocupada, pero tampoco se tomaba a la ligera a Trace.

      –¿Otra vez estás pensando en matarme?

      Él se rio un momento.

      –En matarte, no.

      ¿Qué estaba pensando en hacerle, entonces? Priss no se atrevió a preguntar. Tenía que mantener a raya a Trace Miller, o como quiera que se llamase.

      –Este tipo de vida no se presta mucho al romanticismo.

      Él le acarició la rodilla con el pulgar y Priss si preguntó si era consciente de lo que estaba haciendo.

      –Trace…

      –Estaba pensando que no he visto que tuvieras una sola peca. Ni en la cara –le lanzó una mirada rápida–, ni en el cuerpo.

      –Sí, ¿y qué?

      –Que es muy curioso teniendo en cuenta el color de tu pelo, ¿no crees?

      Priss le retiró la mano.

      –En primer lugar, las manos quietas, ¿entendido?

      Él no dijo nada, pero Priss vio que esbozaba una levísima sonrisa.

      –Y en segundo lugar, ¿te has fijado por casualidad en que mis cejas y mis pestañas son de color castaño oscuro, sin una gota de rojo?

      –¿Y?

      –Que no soy como otras pelirrojas, que lo tienen todo… –se puso colorada– rojo.

      –¿Ah, sí? –él miró significativamente su regazo–. No me digas.

      Priss le dio un puñetazo en el hombro.

      –No me gusta lo que estás pensando.

      –No sabes lo que estoy pensando –y añadió con otra sonrisa provocativa–: ¿O sí?

      Priss cruzó los brazos.

      –Si lo que insinúas es que me tiño el pelo, la respuesta es no. Lo tengo todo natural.

      –Eso ya lo veremos.

      –¡Tú no vas a ver nada!

      –Ya lo he visto casi todo hoy –repuso Trace en voz baja–. Si me hubiera acercado un poco para verte mejor…

      –¡Basta ya! –Priss sintió la cara acalorada, y odiaba sentirse así–. Y eso me recuerda que quiero que borres esa maldita fotografía.

      –Ni lo sueñes. Verte con ese conjunto fue un momento estelar para mí –paró en un aparcamiento, dejó el coche al ralentí y miró a su alrededor–. Tenías razón. Este sitio es un verdadero antro.

      Priss ni siquiera se había dado cuenta de que habían llegado a su apartamento. Se enfadó al pensar que se había distraído hasta ese punto por culpa de Trace. Eso podía ser mortal.

      Tarde o temprano lo pillaría desprevenido, le quitaría el teléfono y lo haría trizas. Trace ya se había enviado la foto por e-mail, pero así al menos se tomaría la revancha.

      Hasta entonces…

      –¿Y ahora qué?

      –Ahora entramos, recogemos algunas cosas y haces como que vas a alojarte en el hotel. Si alguien va a buscarte allí y no estás, siempre puedes decir que estuviste por ahí de copas hasta muy tarde o algo así.

      –Salir de copas no va con mi tapadera.

      Él apretó la mandíbula.

      –Ya se me ocurrirá algo. Pero a partir de ahora tienes que mantenerte siempre alerta si quieres sobrevivir. ¿Entendido?

      –No –nada ni nadie le impediría hacer lo que se había propuesto. Intentó abrir su puerta, pero no se movió–. Abre.

      Él la obligó a volverse hacia él. Tenía intención de echarle una bronca, pero entonces sucedió algo curioso: en lugar de soltarle un sermón, la miró a los ojos y luego a la boca. Y su actitud cambió por completo. Pareció igual de tenso, pero por razones completamente distintas.

      Seguía mirando fijamente su boca cuando el cierre de la puerta de Priss se abrió. Ella bajó la mirada y vio que había abierto sin dejar de mirarla. Lo miró de nuevo a los ojos y se ablandó. Maldición, resistirse a Trace no iba a ser fácil si seguía mirándola así.

      –¿Tú también vienes?

      –Sí –de pronto se apartó de ella y salió del coche. Rodeó el capó para abrirle la puerta–. Acabemos con esto de una vez.

      Priss decidió no ofenderse. Sacó la llave de un bolsillito escondido de su bolso.

      –Muy bien –salió del coche y se puso a su lado–. Pero cuando entremos, ten cuidado con dónde pisas.

      –¿Por qué? –la agarró del brazo y se dirigió a la entrada sin dejar de mirar a su alrededor–. ¿Has minado el apartamento?

      Ella no le hizo caso.

      –Es por aquí –se adelantó, dirigiéndose hacia la entrada lateral. Se oyeron sirenas de policía a lo lejos, mezcladas con la música del bar de al lado–. En la segunda planta.

      Pasaron junto a una prostituta que estaba haciendo carantoñas a un cliente contra la pared de ladrillo de enfrente del edificio. Priss pasó por encima de una botella rota. Se oyó un chirrido de neumáticos y alguien comenzó a gritar improperios.

      Trace hizo una mueca de desagrado.

      –Habría que cerrar este antro.

      –Puede ser, pero es tan sórdido que nadie me hizo preguntas cuando alquilé el apartamento.

      –No me extraña. Podrían atracarte, violarte o asesinarte en el aparcamiento y nadie se daría cuenta.

      Priss meneó la cabeza.

      –Eso no me preocupa.

      Subieron las escaleras metálicas sujetas precariamente al edificio. Trace refunfuñó algo y añadió:

      –Hay muchas cosas que no te preocupan y que deberían preocuparte.

      No tenía sentido ponerse a discutir con él. Su capacidad de decisión sobre lo que debía o no debía preocuparle era muy limitada.

      –Por aquí.

      El edificio había sido reformado para alojar a cuatro inquilinos por separado. El apartamento de Priss estaba en la esquina de atrás, frente al bar. Trace señaló con la cabeza el siniestro local.

      –Abre temprano.

      –Tengo entendido que abre a la hora de comer, pero cuando más gente tiene es a la hora de la cena. No me molesta. Estoy acostumbrada a esa clase de ruidos.

      Trace le lanzó una larga mirada, pero Priss se negó a mirarlo. Abrió la puerta usando su llave.

      –Ten cuidado.

      –¿Con qué? –preguntó él.

      Entraron y antes de que ella encendiera la luz se oyó un gruñido. Trace se quedó helado tras ella. Pero no por mucho tiempo.

      De pronto, Priss se descubrió tras él, pegada a la pared. Cuando se dio cuenta de que Trace había sacado su pistola, le dio un golpe en el hombro.

      –¡No te atrevas a disparar a mi gato!

      Él


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