La noche del dragón. Julie Kagawa

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La noche del dragón - Julie Kagawa


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una orden de la dama Hanshou?

      Sus ojos oscuros parpadearon y la esquina de su boca se curvó aún más.

      —Ya deberías saberlo, Tatsumi-kun —dijo en voz baja—. Un shinobi nunca revela sus secretos, ni siquiera a un demonio. En particular, no a un demonio —por un breve instante, una sombra de lástima cruzó su rostro, un indicio del arrepentimiento que me estaba devorando desde las entrañas—. Kamis misericordiosos, en verdad te has convertido en un monstruo, ¿no es así? —murmuró—. Entonces, ésta es la razón por la cual los nobles Kage están aterrorizados por Kamigoroshi. Yo creí que tú, de entre todas las personas, eras demasiado fuerte para caer ante Hakaimono.

      Sus palabras no deberían haber herido, pero las sentí como si hubiera clavado la hoja de una espada tanto debajo de mi piel. Y al mismo tiempo, sentí una oscuridad desarrollándose en mi interior que me instaba a matarla, a que aplastara su garganta entre mis manos. Pude ver mi reflejo en sus ojos oscuros; los alfilerazos al rojo vivo de mi propia mirada en su mirada. En las puntas de mis dedos habían crecido unas garras negras curvas que se clavaban en su piel.

      —No quiero matarte —dije en un susurro, y escuché la disculpa en mi voz. Porque los dos sabíamos que la muerte era el único final de este enfrentamiento. Un shinobi nunca se rendía. Si la dejaba ir, ella regresaría con refuerzos, y la vida de Yumeko y los demás estaría en riesgo.

      Una sonrisa triste y triunfante cruzó el rostro de Ayame.

      —No lo harás —dijo—. No te preocupes, Tatsumi-kun. Mi misión ya se ha cumplido.

      Su mandíbula se movió, como si estuviera masticando algo, y percibí el indicio de un aroma dulce y escalofriante que hizo que mi estómago se revolviera.

      —¡No! —apreté su garganta, empujando a la kunoichi de vuelta contra el tronco, tratando de evitar que tragara, pero ya era demasiado tarde.

      La cabeza de Ayame rodó hacia atrás, y comenzó a convulsionarse. Sus extremidades se retorcieron en espasmos frenéticos y descontrolados. Sus labios se separaron y una espuma blanca salió burbujeando, se derramó por su barbilla y bajó por el cuello de su uniforme. Observé impotente, con dolor, enojo y un doloroso nudo en mi garganta, hasta que los espasmos finalmente cesaron, y ella se desplomó sin vida en mis brazos, víctima de las lágrimas de loto de sangre, uno de los venenos más potentes que el clan tenía a su disposición. Unas cuantas gotas te mataban al instante, y todos los shinobi llevaban un diminuto y frágil frasco consigo, accesible incluso si sus manos estuvieran sujetas. Las lágrimas de loto de sangre aseguraban que un shinobi de los Kage nunca revelara sus secretos.

      Aturdido, bajé a la kunoichi a la rama, la recosté con suavidad contra el tronco y acomodé sus manos sobre su regazo. Ayame tenía la mirada al frente, con sus oscuros ojos fijos y ciegos, la expresión floja. Un hilo blanco todavía corría desde una esquina de sus labios. Lo limpié con un paño y cerré sus ojos para que pareciera que estaba durmiendo. Entonces llegó hasta mí un recuerdo: la imagen de una niña dormitando en las ramas de un árbol, escondiéndose de sus instructores. Estaba tan molesta cuando le dije que debíamos volver que amenazó con poner un ciempiés en mi saco de dormir si le decía a nuestro sensei dónde había estado.

      —Lo siento —le dije en voz baja—. Perdóname, Ayame. Ojalá no fuera ésta nuestra circunstancia.

      “En verdad te has convertido en un monstruo, ¿no es así?”

      Incliné la cabeza. Mi antigua hermana de clan tenía razón: yo era un demonio ahora. Mi verdadera naturaleza era matar y destruir. No había lugar para mí en el Imperio, no había lugar para mí entre los nobles clanes o mi familia, y ciertamente no tendría lugar al lado de una hermosa e ingenua chica zorro que parecía tontamente impávida ante el hecho de que yo pudiera destrozarla sin miramientos.

      Una brisa agitó las ramas de los árboles, y suspiré mientras pasaba una mano por mi rostro. ¿Por qué la dama Hanshou había enviado sólo a dos shinobi para enfrentarme? Ayame era una de las mejores guerreras del Clan de la Sombra y estaba directamente bajo las órdenes de Maestro Ichiro, el instructor principal de los shinobi de los Kage; sólo la daimyo podría haber ordenado tal misión, pero la dama Hanshou sabía, mejor que nadie, que un par de shinobi no tendría ninguna posibilidad contra un demonio. Y sin embargo, Ayame había dicho que su misión ya se había cumplido…

      Me enderecé alarmado. La dama Hanshou sabía que dos shinobi no podrían vencerme, ése nunca había sido el objetivo. La misión de Ayame no era matarme, sino fungir de distracción. Una artimaña para alejarme de Yumeko y los demás, de manera que se quedaran solos en una cueva oscura…

      Con un gruñido, di media vuelta y corrí de regreso a través de los árboles, maldiciendo mi estupidez y esperando que no fuera demasiado tarde.

      03 El sufijo -san expresa cortesía y respeto, es el honorífico más común, y se utiliza tanto en hombres como en mujeres.

      04 Al tratarse de un noble, realeza, puede usarse además la partícula “no” que significa “de”, para referirse a la pertenencia a una renombrada familia.

      05 El sufijo -sama es más formal que -san. Se utiliza para personas de una posición muy superior (como un monarca o un gran maestro) o alguien a quien se admira mucho.

      06 El sufijo -kun es un honorífico utilizado generalmente en hombres, y se refiere a una persona de menor edad o posición. También lo utilizan los jóvenes entre sí como una expresión de cercanía y afecto.

      3

      ESPADAS EN LA OSCURIDAD

      Yumeko

      Estaba preocupada por Tatsumi.

      No porque fuera un demonio. O un mediodemonio. O porque un demonio compartiera su mente con él. En realidad, todavía no estaba segura de qué era Tatsumi, exactamente. Y tampoco creía que él supiera si era más oni que humano, más Hakaimono que Kage Tatsumi. En realidad no me preocupaba que se volviera contra nosotros en medio de la noche, aunque sabía que su presencia ponía muy nerviosos a Reika ojou-san y a los otros. Ninguno de ellos, ni siquiera Okame-san, se sentía cómodo teniendo a un oni entre nosotros. Reika ojou-san refunfuñaba porque yo estaba siendo demasiado ingenua y porque no se podía confiar en un demonio, dado que éstos eran malvados y traicioneros, y porque yo era una tonta por bajar la guardia. Y tal vez sí estaba siendo ingenua, pero había visto la verdadera alma de Tatsumi, su fuerza y su brillo, y ahora sabía que él haría todo lo posible para no caer preso del salvajismo de Hakaimono.

      No, yo no estaba preocupada de que él nos pudiera traicionar. Me preocupaba que su culpa y el miedo a aquello en lo que se había convertido lo llevaran a alejarse para mantenernos seguros. Esa noche, Tatsumi se deslizaría calladamente en las sombras, y nunca lo volvería a ver. Conociendo a Tatsumi, intentaría encontrar y enfrentarse a Genno por su cuenta, y aunque el asesino de demonios era increíblemente fuerte, no sabía si podría destruir solo al Maestro de los Demonios y a su ejército de monstruos, magos de sangre y yokai.

      Oh, Tatsumi Yo te ayudaría si me lo permitieras. No tienes que enfrentarte a Genno solo. Ya has estado solo el tiempo suficiente.

      —¿Yumeko-chan?7

      Parpadeé y levanté la vista. Okame-san estaba sentado con las piernas cruzadas delante de mí, una mano en el cubilete que estaba boca abajo entre nosotros, y una mirada expectante en el rostro.

      —Es tu turno —dijo.

      —Oh —miré el recipiente de bambú bajo sus dedos y me pregunté qué debía hacer. La verdad es que no había escuchado la explicación—. Gomen… ¿cuáles eran las reglas otra vez?

      —Es fácil, Yumeko-chan —sonrió el ronin—. Dices “cho” si crees que los dados sumarán número par, o “han” si crees que los números sumarán impar. Eso es todo.

      —¿Eso es todo? —ladeé la cabeza—. Parece un juego muy simple, Okame-san.

      —Confía en mí, no lo es cuando hay un imperio


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