Tú y sólo tú - Esposa de verdad. Susan Crosby

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Tú y sólo tú - Esposa de verdad - Susan Crosby


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podría hacer cuando su hija estaba punto de cumplir dieciocho años?

      Iba a ser una noche mágica.

      Por fin juntos.

      Pero había subestimado a su padre. Aquel hombre estaba dispuesto a negarle una educación universitaria si no le obedecía. Prefería dejarla sin ir a la universidad que verla feliz con un chico que a él no le gustaba.

      —¿Y bien? —la instó.

      Cagney se mordió el labio inferior.

      Jonas era capaz de ver y de pensar con perspectiva, así que Cagney pensó que por una noche y por un baile daría igual porque tenían toda la vida por delante. Le explicaría la situación y él la entendería porque sabía cómo era su padre.

      Lo más importante era conseguir ir a la universidad en la que los habían aceptado a los dos. Una vez allí, podrían pasarse todo el día juntos.

      Seguro que la entendería.

      Cagney se relajó.

      —Está bien —accedió—. Le voy a llamar para…

      —No.

      —¿Cómo? —se indignó Cagney.

      —Hace años que te prohibí que hablaras con ese perdido y, aunque nunca me has obedecido, esa prohibición sigue en pie.

      —Pero he quedado con él y sería de muy mala educación por mi parte dejarlo plantado sin darle una explicación —insistió Cagney.

      Su padre se acercó a ella tanto que Cagney percibió el café de su aliento.

      —Me parece que no lo entiendes. Me importa un bledo ese chico y sus sentimientos, si es que los tiene. Vas a ir al baile con otro chico y no le vas a decir nada a tus amigas ni a él. Si no me obedeces, olvídate de la universidad. No te creas que estoy de broma.

      —¡Jefe! —exclamó Cagney golpeando el colchón con los puños—. Eso no es justo.

      Su padre la agarró de la muñeca y se la apretó.

      —La vida no es justa y ya va siendo hora de que te enteres.

      ¡Como si no lo supiera! Cagney dejó que la rabia se apoderara de ella.

      —¿Por qué eres tan cruel? —murmuró.

      Una avalancha de emociones atravesó el rostro de su padre, que consiguió volver a recuperar el control al cabo de unos segundos.

      —Contéstame. Sí o no, Cagney. Contesta inmediatamente porque tengo cosas mejores que hacer que estar aquí perdiendo el tiempo contigo.

      Cagney sintió que el mentón le temblaba de la rabia a pesar de que estaba intentando controlarse. Echó los hombros hacia atrás. Aunque fuera en el último momento, podría hablar con Jonas al día siguiente en el colegio.

      —Y mañana no vas a ir al colegio, por cierto —le dijo su padre como si le hubiera leído el pensamiento—. Ya he llamado para advertirlo.

      Cagney sintió que el corazón le daba un vuelco y que las lágrimas le asomaban a los ojos.

      —¿Cómo? ¿Tan seguro estabas de cuál iba a ser mi contestación?

      ¿Y cómo iba a ser de otra manera? Su padre era una persona manipuladora y calculadora. Claro que lo que acababa de hacer era lo peor que le había hecho en su vida. ¿Para qué lo hacía? ¿Para hacerles daño a Jonas y a ella? Sabía que su padre era una mala persona, pero aquello era demasiado.

      —¿Qué contestas? —la urgió el jefe de policía mirándola con aire triunfante—. ¿Qué prefieres? ¿Ir al baile de fin de curso con un chico que no es digno de ti y nunca lo será o ir a la universidad? Tú eliges.

      Cagney sintió un intenso frío por dentro. No podía reaccionar adecuadamente. No sentía nada. Sabía que debería estar llorando y gritando, como habría hecho Terri en su lugar, pero ella se sentía confusa, atrapada y torturada.

      —Elijo ir a la universidad, por supuesto. ¿Te crees que soy idiota?

      —A veces, teniendo en cuenta el tipo de amigos que eliges, lo pareces —le espetó su padre soltándole la muñeca y yendo hacia su bolso, abriéndolo y quitándole el teléfono móvil—. Me lo llevo —añadió desconectando también el fijo—. Tengo muy claro que no puedo confiar en ti. Por cierto, tampoco intentes utilizar el ordenador porque le he quitado el módem.

      Cagney sintió que la furia se apoderaba de ella.

      «Debería luchar», pensó.

      —No tienes escapatoria, así que ni te molestes. Mañana me voy a quedar en casa para vigilarte y estaré aquí cuando tu cita pase a buscarte para ir al baile.

      —No soy tu prisionera —se defendió Cagney aunque, a veces, se sentía exactamente así.

      —No, eres mi hija, vives en mi casa y acatas mis normas. ¿Con quién vas a ir al baile?

      Cagney no contestó.

      —¿No contestas? Supongo que eso querrá decir que no vas a ir. Mejor —le espetó su padre yendo hacia la puerta.

      —No, espera —le dijo Cagney tomando aire—. Iré con mis amigas, en pandilla.

      La idea de quedarse en casa mientras sus amigas estaban en el baile se le hacía insoportable. Se moría por ir con Jonas, pero se sentía acorralada. Podría llamarlo desde el baile para verse allí. Ya era algo.

      —No. Sólo las pringadas y las frescas van en pandilla —contestó el jefe de policía.

      —¡Eso no es cierto!

      —Si no vas con un chico, te quedas en casa.

      Cagney suspiró con frustración.

      —Tad Rivers —murmuró—. Me lo pidió y no creo que tenga ninguna cita porque, según he oído, iba a ir en pandilla —añadió—. ¿Lo consideras un pringado por ello o es apto? Su padre es el fiscal de la ciudad.

      —Voy a llamar a Will Rivers ahora mismo.

      —Quiero ir en grupo, con mis amigas. Mick, Erin y Lexy van a ir todas juntas con sus citas —sugirió Cagney—. Si me dejas llamar a Lexy… —añadió con la esperanza de poder ponerse en contacto con Jonas a través de su amiga.

      —Ahora la llamo también.

      —Vaya, gracias. ¿Y qué le vas a decir?

      —No te hagas la lista —le advirtió su padre señalándola con el dedo índice—. Te estoy haciendo un gran favor. Deberías darme las gracias.

      Cagney apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas de las manos y se hizo sangre. Si no podía ir al baile con Jonas, estaba decidida a emborracharse por lo menos. Era lo mínimo que se merecía su padre.

      —Tu madre ha dicho que la cena estará en veinte minutos.

      —No tengo hambre —murmuró.

      —Me da igual que tengas hambre o no. Tu madre ha preparado la cena, que es mucho más de lo que la inútil de Ava Eberhardt habrá hecho, así que quiero que estés en la mesa en veinte minutos. ¿Te ha quedado claro?

      Cagney se quedó en silencio, contemplando la posibilidad de defender a la madre de Jonas, contemplando la posibilidad de decirle a su padre que se fuera al infierno. Luego, recordó que debía ir a la universidad si quería escapar de él y que, para ello, dependía de su dinero. Su padre no le había permitido trabajar mientras había estado en el colegio, así que no tenía absolutamente nada ahorrado. Otra manera de tenerla completamente acorralada.

      —Sí, señor —contestó.

      —Me alegro de ver que a veces todavía eres capaz de ser razonable. Sólo a veces. Sin embargo, no pienso olvidar que me has desafiado.

      Cagney lo miró a los ojos.

      —Me


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