Gilles Deleuze y la ciencia. Esther Díaz
Читать онлайн книгу.inflexiones decisivas para su proyecto de un empirismo trascendental, decisiones que a mi juicio tienen que ver directamente con una reconfiguración de las tesis kantianas y fundan la posibilidad de su proyecto crítico, por un lado. Pero que este fundamento, por otro, remite de modo directo al sentido y a la estructura de la experiencia que el discurso de Kant sostiene (al menos en lo que se deja leer en la Crítica de la razón pura). Recordemos que en aquellas páginas Deleuze retoma el problema que concierne a la recepción de la doctrina de las facultades de Kant, y cómo éstas tanto por el idealismo alemán como por los neokantianos son puestas en entredicho en relación con el principio de génesis, del que Kant supuestamente no habría dado cuenta.[44]
A mi juicio, el problema de Kant siempre fue uno y el mismo desde el punto de vista de la Crítica de la razón pura: la objetividad sin más. Recordemos que la consistencia de la crítica kantiana se sostenía ante todo en la posibilidad de la enunciación de juicios sintéticos a priori, los cuales serían la condición tanto del progreso de la ciencia como de la objetividad. Sin embargo, el esfuerzo de Deleuze, en este contexto del problema, consistió una y otra vez en rehabilitar el despliegue extensivo de esas facultades dispuestas por Kant –entendimiento, imaginación y sensibilidad– desde un punto de vista genético y desde un punto de vista analítico y espontáneamente deductivo. Lo fundamental para esta forma radical de planteamiento estriba en la condición efectiva de que la realidad de estas potencialidades de la subjetividad, que el propio Deleuze reconoce como una pieza esencial para cualquier sistema en filosofía, no se halla confinada por los límites de las formas propias de su determinación. Es completamente razonable esta suerte de reconocimiento: si la tarea de la filosofía es la creación efectiva de conceptos, para ello se requiere entonces de este haz de potencialidades que operan en la estructura de la subjetividad.
El descrédito que tanto el idealismo como el neokantismo observan en la propia doctrina de Kant se debe ante todo al desconocimiento de la posibilidad de una teoría como el empirismo trascendental, el cual es el único medio de no calcar lo trascendental de las figuras de lo empírico. La operación de puesta al límite de las capacidades subjetivas que fundan esta noción de subjetividad implica dos dimensiones a la vez: liberar lo sensible en cuanto tal (afirmando de este modo su heterogeneidad, diversidad e intensidad no cuantificable) y rescatar de otro modo la noción de trascendental (afincada en la proyección dada por la asignación de pureza con que el propio Kant las enviste). Es indudable que el modelo que emplea Deleuze para realizar esta doble tarea no es sino la doctrina estética del juicio reflexionante de lo sublime. Pues ahí la imaginación es violentada frente a la presentación de aquello que excede los límites extensivos de la comprehensión (sublime matemático) y también frente a la presencia poderosa de la naturaleza que excede los límites intensivos de toda representación (sublime dinámico).[45]
Qué quedaría entonces de todo este proceso, si somos lo suficientemente justos con el propio Kant: la mera presentación de la Idea estética. Ésta se expresa como un puro sensible que siempre difiere de sí. Se hace comprensible así que el empirismo trascendental que nos ofrece Deleuze no podría ser sino un empirismo de la Idea, un empirismo que temporaliza los procesos de actualización de las Ideas. A mi juicio, habría que retroceder algo desde Diferencia y repetición frente a esta tan dificultosa problemática: retrotraerse a un par de textos, al artículo “La idea de génesis en la estética de Kant” y, más atrás aún, a la obra Empirismo y subjetividad,[46] con el fin de recoger mayores elementos de análisis en vista a un entendimiento para esta cuestión que en lo inmediato resulta problemática.
En ese artículo donde Deleuze retoma ciertos problemas de la estética kantiana es posible resolver algunos problemas como tarea fundamental de un empirismo trascendental. A saber, el propio principio de génesis de la experiencia que tanto Salomon Maimon como Johannes Fichte reclaman tempranamente a Kant. Muy sumariamente, en la interpretación de Deleuze en el contexto de la Crítica de la facultad de juzgar estética, Kant respondería de modo alusivo a estos reclamos poskantianos por medio de la apuesta de un libre acuerdo entre las facultades. Recordemos que en las dos Críticas que le anteceden el objetivo fundamental era donar objetividad a lo oscuramente dado a la sensibilidad. Esto es, la evocación receptiva y pasiva de ciertos hechos que inquirían por sus condiciones de posibilidad, las cuales se hallan en el espontáneo despliegue de aquellas facultades determinantes Hasta ahí la crítica poskantiana tiene toda la apariencia de lo razonable. La génesis, entonces, no podía ser presentada en virtud de sus propias formas de operación, las cuales en todo momento aparecen signadas bajo el carácter específico de la espontaneidad. No obstante, en la tercera Crítica Kant muestra un fondo donde se fundan las dos Críticas que la preceden, retornando al fondo que es la experiencia; a ese campo o tierra (Feld) que (sin determinación ni dominio alguno) se despliega en un desinterés radical. Ello se expresa en la emisión del juicio reflexionante de lo bello y de lo sublime. Este tipo de juicio sólo expresa el sentimiento del sujeto, ya que nada hay de sublime o de bello en la propia naturaleza, que simplemente brinda la ocasión para que haya tal sentimiento meramente subjetivo.
He aquí lo que a mi entender interesa a Deleuze: si tal empirismo que se invoca como trascendental no podría tener sentido bajo una nueva imagen de la estructura de la subjetividad que, liberada de las constricciones de orden cognitivo o de orden ético, sería la más audaz aventura de la creación de conceptos. Tales conceptos no vendrían hechos de antemano sino que se acomodan a las condiciones reales de la presencia y el despliegue siempre dinámico de lo sensible. Este empirismo no podría proceder bajo esta consigna dada en la producción de los medios que, en cada caso, han de contemplar conceptualmente para liberar lo sensible de determinaciones ajenas y heterogéneas (que vician y desnaturalizan su propio despliegue moviente). Estos medios son las operaciones propias de las facultades que Kant descubre y estructura en su propio proyecto crítico. Esas facultades emancipadas darían lugar a la venturosa captación de flujos, fluxiones y vibraciones que dan la complexión variante que domina lo real en cuanto tal. De este modo, y desde una óptica eminentemente genética, la estructura de la subjetividad –puesta en movimiento por el flujo progresivo de lo sensible– hará devenir a la facultad de la imaginación libre y originaria. A su vez el entendimiento, infinito y original, no se desplegaría a través de sus categorías con fines teoréticos. Pero tampoco se hallará sometido al imperio de una razón práctica pura que produce la determinación mandante de la ley moral.
Esto es lo que descubre y hace extensivo Deleuze, a partir de la seria lectura de esta tercera Crítica, y que es el inicio de la mayoría de los derroteros que han encaminado el desarrollo de la filosofía contemporánea en general. El acto de emancipación de las facultades coincide con una emancipación del concepto de tiempo en Bergson y en la fisonomía del empirismo de Hume. Dicho de otra manera, la estructura de la subjetividad no se halla formada por determinaciones que trascienden sus propias operaciones. Por el contrario, sólo gozarían de esta autonomía, volviéndose ellas mismas a su propio despliegue frente a las singularidades. El sujeto –su concepto y estructura– ha de devenir sujetado a sus propias prácticas variantes y, en virtud de la lectura deleuzeana de Hume, el sujeto se sumerge cada vez en las profundidades de lo dado, de lo sensible intenso, en tanto que sensible puesto en variación por el flujo de la experiencia.
En Empirismo y subjetividad, temprana obra de Deleuze, se desarrolla directamente este tema, donde el concepto de empirismo que postula Hume permite resolver esta fundación tan problemática como estática de la estructura de la conciencia, del despliegue de la experiencia tomada desde su generalidad. Se halla así otra inflexión decisiva que afecta el sentido del empirismo trascendental que afirma Deleuze, inflexión que coincide con la rearticulación de la noción de crítica. Es cierto, a confesión de Kant, que Hume lo despertó del sueño dogmático, pero además es sólo con Hume que se podrían superar los problemas de génesis que enfrenta la dimensión de lo trascendental. Deleuze así parece señalarlo, sosteniendo la tesis fuerte de que la crítica en sentido trascendental reduce de suyo el plano metódico en vista de una especie de constructivismo lógico.
Recordemos que la existencia lógica de las categorías son objeto de una deducción y no de una analítica, y que el precio que pagan estas categorías al ser aplicadas a la experiencia (mediante los procesos del esquematismo emprendidos por la imaginación) es la reducción de su propio alcance en busca de la realización efectiva