Un beso atrevido - Las reglas del jeque. Эбби Грин

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Un beso atrevido - Las reglas del jeque - Эбби Грин


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en la entrada y se puso en marcha. Notó cómo se iba impacientado mientras circulaba entre el denso tráfico de aquellas horas. Tras un rato que se le hizo interminable giró por la calle que la camarera había mencionado y se acercó a un edificio de ladrillo rojo que parecía una clínica.

      Ash detuvo el coche en el aparcamiento y cuando leyó el cartel del Centro de Fertilidad Milam pensó que se había equivocado. Pero cerca de la entrada vio un coche pequeño de color azul que se parecía al que se había subido Karen cuando salió de Baronessa.

      Aparcó, agarró el bolso de cuero y se sentó en un banco desde el que podía ver el coche azul. Pensó que Karen ya habría entrado y decidió esperar hasta que saliera aunque tardara varias horas. Tenía muchas preguntas que hacerle, sobre todo por qué había escogido una clínica en la que ayudaban a las mujeres a quedarse embarazadas. Entonces se abrió la puerta del coche de Karen y ella salió.

      Ash vio el cielo abierto y atravesó el aparcamiento para ir a su encuentro. Se detuvo un instante para observar el balanceo de sus caderas y la belleza de sus piernas estirándose bajo la falda cuando ella se inclinó para buscar, al parecer, el bolso.

      –¿Estás buscando esto?

      Karen se golpeó levemente la cabeza al darse la vuelta bruscamente para mirarlo.

      –¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó tuteándolo casi inconscientemente.

      –He venido a darte esto –dijo el jeque mostrándole el bolso.

      –Gracias –contestó Karen agarrándolo–. No me di cuenta de que me lo había dejado.

      –Ahora te toca a ti responder a la misma pregunta –afirmó Ash señalando hacia la clínica–. ¿Qué estás haciendo aquí?

      –Ya te dije que…

      –Que tienes una cita. Lo sé. ¿Pero qué te trae a un sitio así? ¿Has venido a una entrevista de trabajo?

      –Por supuesto que no –aseguró ella cerrando la puerta del coche con un leve golpe de trasero–. Esto no es asunto tuyo –dijo algo molesta.

      Ash se sentía frustrado por su reticencia. Sabía que no tenía derecho a interrogarla, pero tenía que saber por qué estaba allí.

      –Tengo enorme interés en comprender la razón por la que has venido a este lugar.

      –No tienes por qué comprenderlo. Esto es cosa mía, no tuya.

      –Es cosa mía si tienes una relación con alguien con quien planeas tener un hijo, si esa es la razón por la que estás aquí.

      –¿Y por qué sería eso cosa tuya?

      –Porque entonces dejaría de insistir en quedar contigo. No quiero introducirme en el territorio de otro hombre.

      –Para tu información, jeque Saalem, yo no soy el territorio de ningún hombre –aseguró Karen con sus ojos verdes y dorados encendidos en fuego–. En estos tiempos una mujer no necesita un hombre para tener un hijo, al menos no al hombre entero.

      Ash se llevó la mano a la mandíbula y se la acarició pensativo, sin saber muy bien qué pensar de las palabras de Karen.

      –Así que planeas tener un hijo tú sola…

      –Así es –reconoció ella alzando la barbilla en gesto desafiante–. Inseminación artificial.

      Aquello no le parecía bien al jeque. Entendía la necesidad del procedimiento en algunos casos, pero no en aquel.

      –¿Quieres decir inseminación con el esperma de un desconocido?

      –No tengo intención de hablar de esperma con un jeque –aseguró Karen sonrojándose.

      –Pero tienes intención de tener el hijo de un hombre del que no sabes nada.

      –Sí, esa es mi elección. Tengo treinta y un años y no me voy haciendo precisamente joven. Es el mejor momento de mi vida para hacer esto.

      Ash sopesó sus palabras, su propósito. Sí. Estaba claro que él tenía algo que Karen necesitaba. Un servicio que estaría dispuesto a ofrecerle con gran placer. Y ella tenía también algo más que él quería. La habilidad de tener un hijo, los medios para que Ash consolidara una relación estable con una mujer a la que encontraba inteligente y encantadora. Había esperado muchos años para encontrar aquellas cualidades desde que su padre le frustrara el primer intento.

      –Tal vez yo pueda ayudarte en este asunto –dijo.

      –¿Quieres decir que estarías dispuesto a hacer una donación para que yo la utilizara? –preguntó Karen abriendo mucho los ojos.

      –No tengo ninguna intención de compartir mi afecto con un recipiente de plástico. Prefiero hacer un hijo del modo en que la naturaleza tiene previsto que procreen un hombre y una mujer.

      –De ninguna manera –respondió ella sacudiendo la cabeza–. No pienso permitir… eso.

      Ash acortó la distancia que los separaba y le apartó un mechón de cabello castaño y ondulado del hombro. Tenía la sospecha de que a Karen le gustaban los retos tanto como a él, y si tenía que utilizar aquella arma, la utilizaría.

      –¿Tienes miedo?

      –Por supuesto que no –respondió ella mirándolo de modo tan salvaje, que Ash supo que había acertado–. ¿Por qué habría de tenerlo?

      –Tal vez tengas miedo de lo que puedas llegar a sentir si me dejas hacerte el amor –aseguró él colocando una mano en el coche e inclinándose hacia delante–. De lo que podamos experimentar juntos.

      Ash la escuchó emitir un leve suspiro, la única señal de que sus palabras le habían afectado.

      –No es una buena idea, eso es todo.

      –Es una idea estupenda. Hace tiempo que considero la posibilidad de tener mi propia familia. Esto nos beneficiaría a los dos.

      –Yo sólo quiero un hijo, no una relación –respondió ella sin dudarlo un instante.

      –¿Un hijo que no conocerá a su padre? Creo que si miras en el fondo de tu alma no querrás eso para él, teniendo en cuenta lo que recientemente has averiguado sobre el secuestro de tu padre.

      –No tengo otra opción –aseguró ella mirándose los dedos de los pies que le asomaban por las sandalias–. No hay nada en este mundo que desee más que un hijo.

      Con la yema de un dedo Ash le levantó la barbilla para obligarla a mirarlo. En sus ojos vio la indecisión, no la negativa total. Aquello fue suficiente para animarlo a seguir insistiendo.

      –Yo te ofrezco otra opción. Estoy dispuesto a ser el padre de tu hijo.

      –¿Y qué esperas exactamente a cambio? –preguntó Karen mirándolo con desconfianza.

      Ash sólo le había entregado el corazón a una mujer en una ocasión, sólo una. Ya no tenía nada más que ofrecer en ese sentido. Pero podía darle a Karen el bebé que deseaba, un hogar confortable y un futuro seguro.

      –Quiero que seas mi esposa.

      –Eso es una locura –aseguró ella frunciendo el ceño–. No nos conocemos.

      –¿Y qué mejor manera de conocernos?

      –No quiero casarme. Casi cometo ese error no hace mucho tiempo –dijo Karen con tristeza, como para sí misma.

      Ash no tenía motivos para sentir celos del hombre que hubiera gozado en el pasado del afecto de Karen, pero para su propia sorpresa los sentía. No importaba. Llegado el caso intentaría hacerle olvidar cualquier relación anterior, sobre todo aquella que parecía haberle causado dolor. Pero para ello tendría que convencer a Karen de que el matrimonio era algo conveniente para ambos.

      –Tal vez podríamos llegar a un acuerdo. Si decides no seguir adelante con el matrimonio no tendrás ninguna obligación. Serás libre para marcharte tras el nacimiento


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