Franz Kafka: Obras completas. Franz Kafka

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Franz Kafka: Obras completas - Franz Kafka


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el trabajo no es un obstáculo para su canto, y después de todo, éste no mejoraría gran cosa; en realidad lo que ella pretende es simplemente un reconocimiento público, franco, permanente y superior a todo lo conocido hasta ahora, de su arte. Pero aunque casi todo lo demás parece a su alcance, este reconocimiento la elude con persistencia. Quizá debió atacar desde el primer momento en otra dirección, quizás ella misma advierte ahora su error, pero ya no puede echarse atrás, porque hacerlo significaría traicionarse a sí misma; ahora tiene que resignarse a vencer o morir.

      Si en realidad tuviera enemigos, como dice, podría divertirse mucho con el simple espectáculo de esta lucha, sin mover un dedo. Pero no tiene ningún enemigo, y aunque aquí y allá no haya faltado nunca quien la criticara, esta lucha no divierte a nadie. Justamente porque en este caso nuestro pueblo adopta una actitud fría y legal, lo que muy raramente ocurre entre nosotros; y aunque se apruebe dicha actitud, la simple idea de que alguna vez el pueblo pueda adoptarla con nosotros destruye toda alegría. Lo importante, ya en el rechazo como en la petición, no es la cuestión en sí, sino el hecho de que el pueblo sea capaz de oponerse tan implacablemente a un camarada, y tanto más cuanto más paternamente lo protege en otros sentidos; y aun más: servilmente.

      Supongamos que en vez del pueblo se tratara de un individuo; se podría creer que este individuo fue cediendo ante la voluntad de Josefina, sin cesar de alimentar un ardiente deseo de poner fin algún día a su sumisión; que se sacrificó con fuerza sobrehumana porque creyó que a pesar de todo había un límite para su capacidad de sacrificio; sí, se sacrificó más de lo necesario, sólo para acelerar el proceso, sólo para ser más que Josefina e incitarla a deseos siempre renovados, obligarla a sobrepasar todo límite en esta última exigencia; y oponer finalmente su negativa, lacónica, porque hacía mucho que estaba preparada. Ahora bien, la situación no es así en absoluto, el pueblo no necesita de esas astucias, además su respeto hacia Josefina es real y comprobado, y la exigencia de ella es de todos modos tan exagerada que una simple criatura podría haber predicho el resultado; sin embargo, debido a la idea que Josefina se ha formado del asunto, podía ocurrir que también intervinieran estas consideraciones, para agregar una amargura más al dolor de la negativa. Pero sean cuales fueren sus consideraciones, no le impiden proseguir combatiendo. Esta lucha ha llegado a crecer en los últimos tiempos; hasta ahora ha sido sólo verbal, pero ya empieza a emplear otros medios, para ella más eficaces, pero en nuestra opinión más peligrosos.

      Muchos creen que Josefina aumenta su apremio porque se siente envejecer, porque su voz se debilita, y por lo tanto cree que ha llegado el momento de librar la última batalla por el reconocimiento. Yo no lo creo. Josefina no sería Josefina, si esto fuera cierto. Para ella no existen ni vejez ni debilitamiento de la voz. Si algo exige, no lo hace impelida por circunstancias exteriores, sino por una lógica interna. Aspira a la más alta corona, no porque momentáneamente parezca menos accesible, sino porque es la más alta; si dependiera de ella, querría una más alta todavía.

      Este desdén hacia las dificultades eternas no le impide de todos modos utilizar los métodos más ruines. Para ella, su derecho es inapelable; entonces, ¿qué importa cómo lo impone? Sobre todo porque en este mundo, tal como ella lo ve, los métodos lícitos están destinados al fracaso. Quizá por eso ha trasladado el combate por sus derechos del campo de la música a otro campo secundario. Sus partidarios han hecho saber de su parte que ella se considera absolutamente capaz de cantar de tal modo que importe un verdadero placer a todo el mundo, cualquiera que sea su nivel social, hasta la más remota oposición; un verdadero placer no en el sentido de la gente, que declara haber experimentado siempre placer ante el canto de Josefina, sino un placer en el sentido que ella desea. No obstante, agrega, como no puede falsificar lo elevado ni halagar lo vulgar, se ve obligada a seguir siendo tal como es. Pero en lo que se refiere a su campaña de liberación del trabajo, el asunto cambia: es claro que es una campaña a favor de la música, pero como ella ya no emplea allí directamente la preciosa arma de su voz, cualquier medio es por lo tanto válido. Así se ha difundido por ejemplo el rumor de que si no aceptan su exigencia, está decidida a abreviar las coloraturas. Yo no sé nada de coloraturas, y no he advertido la menor coloratura en sus cantos. No obstante, Josefina amenaza con abreviar las coloraturas, no suprimirlas, sino simplemente abreviarlas. Es posible que haya cumplido su amenaza, pero por lo menos yo no advierto la menor diferencia en su canto. El pueblo en su totalidad la ha escuchado como de costumbre, sin hacer ninguna referencia a las coloraturas, y tampoco ha cambiado su actitud ante la exigencia de Josefina. Sin embargo, es indudable que la mente de Josefina, como su figura, es a menudo de una gracia exquisita. Es así por ejemplo que después de aquel concierto, como si su decisión sobre las coloraturas hubiera sido demasiado severa o apresurada para el pueblo, anunció que en el concierto siguiente volvería a cantar completas todas las partes de coloratura. Pero después del concierto siguiente volvió a cambiar de idea, suprimiría en forma definitiva las grandes arias de coloratura, y hasta qué no se decidiera favorablemente su pleito, no volvería a cantarlas. Ahora bien, la gente oyó todos esos anuncios, decisiones y contra decisiones sin concederles la menor importancia, como un adulto meditabundo que cierra sus oídos ante la cháchara de una criatura, fundamentalmente bien intencionado, pero con distancia.

      De todos modos, Josefina no se amilana. Es así que hace poco pretendió haberse lastimado un pie al trabajar, lo que le imposibilitaba cantar de pie; como no podía cantar sino de pie, se vería obligada a abreviar sus canciones. Aunque renquea y necesita el apoyo de sus partidarios, nadie cree realmente en su herida. Aun admitiendo la extraordinaria delicadeza de su cuerpecito, no dejamos de ser un pueblo de obreros, y Josefina pertenece a ese pueblo; si cada vez que nos hiciéramos un rasguño renqueáramos, el pueblo entero lo haría incesantemente. Pero aunque se hace transportar como una inválida, aunque se muestra en público en este patético estado más de lo habitual, la gente escucha sus conciertos tan agradecida y tan encantada como antes, pero no se preocupa mucho por la brevedad de las canciones.

      Como no puede seguir renqueando eternamente, imagina otra cosa, alega cansancio, mal humor, debilidad. Al concierto se agrega ahora el teatro. Vemos a los partidarios de Josefina, que la siguen suplicando e implorando que cante. Ella quisiera complacerlos, pero no puede. La consuelan, la adulan, casi la llevan en andas hasta el lugar previamente elegido donde se supone que ha de cantar. Finalmente, prorrumpiendo en lágrimas inexplicables, cede, pero cuando evidentemente cansada se dispone a cantar, fatigada, con los brazos no ya extendidos como antaño, sino fláccidos y caídos junto al cuerpo, lo que produce la impresión de que quizá sean un poco cortos; justo cuando va a empezar, no, es realmente imposible, un movimiento desganado de la cabeza nos lo anuncia, y se desmaya ante nuestros ojos. Después, a pesar de todo, se repone y canta, a mi entender más o menos como de costumbre; quizá, si uno tiene oído para los más finos matices, descubre un poco más de sentimiento que de costumbre, lo que es de agradecer. Y al terminar está menos cansada que antes, y con andar firme, si uno se atreve a designar así sus pasitos, se aleja rechazando la ayuda de sus admiradores, y contemplando con ojos helados a la multitud que le abre paso con respeto.

      Así ocurría hace unos días; pero la última novedad es otra: en el momento en que debía iniciar un concierto, desapareció. No sólo la buscan sus partidarios, muchos otros comparten la búsqueda, pero es inútil: Josefina ha desaparecido, no cantará, ni siquiera habrá que adularla para que cante, esta vez nos ha abandonado por completo.

      Es curioso lo mal que calcula esa astuta, tan mal que uno pensaría que no calcula nada, y que sólo se deja llevar por su sino, que en nuestro mundo no puede ser sino triste. Ella misma abandona el canto, ella misma hace trizas su poder sobre los corazones. ¿Cómo pudo obtener ese poder, si tan mal conoce esos corazones? Se oculta y no canta, pero el pueblo, tranquilo, sin decepción visible, señoril, una masa en perfecto equilibrio, constituida de tal modo que, aunque las apariencias lo nieguen, sólo puede dar y nunca recibir, ni siquiera de Josefina, ese pueblo sigue su camino.

      En tanto el camino de Josefina declina. Pronto llegará el momento en que su último chillido se apague para siempre. Ella es apenas un pequeño episodio en la eterna historia de nuestro pueblo, que superará su pérdida. Para nosotros no será fácil; ¿cómo haremos para reunimos en completo silencio? En realidad, ¿no eran nuestras reuniones también silenciosas cuando estaba Josefina? ¿Era, después de todo, su chillido notoriamente más fuerte y más vivo que


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