Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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Sigmund Freud: Obras Completas - Sigmund Freud


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pero está contenta y de buen humor. Faradización de la pierna anestésica.

      Por la tarde. -La encuentro muy sobresaltada. «Me alegro mucho de que venga usted. Estoy muy asustada.» Muestra todas las señales de espanto, «tic» y tartamudez. Antes de la hipnosis, le hago relatarme lo que le ha sucedido, y extendiendo hacia mí sus manos crispadas, en una magnífica personificación del terror, me dice: «Estando en el jardín, una rata monstruosa ha saltado de repente por encima de mi mano, desapareciendo luego. Por todas partes surgían y desaparecían ratas y ratones. (llusión producida quizá por los juegos de sombras.) En los árboles había también muchos ratones. ¿No oye usted piafar a los caballos en el circo? Ahí al lado se queja un señor. Debe de tener dolores, de resultas de la operación. ¿Estoy quizá en Ruegen? Allí tenía una estufa parecida.» Perdida en la multitud de pensamientos que por su imaginación cruzaban, se esforzaba en fijar; en medio de su confusión, el presente. No sabe contestar a mis preguntas sobre cosas actuales; por ejemplo, a la de si sus hijas habían estado con ella.

      En la hipnosis intento deshacer la confusión de este estado.

      Hipnosis. -«¿De qué se ha asustado usted?» Me repite la historia de los ratones, dando nuevas muestras de espanto, y agrega que luego, al subir la escalera había en ella un animal repugnante, que desapareció, al acercarse, ante su paso. Le declaro que todo aquello son alucinaciones y le reprocho su miedo a los ratones indicándole que es propio de los alcohólicos (que le inspira gran repugnancia). Luego le cuento la leyenda del obispo Hatto, que ella conoce ya, a pesar de lo cual la oye dando muestras de espanto. «¿Cómo se le ha ocurrido a usted hablarme del circo?» Dice que oye perfectamente cómo piafan los caballos en el establo, enredándose las patas en los ramales, cosa que puede hacerlos caer y herirse gravemente. Cuando esto pasaba, solía Juan ir al establo a desatarlos. Le discuto la proximidad del establo y niego que haya podido oír quejarse al vecino. Luego le pregunto si sabe dónde está. Ahora lo sabe; pero antes creía estar en Ruegen. ¿Cómo ha podido creer tal cosa? Antes han hablado de que en el jardín había un sitio muy oscuro, y esto le ha hecho recordar la terraza de Ruegen, desprovista en absoluto de sombra. «¿Qué recuerdos penosos tiene usted de su estancia en Ruegen?» Padeció allí terribles dolores en brazos y piernas; se perdió entre la niebla en varias excursiones; fue dos veces perseguida por un toro, etc. «¿Cómo ha tenido usted hoy este ataque?» Ha escrito muchas cartas. Se ha pasado tres horas escribiendo, y esto le ha cargado la cabeza. Puedo, por tanto, suponer que la fatiga ha provocado el ataque de delirio, cuyo contenido ha quedado determinado por reminiscencias surgidas al estímulo de ciertas analogías de lugar, tales como la parte soleada del jardín, etc. Repito los consejos de costumbre y la dejo adormecida.

      17 de mayo. -Ha dormido muy bien. En el baño de salvado prescrito para hoy ha gritado varias veces, pues las partículas de salvado se le antojaban gusanos. Esto lo sé por la enfermera, pues ella rehúye contármelo. Se muestra satisfecha y alegre, pero se interrumpe frecuentemente con gritos inarticulados y gestos de espanto, tartamudeando más que en los últimos días. Ha soñado que andaba sobre un suelo plagado de sanguijuelas. Durante la noche anterior había tenido también horribles sueños, en los que se veía obligada a amortajar varios cadáveres y a colocarlos en sus ataúdes. Pero no podía decidirse nunca a cerrar la tapa de los mismos. (Seguramente, una reminiscencia de la muerte de su marido.) Cuenta luego que en su vida le han sucedido numerosas aventuras con animales; la más terrible, una vez que encontró un murciélago en su tocador, y tuvo que salir del cuarto a medio vestir. Su hermano le regaló por aquella ocasión un imperdible que figuraba un murciélago para curarla de su miedo, pero no pudo ponérselo jamás.

      Hipnosis. -Su miedo a los gusanos procede de una vez que le regalaron una almohadilla para clavar alfileres, y al ir a utilizarla vio salir de ella multitud de pequeños gusanos, nacidos de la humedad del salvado que la rellenaba. (¿Alucinación? Quizá realidad.) Le pido me cuente más historias de animales. Una vez que iba de paseo con su marido por un parque vieron que el camino que conducía al estanque se hallaba cubierto de sapos, y tuvieron que dar la vuelta. Ha tenido épocas en las que no se atrevía a dar la mano a nadie, de miedo a que al hacerlo se convirtiese en un animal repugnante, caso que ya había sucedido muchas veces. Intento libertarla de su miedo a los animales, nombrándole gran cantidad de ellos uno por uno, y preguntándole cada vez si aquél le daba miedo. Unas veces me contesta negativamente, y otras, «No debo asustarme». Le pregunto por qué ha tartamudeado y mostrado tanto sobresalto ayer y hoy. «Eso lo hago siempre que tengo miedo». «¿Y por qué tenía usted ayer tanto miedo?» Estando en el jardín ha pensado en muchas cosas que la preocupan. Entre ellas, en cómo podría evitar una posible recaída cuando yo diera por terminado el tratamiento. Le repito las tres razones que tiene para hallarse más esperanzada y que ya le he indicado en la vigilia: 1ª. Que está ya mejor y tiene una mayor resistencia. 2ª. Que se acostumbrará a hablar tranquilamente a una persona que se halle a su lado. 3ª. Que una porción de cosas que ahora la preocupan le serán luego indiferentes. Además, la ha preocupado no haberme dado ayer las gracias por mi última visita y el pensamiento de que, habiendo empeorado en estos días, acabará por hacerme perder la paciencia. Asimismo le ha impresionado mucho oír cómo uno de los médicos de la casa preguntaba a un señor en el jardín si se encontraba ya con valor para operarse. La mujer del interrogado se hallaba presente, y debió de pensar, como ella, que aquella tarde podía ser la última vez del pobre enfermo. Después de este relato parece desvanecerse su malestar.

      Por la tarde se muestra muy serena y satisfecha. La hipnosis no revela nada importante. Me dedico al tratamiento de los dolores musculares y a restablecer la sensibilidad de la pierna derecha, cosa que logro fácilmente en la hipnosis. Pero al despertar vuelve la anestesia, aunque algo menor. Antes de dar por terminada mi visita me expresa su asombro por no haber tenido desde hace muchos días los dolores de la nuca, que surgían antes siempre que el tiempo amenazaba tormenta.

      18 de mayo. -Esta noche ha dormido como hacía muchos años que no lo conseguía; pero desde la hora del baño se queja de frío en la nuca, tirantez y dolores en la cara, manos y pies. Su rostro aparece contraído y crispadas sus manos. La hipnosis no revela ningún contenido psíquico de este estado, que consigo luego aliviar, despierta ya la paciente, por medio del masaje.

      Espero que el precedente extracto de la crónica de las tres primeras semanas de tratamiento bastará para ofrecer al lector un cuadro evidente del estado de la enferma, de la naturaleza de mi labor terapéutica y de sus resultados. Completaré ahora el historial clínico.

      El delirio histérico, últimamente descrito, fue también la última perturbación importante del estado de la señora Emmy de N. Como yo no me dedicaba a buscar síntomas patológicos, sino que esperaba a que se presentasen o a que la enferma me comunicase un pensamiento temeroso, las hipnosis resultaron pronto ineficaces, y las utilicé en su mayor parte para imbuirle enseñanzas que habían de perdurar siempre presentes en su pensamiento y evitar que al reintegrarse a su hogar cayera de nuevo en semejantes estados. Yo entonces me hallaba por completo bajo el dominio de la obra de Charcot sobre la sugestión, y esperaba de tal influencia instructiva más de lo que hoy esperaría. El estado de mi paciente mejoró tanto en poco tiempo, que ella misma aseguraba no haberse encontrado nunca mejor desde la muerte de su marido. A las siete semanas de tratamiento la autoricé a volver a su residencia, en las orillas del Báltico.

      Siete meses después recibió noticias suyas el doctor Breuer. Su mejoría se había mantenido a través de varios meses, pero había acabado por sucumbir a una nueva conmoción psíquica. Su hija mayor, que ya durante su primera estancia en Viena había imitado a la madre, presentando calambres en la nuca y leves estados histéricos, padecía principalmente de dolores al andar, provocados por una retroflexio-uteri, y por indicación mía había ido a consultar al doctor N., uno de nuestros más reputados ginecólogos, el cual corrigió, por medio del masaje, la retroflexión indicada, librando a la enferma de sus molestias por algunos meses. Pero hallándose ya la familia en su residencia, volvieron aquéllas a presentarse, y la madre se dirigió a un ginecólogo de la cercana ciudad universitaria, el cual prescribió a la muchacha una terapia combinada, local y general, que le provocó una grave enfermedad nerviosa. Probablemente no fue esto sino la primera manifestación de la disposición patológica de la muchacha, la cual tenía entonces diecisiete años; disposición que se evidenció


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