La interpretación de los sueños. Sigmund Freud

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La interpretación de los sueños - Sigmund Freud


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Al comenzar a hacerlo observo en seguida que es muy ventajoso dividir el sueño en sus elementos y buscar las ocurrencias que se enlazan a cada uno de ellos.

      Reunión de invitados o mesa redonda. A ello se enlaza en el acto el recuerdo de un pequeño suceso con el que terminó la tarde de ayer. Había yo abandonado, en unión de un amigo mío, una poco numerosa reunión. Mi amigo se ofreció a tomar un coche y conducirme en él a mi casa. «Prefiero un cabriolé con taxímetro -dijo-. El verlo funcionar entretiene mientras se va en el coche.» Al subir al vehículo y abrir el cochero el aparato, dejando ver la cifra de 60 céntimos, que constituye la suma inicial del precio de la carrera, proseguí yo la broma de mi acompañante diciendo: «Apenas hemos montado y ya le debemos 60 céntimos. Los coches con taxímetro me recuerdan siempre la mesa redonda de los hoteles. Le hacen a uno avaro y egoísta, recordándole de continuo su deuda. A mí me parece que ésta crece demasiado de prisa, y temo que me vaya a faltar dinero para pagar. Igualmente, en la mesa redonda no puedo defenderme de la cómica preocupación de que me sirven poco y debo pensar en sacar el mejor provecho posible a mi dinero.» En lejana conexión con esto cité luego los versos: «Nos introducís en la vida -y dejáis que el desdichado llegue a ser deudor».

      Una segunda asociación a la idea de mesa redonda: Hace pocas semanas me disgustó profundamente la conducta que mi mujer observaba en la mesa redonda de un balneario tirolés no mostrándose todo lo reservada que yo hubiera deseado con respecto a unos vecinos de mesa con los que no quería yo entrar en relación ninguna. Con tal motivo rogué a mi mujer que se ocupase más de mí y menos de aquellos extraños. Esto es equivalente al hecho de que en la mesa redonda me hubieran atendido poco. Ahora se me parece también la contraposición existente entre la conducta de mi mujer en aquella mesa redonda y la de la señora E. L. en el sueño dedicándose por completo a mí.

      Prosigamos. Observo ahora que el sueño es la reproducción de una pequeña escena que se desarrolló en idéntica forma entre mi mujer y yo en la época en que le dirigí secretamente mi proposición de matrimonio. La caricia por debajo de la mesa fue la respuesta a la carta en que yo hacía mi petición. Mas en el sueño quedó sustituida mi mujer por la señora E. L., en absoluto extraña a mí.

      Esta señora es hija de un hombre al que he debido dinero. No puedo menos de observar aquí una insospechada conexión entre los trozos del contenido del sueño y mis ocurrencias. Siguiendo la cadena de asociaciones que parte de un elemento del contenido del sueño llega uno en seguida a otro elemento del mismo. Mis ocurrencias sobre el sueño presentan conexiones que en aquél no se muestran visibles.

      Cuando alguien espera que otro cuide de su provecho sin sacar de ello por su parte ventaja alguna, ¿no se suele, acaso, dirigir a tales ingenuos la pregunta de si esperan que haga uno todo aquello por sus bellos ojos? Pues entonces la frase «¡Ha tenido usted siempre tan bellos ojos!» no significa otra cosa que «Usted ha logrado siempre de los demás todo lo que ha querido. Así, todo lo ha tenido usted de balde.» Naturalmente, por lo que a mi vida respecta, la verdad ha sido la contraria. Todo lo que los demás han hecho por mí lo he tenido que pagar con creces. Mas ayer debió de hacerme impresión haber tenido de balde el coche en que mi amigo me condujo a casa.

      Sin embargo, el amigo en cuya casa nos reunimos ayer sí me ha hecho considerarme varias veces en deuda de gratitud con él. Hace poco dejó pasar sin aprovecharla una ocasión de pagarle sus favores. No ha recibido de mí más que un solo regalo: una copa antigua con ojos pintados en derredor. Reciben estas copas el nombre de occhiale y era creencia de que rechazaban el mal de ojo. Mi amigo es, además, oculista, y aquella misma tarde le había preguntado por una paciente a la que había enviado a su consulta para que le graduara la vista y le indicara los lentes que debía usar.

      Observamos que ya se hallan incluidos casi todos los trozos del contenido del sueño en su nuevo contexto. Mas podría preguntarse aún por qué el plato que en el sueño se servía a la mesa eran precisamente espinacas. Tal preferencia débese al recuerdo de una escena que se había desarrollado en nuestra mesa familiar poco tiempo antes, y en la que un hijo mío -y aquel del que sí podía decirse con justicia que poseía unos hermosos ojos- se negó a probar dicha verdura. También yo, cuando niño, compartí largo tiempo este horror a las espinacas, hasta que mucho después se transformó mi gusto y llegaron a ser uno de mis platos favoritos. La mención de este plato establece así una aproximación entre mi niñez y la de mi hijo. «Ya puedes alegrarte de tener qué comer, aunque sean espinacas -había dicho mi mujer al pequeño gourmand-. Hay muchos niños que se contentarían con ellas.» De este modo se me recuerdan las obligaciones de los padres para con sus hijos, y las palabras de Goethe: «Nos introducís en la vida y dejáis que el desdichado llegue a ser deudor», muestran en esta conexión un nuevo sentido.

      Haremos alto aquí para revisar los resultados obtenidos hasta ahora en el análisis del sueño. Siguiendo las asociaciones que se enlazan a cada uno de los elementos del sueño, separado de la totalidad, he llegado hasta una serie de pensamientos y recuerdos en los que tengo que reconocer valiosas manifestaciones de mi vida anímica. Este material, hallado por medio del análisis del sueño, se muestra en íntima relación con el contenido del mismo; pero dicha relación es de tal naturaleza, que del contenido del sueño nunca hubiese podido yo deducir directamente lo hallado. El sueño estaba desprovisto de todo afecto y era incoherente e incomprensible; en cambio, mientras que desarrollo los pensamientos tras de él ocultos voy experimentando intensos y fundados movimientos afectivos y los pensamientos mismos van formando, con admirable docilidad, cadenas lógicamente eslabonadas, en las cuales se repiten como centrales determinadas representaciones. Ideas de este género no representadas por sí mismas en el sueño son en nuestro ejemplo la antítesis egoísta-desinteresado y los elementos ser deudor y hacer de balde. En el tejido cuya trama nos descubre claramente el análisis podría yo ahora separar más los hilos y demostrar que van a unirse todos en un nudo único; pero consideraciones de naturaleza no científica, sino privada, me impiden llevar a cabo en público tal labor. Al efectuarla revelaría muchas cosas íntimas que prefiero permanezcan secretas; cosas de que tampoco yo me había dado clara cuenta hasta que el desarrollo de este análisis las ha puesto ante mis ojos y que aun a mí mismo me cuesta trabajo confesarme. ¿Por qué, pues, no he elegido mejor otro sueño cuyo análisis fuera más comunicable y, por tanto, más apropiado para hacer surgir una convicción sobre el sentido y la conexión del material descubierto? La respuesta a esta interrogación es que todo sueño con el que emprendiera mi labor investigadora conduciría sin remedio a cosas difícilmente publicables, imponiéndome la necesidad de ser discreto. Tampoco evitaría estas dificultades escogiendo para analizarlo un sueño de otra persona, a menos que las circunstancias permitieran prescindir de todo velo sin daño alguno para el que en mí se confiara.

      La teoría que sobre los sueños sugiere en principio todo esto es la de que son una especie de sustitutivos de aquellas series de pensamientos tan significativas y revestidas de afecto a las cuales hemos llegado al final de nuestro análisis. Aún no conocemos el proceso que ha hecho surgir el sueño de estos pensamientos, pero ya vemos que es injusto considerarlo como un fenómeno puramente físico, exento de toda importancia psíquica y nacido de la actividad aislada de algunas células cerebrales despertadas del reposo en que continúa sumido el resto del organismo.

      Aún he observado dos cosas más: que el contenido del sueño es mucho más breve que aquellos pensamientos cuyo sustitutivo he convenido en declararle y que el análisis ha descubierto como estímulo provocador del sueño (Traumerreger) un nimio suceso del día anterior al mismo.

      Claro es que una tan amplia conclusión no he podido fijarla con un único análisis. Mas cuando la experiencia me ha demostrado que por la persecución exenta de crítica de las asociaciones de todo sueño puede llegar a tal cadena de pensamientos, entre cuyos elementos reaparecen los componentes del sueño y que están correcta y significativamente enlazados entre sí, no hay más remedio que abandonar la escasa esperanza que aún pudiese quedarnos de que las conexiones observadas la primera vez pudieran resultar casuales. Estará, pues, plenamente justificado fijar nuestros nuevos conocimientos sobre esta materia por medio de tecnicismos propios, y así distinguiremos el sueño, tal y como aparece en nuestro recuerdo del material correspondiente hallado por medio del análisis, y denominaremos al primero contenido manifiesto del sueño,


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