Julio Camba: Obras 1916-1923. Julio Camba

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Julio Camba: Obras 1916-1923 - Julio Camba


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y esto es lo importante del caso. De aquí no voy a deducir que para hacer la felicidad de los hombres haya que vaciarles los ojos. Sin embargo, como procedimiento político, éste no sería ni el más doloroso ni el más disparatado. En Francia, los fabricantes de foiegras le saltan los ojos a los patos, y los patos engordan de una manera fabulosa. Tal vez resultase menos cruel cerrarnos los ojos de lo que resulta el abrírnoslos, ya que entre los hombres y los patos la diferencia apenas sí existe.

      El ciego de que yo hablo era feliz por limitación. No conocía muchos placeres, y por eso ignoraba muchos dolores. El mundo visible no existía para él. Su sensibilidad era más pequeña que la nuestra. Vivía tranquilo, con una mujer gorda, perfectamente insoportable para un hombre que pudiese verla, y de cuando en cuando se entretenía tocando la ocarina. Yo les aseguro a ustedes que aquel hombre, disfrutaba toda la felicidad que se puede obtener en la calle de Jacometrezo, que era donde habitaba.

      La felicidad inglesa es muy parecida a la felicidad de aquel ciego. Los ingleses tienen también muy limitada su sensibilidad. Carecen de paladar y de corazón. Desconocen los placeres de la mesa y los de otros componentes de su mobiliario. Comen por necesidad y aman por higiene. Que un plato esté mejor o peor condimentado, lo mismo les da, con tal que les nutra. Que una mujer sea más o menos agradable, el caso es que sea mujer. Desde la invasión romana hasta nuestros días, los ingleses han tomado sin sal ni pimienta sus patatas y sus señoras. No se divierten, pero no se aburren. No gozan, pero no sufren.

      —Pero entonces —puede objetarme alguien—, entonces, en vez de ser felices deben ser muy desdichados.

      Y si no fuera por temor de hacer el ridículo, yo contestaría esta supuesta interrupción, con las palabras del Eclesiastés: «Quien añade ciencia añade dolor». Cada nueva conquista del progreso es una nueva fuente de dolores. A medida que refinamos y que extendemos nuestra sensibilidad, aumentamos nuestras desgracias. El hombre es más desgraciado que el mono, y el poeta lírico más que el tendero de comestibles, y el vidente más que el ciego, y el italiano más que el inglés.

      El inglés ha hecho conquistas industriales, pero su emotividad ha permanecido estacionaria. ¿A cuántos placeres es insensible el inglés? Pues por cada uno de esos placeres pongan ustedes un infinito de dolores. La felicidad no es, como la representan muchos artistas, una figura estática del placer. No. Uno de estos ingleses que se sientan en una silla inglesa y que se están allí muy serios horas y horas sin hablar una palabra, la representaría mucho mejor.

      La divinización del padre.

      El mormonismo es una religión de zarzuela sicalíptica, y yo no me explico cómo es que el señor Lleó no la ha puesto ya en música.

      Los mormones

      son unos pirandones.

      Y luego:

      ¡Ay, qué mormones!

      ¡Ay, qué mormones!

      Sin embargo, los ingleses no toman al mormonismo tan en broma. En Inglaterra hay ochenta templos mormonistas. Los agentes de propaganda vienen aquí y se llevan las girls inglesas a orillas del Lago Salado. El Parlamento se ha ocupado ya de la cuestión, y la Prensa la trata muy a menudo.

      Los mormones son polígamos, como se sabe. Según ellos, cada mujer está rodeada de espíritus que quieren nacer a la vida humana. Por eso cada hombre debe tener varias mujeres, al fin de poder lanzar todos los años unos cuantos espíritus al mundo. Un mormonista es tanto más santo cuantos más hijos tiene, y en fuerza de tener hijos puede llegar a ser dios de los mormones. Frank Russel, autor de un estudio muy interesante sobre el asunto, dice: «Esta idea teológica es idéntica al sistema político de los americanos. En los Estados Unidos cada ciudadano es un posible presidente. Y cada mormón un posible dios». El mismo escritor insulta al dios de los mormones llamándole Eustful, que quiere decir impúdico. Indudablemente no es un prodigio de castidad; pero esto no importa. Es un dios alegre y prolífico, que le da trabajo a los redactores del Bailly Bailliere del Lago Salado. En Francia, por ejemplo, ya harían falta algunos templos y algunos sacerdotes mormónicos para aumentar un poco el censo municipal. Todos los periódicos franceses se ocuparon no hace mucho de un carpintero que había tenido seis hijos, y Le Petit Parisien decía: «Un morceau de ruban ne ferait pas mal dans la boutoniciere de ce brave homme». En el fondo, esto es mormonismo puro. Si se condecora al padre de seis hijos, no se está lejos de reconocerle dios al padre de cincuenta y siete.

      Yo no sé si hace falta un poder divino para tener cincuenta y siete hijos o si bastará simplemente el uso del cinturón eléctrico; pero si no se es dios por el hecho de enviar tantas criaturas al mundo se puede ser, indudablemente, por el de mantenerlas. Hace falta una fe que no desmerece en nada de los primeros cristianos.

      Thomas Maybank cuenta la historia de un mormón que había llegado a tener cuarenta y tres hijos. Su importancia era grandísima entre los mormones. Estaba ya a dos dedos de la divinidad. Un día se demostró que ni uno solo de los cuarenta y tres hijos le pertenecía, y que todas sus mujeres le eran infieles. La fe mormónica sufrió entonces un gran quebranto.

      ¿Por qué le harán los ingleses una oposición tan seria a las propagandas mormónicas? En Inglaterra hay un exceso de mujeres. Casando a cada hombre con una mujer, quedará siempre un enorme sobrante de inglesas solteras. No hay más que un recurso, y es la poligamia. Ya que no sea posible arbitrar un marido para cada mujer, que cada marido se divida entre dos. La medida es un poco schocking, pero necesidad no tiene ley.

      La superstición mediterránea.

      Se ha hablado mucho de nuestras reuniones de hombres solos. Son verdaderamente horribles, y yo no he visto en el mundo más que una cosa peor; los clubs de mujeres solas. En Londres hay una enormidad de estos clubs. Las bachelor girls matan en ellos el tiempo y el sexo.

      ¿Bachelor girls? Girl, muchacha, es el sustantivo. Bachelor quiere decir soltera y también bachillera. Las Bachelor girls son bachelor en las dos acepciones de la palabra.

      Estas bachelor girls no quieren aceptar el yugo masculino. Son solteras por principio y son bachilleras por consecuencia. Se visten en casa del sastre más que en la de la modista. Usan cuello y corbata. Sus abrigos son amplios y sus tacones bajos. Juegan al billar, fuman y tienen opiniones. Si por casualidad cenan o van al teatro con un hombre, ellas se pagan lo suyo.

      Londres es la ciudad ideal para las bachelor girls. En primer lugar, aquí se las respeta. Luego, en ninguna otra parte encontrarían tantas distracciones que las permitieran olvidarse de que son mujeres. Aquí tienen alrededor de unas quinientas religiones, toda clase de sports, Sociedades humanitarias y Sociedades veterinarias, credos frescos cada día, teorías científicas, sistemas filosóficos, escuelas estéticas etc., etc.

      Un reporter inglés habla de la casa de la bachelor girl. ¡Espantoso! Generalmente, la cama está sustituida por un sofá. Papeles por todas partes. El ultimo libro de Anatole France no falta nunca. Un cenicero lleno de colillas… La bachelor girl vive en la calle, porque es una mujer independiente. La casa es la prisión de las mujeres que no son independientes.

      El mismo reporter añade que la bachelor girl tiene algún dinero. Más pronto o más tarde, sin embargo, este dinero se le acaba. Su independencia peligra. La bachelor girl no sabe coser ni guisar. Se da de baja en el club y comienza a frecuentar los smockingrooms de los cafés. Allí fuma pitillos y lee periódicos. Se alimenta irregularmente con sandwichs de jamón y de rosbif. Al entrar en su casa, calienta un par de huevos a la llama del gas. Algunas se hacen vegetarianas. La que encuentra un empleo de tenedora de libros o dactilógrafa, lo deja pronto si en la oficina la prohíben fumar. En cuanto a buscar un marido, eso nunca.

      Los


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