El dulce reato de la música. Alejandro Vera Aguilera
Читать онлайн книгу.autoridades catedralicias del momento, personas con un interés especial por la música. En este sentido, puede ser significativo que el canónigo Rafael Huidobro fuese hijo de Francisco García Huidobro y Francisca Javiera de la Morandé.114 Como se verá en el capítulo 3, desde las primeras décadas del siglo XVIII esta familia cultivó asiduamente la música, como prueban los diversos instrumentos musicales que sus integrantes compraron y utilizaron en vida. Otro miembro del cabildo, el doctor Joseph Cabrera, tenía en su residencia particular el tratado del padre Antonio Soler (Llave de la modulación, Madrid, 1762), por lo que debió tener conocimientos musicales. Así, la presencia de estos personajes -y quizás otros cuyo vínculo con la música se nos escapa- pudo constituir un impulso para la reforma.
Sea como fuere, el informe hizo aún más evidente que el presupuesto asignado era insuficiente para cubrir las plazas de músicos, que habían aumentado significativamente en los años anteriores «por varias disposiciones de los Señores Chantres».115 Por esta razón, Salomón solicitó al obispo «mandar que con este respecto se arreglen nuevamente el número de músicos y salarios [...]».116
Con estas cartas sobre la mesa, el 16 de septiembre de 1788 el cabildo decidió que «ya era tiempo» de implementar el aumento acordado de 1 900 pesos y comisionó al chantre, José Antonio Martínez de Aldunate, para que los distribuyera entre los «capellanes, músicos y otros ministros» (apéndice 4).117 Aldunate cumplió con el encargo y su propuesta fue presentada al cabildo el 7 de octubre del mismo año, con una pequeña modificación: descontó a los cuatro mil pesos asignados originalmente doscientos que debían pagarse al contador real diezmos y les sumó otros cuatrocientos «que en la Casa Episcopal tiene señalada la música» -es decir, el monto que el obispo Salcedo había asignado al maestro de capilla en su capellanía de 1634- (apéndice 5).118 Esto último puede interpretarse de dos formas: como un desconocimiento de las disposiciones previas; o como un subterfugio para beneficiar a la música y la liturgia catedralicia. Digo esto porque, como se ha visto en el apartado anterior, desde fines de 1767 -si no antes- venían asignándose importantes sumas a los músicos procedentes de dicha capellanía (véase la tabla 5), por lo cual sostener que los cuatrocientos pesos asignados por Salcedo se hallaban disponibles constituía una falacia. Aún así su propuesta fue aprobada y la cantidad a repartir quedó en 4 200 pesos, lo que hacía posible incrementar el sueldo de algunos funcionarios y crear nuevas plazas. Compárese la tabla 9 -que detalla la nueva planta de músicos y sus respectivos sueldos- con la tabla 8 para constatar el aumento sin precedentes en el presupuesto destinado a la música y las dimensiones de la capilla.
El único sueldo que permaneció inalterado fue el del primer organista (cf. tabla 8); pero esto se explica porque ya en 1787 era casi equivalente al del maestro de capilla, lo que implicaba un trato especial que posiblemente se debiera a las circunstancias específicas ya explicadas. En cuanto a los demás puestos, la instauración de un violín segundo y dos oboístas como músicos de planta dejaba la capilla en condiciones de interpretar la mayor parte del repertorio de la época, que casi siempre contaba con partes obligadas para dos violines y, frecuentemente, para dos oboes. Además, los oboístas tocaban también la flauta traversa, como prueban diversas anotaciones en las partituras que se comentarán en el apartado siguiente, lo que permitía ejecutar obras que incluyeran este instrumento.
Tabla 9: Cargos relacionados con la música y sus sueldos en la reforma de 1788
Cargo | Sueldo anual |
---|---|
Maestro de capilla | 504 |
Sochantre 1 | 324 |
Sochantre 2 | 180 |
Voz 1 | 180 |
Voz 2 | 144 |
Organista 1 | 324 |
Organista 2 | 144 |
Oboe 1 | 180 |
Oboe 2 | 144 |
Violín 1 | 180 |
Violín 2 | 144 |
Dos seises 1 | 192 (96 cada uno) |
Dos seises 2 | 144 (72 cada uno) |
Total | 2784 |
Fuente: ACS, Acuerdos del cabildo, vol. 3, fols. 159-161.
Otro cambio significativo fue la institución de un sochantre y un organista adicionales. Aunque la catedral ya contaba con dos sochantres hacia 1776, su sueldo era muy inferior. Seguramente, la duplicación de estas plazas se debió a la alta carga de trabajo que tenían, por estar involucradas no solo en la ejecución del canto llano, sino también del «canto de órgano» o «figurado», como se verá.
Pero el caso de los organistas resulta más complejo. En determinados momentos de su historia y desde épocas tempranas, la catedral tuvo más de un órgano en su interior: como se ha visto, el obispo Juan Pérez de Espinosa dio cuenta en 1609 de la existencia de dos órganos, aunque «desbaratados e podridos de salitre»; mucho tiempo después, en enero de 1770, el mayordomo de la catedral informaba al rey que el voraz incendio ocurrido un mes antes había consumido los dos órganos que la catedral tenía.119 Luego de esta tragedia, la catedral se trasladó temporalmente a la iglesia de San Miguel, que había pertenecido a los jesuitas hasta antes de su expulsión. Allí se valieron del órgano que había construido hacia 1753 el hermano Jorge Kranzer, de origen germano. Según José Manuel Izquierdo, este órgano debió tener cerca de cuarenta y cinco notas, lo que equivalía a poco menos de cuatro octavas. A fines del siglo XVIII fue trasladado al nuevo edificio de la catedral y, al parecer, continuó siendo el único disponible hasta 1842, cuando se compró uno nuevo a Silvestre Hesse.120
En mi opinión, no puede descartarse que la catedral tuviese otro órgano en torno a 1800, aunque este no haya sido encontrado en los documentos de la época; pero, con los datos disponibles, pareciera que estamos en presencia de una contradicción: cuando contaba con dos órganos, antes de 1769, la catedral tenía un solo organista; pero a partir de 1788, cuanto solo disponía del órgano jesuita, aumentó los organistas a dos. Por absurdo que esto pueda parecer, la explicación podría hallarse en el citado informe de 1770. Allí, el mayordomo describe los instrumentos quemados como un «órgano grande con ocho registros» y un «órgano pequeño que servía de ordinario». En otras palabras, el primero se utilizaba en las festividades más solemnes, y el segundo, en las celebraciones cotidianas, para lo cual bastaría un solo organista. Así, a partir de 1788 el primer y el segundo organistas pudieron alternarse para las distintas actividades, sin excluir que cuando participaban simultáneamente junto a la capilla pudiesen tocar instrumentos diferentes -el órgano y el clave.
Aunque no se haya incluido en la tabla 9, cabe señalar que el sueldo asignado a los capellanes quedó en doscientos pesos, monto muy superior al que recibían anteriormente.121 Esto tenía importancia para la vida musical catedralicia porque, como se ha visto, eran los capellanes quienes cantaban las epístolas y los evangelios.
Pero el aumento generalizado de sueldos implicaba nuevas obligaciones para los músicos. En el caso del maestro de capilla, se estableció que debía enseñar a sus dirigidos los lunes, miércoles y jueves durante dos horas, pero no por la noche como hacía Silva hacia 1777, sino por la mañana, en lo que pudo constituir una estrategia destinada a dejarle menos tiempo para dedicarse a otras tareas y, de esa forma, vincularlo más estrechamente con la institución. El primer sochantre debía enseñar a los «cantollanistas» a «salmiar» y a «entonar» himnos, introitos y otras partes de la misa; en caso de no estar capacitado, recurriría al maestro de capilla