Un legado sorprendente. Кэтти Уильямс

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Un legado sorprendente - Кэтти Уильямс


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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2020 Cathy Williams

      © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Un legado sorprendente, n.º 2836 - febrero 2021

      Título original: His Secretary’s Nine-Month Notice

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1375-211-2

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      VIOLET DUDÓ durante un instante antes de enviar el correo. Había empezado a sentir cómo el vacío de la pérdida empezaba a clavarle los dientes. Respiró profundamente y trató de contener el pánico al pensar en lo desconocido, que se abría ante ella como si fuera un abismo insondable. Ya no era una niña, sino una adulta de veintiséis años. No resultaba apropiado tener miedo a lo que le esperaba a la vuelta de la esquina. Podía enfrentarse a ello.

      Apretó la tecla, cerró los ojos y trató de ignorar todos los ruidos de fondo, los que indicaban que la vida seguía desarrollándose con normalidad en el exterior de su lujosa casa a las siete y media de una preciosa tarde de domingo del verano londinense.

      Sabía exactamente cómo iba a reaccionar su jefe al recibir aquel correo. Para empezar, gracias a Dios, no lo leería hasta la mañana siguiente, cuando entrara en su despacho ridículamente temprano, a las seis y media. Se prepararía una taza de café bien cargado, se sentaría a su escritorio, que siempre estaba cubierto de papeles, notas, informes y una impresionante colección de objetos de papelería y empezaría su día.

      Lo primero que haría sería leer sus correos y el de Violet estaría entre ellos. Lo abriría y entonces… enfurecería.

      Violet se puso de pie y se estiró para aliviar sus doloridas articulaciones. Decidió que, en aquel momento, había un límite para las cosas en las que podía centrarse y, hacerlo en la reacción de su jefe cuando supiera que ella había dimitido tendría que esperar. No le quedaría más remedio que enfrentarse a él cuando fuera al trabajo al día siguiente. Había decidido hacerlo a las nueve y media, que era una hora mucho más segura. La oficina estaría llena de empleados y la posibilidad de que él perdiera el control delante del resto de todos ellos era menor.

      En realidad, a Matt Falconer parecía importarle un comino lo que pensara el resto de la gente. Se regía por sus propias leyes. En los dos años y medio que Violet había estado trabajando para él, lo había visto abandonar hecho una furia reuniones de alto nivel porque alguien le había contrariado o porque no había logrado seguir su directa y brillante lógica. Ella había impedido que rechazara informes redactados incorrectamente y había trabajado con él hasta altas horas de la madrugada para completar un acuerdo simplemente porque no podía esperar. Violet también había sabido evitarle su presencia cuando él se había metido entre las cuatro paredes de su despacho, como en trance, porque la inspiración le había abandonado temporalmente.

      Antes, se había preparado una ensalada, pero no le apetecía comer. Tenía la cabeza demasiado llena. En el espacio de solo una semana, su vida se había puesto patas arriba y aún no había conseguido serenarse.

      A Violet no le gustaban los cambios. Ni las sorpresas. Le gustaba el orden, la estabilidad… la rutina. Le encantaban todas las cosas que, normalmente, las chicas de su edad despreciaban.

      No quería aventuras. Nunca hubiera considerado dejar su trabajo, aunque, en lo más profundo de su ser, sabía que habría tenido que hacerlo más temprano que tarde porque… a lo largo del tiempo, los sentimientos por su inteligente, temperamental e imprevisible jefe se habían convertido en algo un poco incómodo. Sin embargo, verse obligada a dejarlo…

      Apartó el plato y miró a su alrededor. Se sintió como si lo estuviera viendo todo por primera vez, algo que, por supuesto, no tenía ningún sentido. Llevaba viviendo en aquella hermosa y exclusiva casa desde que tenía veinte años. Sin embargo, la posibilidad de alquilarla a un perfecto desconocido le hacía considerar todo lo que tenía. Años de recuerdos perfectamente organizados, las estanterías cargadas de sus tomos de trabajos musicales, de manuscritos con anotaciones realizadas a lo largo de muchos años, de fotografías, de adornos….

      Las lágrimas amenazaron con aparecer. Una vez más.

      Tragó saliva y las contuvo. Se centró en recoger la cocina mientras la radio sonaba. Música clásica, por supuesto. Su favorita.

      Solo se dio cuenta de que había alguien en la puerta cuando resonaron unos fuertes golpes, incansables e innecesarios, porque, fuera quien fuera, no había tenido la decencia


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