Un legado sorprendente. Кэтти Уильямс

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Un legado sorprendente - Кэтти Уильямс


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Violet encogiéndose de hombros.

      –Dices que no tienes opción –comentó el como si estuviera pensando en voz alta. Entonces, abrió repentinamente los ojos y se incorporó en la silla. Violet lo observó llena de confusión–. Estás embarazada, ¿verdad? Yo soy muy progresista en lo que se refiere a ese tipo de cosas, pero, ¿es algo chapado a la antigua? ¿Es eso? ¿Se trata de un hombre que tiene una escala de valores más propia de la Edad Media? Debe de ser la clase de tipo que piensa que una mujer embarazada debe quedarse en casa.

      Los ojos azules le miraron el abdomen y, horrorizada, Violet instintivamente se apoyó la mano sobre el vientre.

      –¿Quién es, Violet? ¿Cómo es que no sé nada sobre él? ¿No te parece que es llevar el secretismo a un nivel exagerado? –le preguntó observándola atentamente–. Ahora, espero que me digas que eres lo suficientemente feminista como para saber que no se deja un trabajo maravilloso solo porque un tipo con opiniones anticuadas te sugiere que lo hagas.

      De repente, Matt se levantó y se dirigió hacia la ventana de la cocina. Estuvo mirando a través de ella durante unos segundos antes de darse la vuelta para mirarla con desaprobación. Resultaba evidente que estaba muy ofendido.

      –Ya no vivimos en la Prehistoria –prosiguió dejando a Violet sin palabras ante tan descabelladas conclusiones–. Deberías saber que soy más que considerado en lo que se refiere a mis empleados, sobre todo con los que tienen hijos. ¿Hay o no hay una guardería disponible en el octavo piso?

      –Sí, pero…

      –Hace mucho que hemos dejado atrás los días de la desigualdad entre géneros…

      –¡No hay nada de malo en que una madre decida quedarse en casa! –exclamó Violet.

      Francamente, a ella no se le ocurría nada más maravilloso, pero no iba a permitir que un tema irrelevante la distrajera. ¿Cómo era posible que alguien tan inteligente pudiera ser al mismo tiempo tan… obtuso?

      –No llevas anillo –comentó él–. ¿Un hijo fuera del matrimonio, Violet? No es lo que yo hubiera esperado de ti, pero también es evidente que me has estado ocultando muchas cosas. Estoy empezando a pensar si te conozco en realidad. Tú nunca has dejado entrever nada, pero pensaba que conocía la clase de persona que eres. ¿Acaso ese tipo no ha tenido la decencia de pedirte en matrimonio o es que ha salido huyendo?

      Matt sacudía la cabeza con indignación mientras Violet lo miraba asombrada.

      –O tal vez está casado. ¿Es eso? ¿Te has dejado embaucar por una sórdida situación que te ha llevado a esto? Deberías haber acudido a mí para pedirme consejo. Yo te habría apoyado.

      Violet estaba incrédula, tanto que casi no podía ni pensar.

      –¿Un hombre casado? ¿Una sórdida situación? Además, Matt Falconer, no es que sea necesario, ¿pero por qué habría yo acudido a ti para que me dieras consejo?

      Matt frunció el ceño.

      –Porque soy un hombre de mundo.

      –Sí, y también eres un hombre que no ha tenido nunca una relación que durara más de tres meses –le espetó ella sin poder contenerse.

      En vez de sentirse enojado por aquella exclamación, Matt la miró completamente intrigado. Se acercó lentamente a Violet. Ella, hipnotizada en contra de su voluntad, tan solo pudo mirarlo fijamente. Entonces, se echó a temblar con una mezcla de ira y frustración por haber permitido que la situación se desmadrara de aquella manera.

      –¡Esto es ridículo! –exclamó al ver que Matt tomaba una silla y la colocaba muy cerca de la que ella ocupaba.

      –Lo sé. ¿Por qué no retiras tu dimisión y fingimos que no ha ocurrido nada de todo esto?

      Matt la miraba fijamente y, de repente, de un modo inexplicable, sintió que su imaginación comenzaba a volar. Había algo atrayente en el rostro arrebolado de Violet, en su airada mirada y en sus labios entreabiertos. Frunció el ceño y parpadeó para volver a controlar sus sentidos.

      –No he dimitido porque quiera un aumento de sueldo. Tampoco es porque quiera más responsabilidad –dijo ella enumerando cada razón lenta y cuidadosamente–. Si hubieras leído lo que te decía en mi correo, te habrías dado cuenta de que valoraba muy positivamente mi experiencia en tu empresa. Tampoco se trata de que alguien me haya estado molestando en el trabajo. Y si John Draper me ha pedido una cita, no creo que sea asunto tuyo.

      –Sabía que ese tío estaba rondándote mucho y por nada bueno –replicó Matt con el ceño fruncido. Violet sintió ganas de darle un bofetón.

      –Más concretamente, Matt Falconer, no he estado teniendo ninguna aventura con nadie. ¡Y tampoco estoy embarazada! Ciertamente, jamás me habría sentido atraída por alguien que pensara que tiene derecho a dictar las reglas sobre el lugar que debe ocupar una mujer. ¡Ninguna de esas afirmaciones es la razón de mi dimisión!

      –Me alegro –comentó él visiblemente aliviado.

      Violet lo miró con desaprobación. Era tan egoísta. Lo único que le molestaba era que pudiera encontrar una sustituta que pudiera adaptarse a su impredecible y exigente personalidad. No se podía creer que hubiera sido tan idiota como para haberse sentido atraída por él. Gracias a Dios, era lo suficiente inteligente como para saber que debía ocultar aquella reacción tan inapropiada. Gracias a Dios, desear a otra persona era una enfermedad curable, de la que ella se curaría en cuando abandonara su empleo.

      –Entonces, dime a qué viene toda esta tontería –le dijo mientras se relajaba contra el respaldo de la silla y la miraba fijamente. Violet no pudo evitar beber de su masculina belleza tan solo durante un segundo antes de parpadear y regresar a la realidad.

      Suspiró y se rindió.

      Capítulo 2

      SE TRATA de mi padre –dijo ella simplemente mientras Matt la miraba como si de repente ella hubiera empezado a hablar en otro idioma.

      –¿Tienes padre?

      –Sí, Matt. Claro que tengo padre. La gente tiene padres. Estas cosas ocurren.

      Él sonrió y se movió ligeramente para poder estirar las piernas.

      –Te diría que voy a echar de menos tu sarcasmo, pero no es así. Si esto tiene que ver con un sencillo caso de problemas familiares, estoy seguro de que podremos encontrar una solución.

      –No soy sarcástica –respondió Violet cortésmente. Matt levantó las cejas muy sorprendido.

      –Has realizado más comentarios sarcásticos sobre las mujeres con las que he salido de los que puedo recordar. ¿Recuerdas que me preguntaste si había pensado alguna vez en salir con mujeres que no se volvieran locas por ir a un balneario? ¿O la vez que me dijiste que no era cierto que las rubias se divirtieran más? Eso por no olvidar algunos de tus innecesarios comentarios sobre las muestras de afecto que yo enviaba cuando una relación, desgraciadamente, había llegado a su fin…

      –¿Muestras de afecto? –repitió Violet–. Sinceramente no creo que los carísimos ramos de flores de la también carísima floristería de Knightsbridge se puedan considerar «muestras de afecto».

      –He regalado mucho más que flores…

      –En lo que se refiere a una ruptura, no se puede hablar de «muestras de afecto».

      –Bueno, es mi manera algo arrogante de apaciguar mi conciencia.

      –Lo has dicho tú, no yo.

      –En realidad, sí que lo has dicho tú –replicó Matt sin pestañear–. En más de una ocasión, aunque admito que ha sido de maneras diferentes. No obstante, el mensaje siempre ha sido el mismo. La mayoría de las personas se lo piensa dos veces en lo que se refiere a dar su opinión cuando están conmigo. Sin embargo, tú nunca te has mostrado reticente a la hora de decir


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