El plan del jeque. Lynne Graham

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El plan del jeque - Lynne Graham


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la puerta del apartamento con la llave magnética, se dirigió a la cocina.

      Apenas llevaba cinco minutos cuando apareció Rafiq con una botella de vino en la mano como si la hubiera estado esperando.

      –¿Qué tal tu tarde?

      Por suerte, no sabía que había pasado la mayor parte del tiempo limpiando el apartamento. Izzy sonrió, consciente de que su nivel de vida era completamente diferente al suyo.

      –Nada especial –contestó tranquilamente, decidida a no ponerle en un apuro con una respuesta sincera.

      –Esperemos que la noche sea diferente –murmuró y dejó el vino cerca de donde Izzy estaba cortando la verdura–. ¿Dónde están las copas?

      Era evidente que Rafiq no estaba acostumbrado a que una mujer cocinara para él y mucho menos a moverse en una cocina mientras se preparaba la comida. Abrió el armario de los vasos y sacó unas copas de vino. Trató de no fijarse en él puesto que se había cambiado de ropa. Se había quitado el traje de chaqueta y llevaba unos vaqueros y una camisa negra con el botón del cuello desabrochado. Seguía estando muy guapo.

      Mientras servía aquel líquido dorado en las copas, Izzy se fijó en la etiqueta y no pudo evitar arquear las cejas. Champán. ¡Y del mejor!

      Se sentía fuera de lugar observándolo por el rabillo del ojo apoyado en la encimera mientras ella cocinaba. A punto estuvo de soltar un gruñido consciente de que estaba con un hombre que no parecía haber estado en su vida en una cocina en funcionamiento. Le resultaba tierno ver cómo se esforzaba en parecer tranquilo y relajado a pesar de que su postura denotaba tensión, y se compadeció de él.

      –¿Por qué no vas y te sientas en la otra habitación mientras termino aquí? –sugirió Izzy antes de tomar su copa y dar un trago.

      –Si eso es lo que quieres… Pero no me parece bien dejarte aquí sola.

      –No pasa nada. Será cuestión de unos minutos.

      –Estás muy guapa con ese vestido –dijo Rafiq y recorrió las curvas de su cuerpo con una ansiedad que Izzy percibió.

      Por un instante aquella mirada la contrarió, pero enseguida se evaporó aquella sensación. Hacía tan solo unas semanas que había estado comentando con su hermana lo exigentes que eran con los hombres. Les resultaba incómodo ser las únicas vírgenes que conocían. Se habían empeñado en aferrarse a algo que el resto de la gente de su edad ya había superado. De adolescentes estaban convencidas de que el hombre perfecto aparecería, pero ya no eran tan ingenuas. Los hombres que conocían no valoraban esa inocencia sexual y habían llegado a la conclusión de que reprimirse carecía de sentido.

      Después de todo, incluso su madre no había esperado a casarse. Lucia había sido muy franca al contar a sus hijas que había conservado hasta los veinticinco años lo que sus tradicionales padres le habían aconsejado que conservara. Pero se había cansado de seguir la creencia popular de que tenía que mantenerse pura. Los hombres con los que se había relacionado habían estado lejos de ser respetuosos y, locamente enamorada de su padre, nunca se había arrepentido de aquella decisión, a pesar del rechazo de su familia.

      Así que, cuando Rafiq la devoró con la mirada, Izzy se sonrojó, a la vez que se daba cuenta de que podía tenerlo. Se sintió traviesa, atrevida y desvergonzada, pero no pudo contener el calor que brotaba de su cuerpo. El deseo que a él no le importaba mostrar, estaba invadiéndola a ella también. ¿Por qué disimular? Había despertado algo en su cuerpo y la estaba haciendo desear lo que nunca había deseado. A saber cuándo volvería a conocer a un hombre que le produjera un efecto así.

      Izzy trató de mostrarse indiferente mientras intentaba controlar el torbellino de emociones que la invadían. Llevó el primer plato a la mesa y se sentaron a comer.

      –¿Qué tal tu reunión? –preguntó como si tal cosa.

      –Lo habitual. Preferiría hablar de otra cosa. Háblame de ti.

      En pocas palabras describió a su familia. Rafiq le preguntó por su hermano Matt.

      –¿Lo suyo es de nacimiento?

      –No, se cayó de una escalera siendo muy pequeño y se rompió la columna. Se quedó paralítico de cintura para abajo. Ahora tiene once años y lleva tanto tiempo en silla de ruedas que ya está acostumbrado –respondió Izzy orgullosa–. Pero cuidar de él es duro así que Maya y yo ayudamos en todo lo que podemos. Cuando por fin tenga un trabajo a jornada completa, podré hacer más.

      –¿Y eso será pronto?

      –Bueno, no. Si todo va según lo previsto y consigo una buena nota, el año que viene haré un curso de formación –explicó Izzy–. Quiero ser maestra de primaria. Maya seguramente conseguirá un buen trabajo. Se le dan muy bien los números.

      No estaba dispuesta a contarle la vergonzosa realidad de que sus padres se ahogaban con las deudas que habían acumulado durante años. Corrían el riesgo de perder su casa, especialmente adaptada a las necesidades de su hermano. Todas sus opciones se reducían al dinero, lo cual era angustioso, pero si por alguien sentía más pena era por su hermana. Maya no tenía ningún interés en trabajar en la bolsa, pero dado que era un trabajo muy bien pagado, no le quedaba otro remedio que hacerlo. Al menos Izzy, siendo a la que peor se le daban los estudios, iba a tener la oportunidad de dedicarse a lo que quisiera.

      –¿Dónde están tus guardaespaldas? –preguntó con curiosidad deseando cambiar de tema.

      Una casi imperceptible mancha de color se extendió por las mejillas de Rafiq. Los cuatro guardaespaldas contratados ante la insistencia de su tío habían desaparecido del apartamento mientras que los otros dos que llevaban tiempo al servicio de Rafiq disfrutaban de una noche de descanso. Le dolía en su orgullo que, a pesar de ser un hombre hecho y derecho, tuviera que recurrir a esas tretas para huir de la falta de intimidad que suponía tener aquella seguridad.

      –Les de dado la noche libre porque no voy a salir.

      –Háblame de Zenara –le pidió Izzy.

      –¿Aunque no hayas oído hablar de mi país jamás?

      Izzy se sonrojó y alzó la barbilla.

      –Te has sentido ofendido, ¿verdad?

      –Claro que no –replicó Rafiq, reparando en su mirada azul zafiro y en sus mejillas sonrosadas.

      –Sí, creo que sí. Bueno, lo siento, pero todos somos ignorantes en algo –dijo justificándose–. Espero que se me ocurra algún tema que no domines para dejarte en evidencia.

      –No será en geografía.

      Izzy apretó los labios y se encogió de hombros.

      –Apuesto a que te hubiera ido mucho mejor que a mí en el examen de ciencias que hice esta mañana. No se me dan bien las ciencias ni poseo grandes conocimientos en cultura general.

      Rafiq frunció el ceño.

      –Pensé que estabas estudiando Filología Inglesa.

      –Para completar mis estudios, este año he tenido que tomar dos asignaturas diferentes y todo el mundo decía que la asignatura de ciencias básicas era muy fácil –dijo Izzy y sonrió al recordarlo–. Bueno, Maya seguramente la habría aprobado sin dificultad con cinco años, pero yo no he sabido contestar alguna de las preguntas.

      –Con un poco de suerte, habrás contestado las suficientes como para aprobar –la animó Rafiq–. Por lo que cuentas, llevas toda la vida sintiéndote eclipsada por una hermana muy inteligente. Ha tenido que ser muy difícil.

      –En absoluto –protestó Izzy levantándose para traer el plato principal–. Nunca he tenido envidia de Maya. Siempre me ha ayudado en todo lo que ha podido.

      Rafiq se dio cuenta de que había tocado un tema espinoso.

      –Será mejor que hablemos de Zenara –dijo desconcertándola por aquel brusco cambio de tema.

      –No,


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