E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

Читать онлайн книгу.

E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery


Скачать книгу
de la mía.

      Justo en ese momento aparcó un coche tras el suyo. Rafe reconoció el distintivo de la alcaldía y el escudo de la policía local.

      Salió del coche una mujer de unos cuarenta años, con uniforme y gafas de sol. En la placa que llevaba en el pecho se leía «jefa de policía Barns». Rafe estaba impresionado. Dante no solo había hecho las llamadas pertinentes, sino que había ido hasta el final.

      Heidi se acercó a la mujer sin soltar la cabra. Sonrió, aunque le temblaban los labios. A pesar de lo mucho que le irritaba la situación, Rafe tuvo que reconocer que parecía tan inocente como una cabrera. Miró a la cabra.

      –Jefa de policía Barns, soy Heidi Simpson.

      –Ya sé quién eres.

      La policía sacó un teléfono móvil del bolsillo y buscó en la pantalla.

      –Estoy buscando a Rafe Stryker.

      –Soy yo –Rafe se acercó a ella–. Gracias por venir personalmente.

      –He venido ante la insistencia de su abogado –y no parecía muy contenta–. Cuénteme, ¿qué está pasando aquí?

      –Glen Simpson le vendió a mi madre Castle Ranch a cambio de doscientos cincuenta mil dólares. Se quedó el dinero y le entregó una documentación falsa. Él no es el propietario del rancho, no ha ingresado el dinero y ya se lo ha gastado. A pesar de que dice que quiere arreglar las cosas, no tiene forma de devolver el dinero.

      May soltó un sonido de disgusto.

      –Mi hijo tiene muy claro lo que ha pasado, pero ha pasado por alto un pequeño detalle.

      –¿Qué es? –preguntó Barns.

      –Que no había ninguna necesidad de meter a la policía en esto.

      –Me gustaría estar de acuerdo con usted, señora, pero su hijo ha puesto una denuncia. Y supongo que no va a decirme que no tenía ningún derecho a hacerlo. ¿Me está diciendo que he venido hasta aquí para nada?

      –Yo también figuro como propietario del rancho –le aclaró Rafe. Y eso era culpa exclusivamente suya–. Mi madre cree en la bondad innata del señor Simpson, pero yo no.

      –No es un mal hombre –insistió Heidi.

      La jefa de policía se volvió hacia Glen.

      –¿Usted tiene algo que decir?

      Glen alzó la mirada hacia el cielo y se volvió hacia la policía.

      –No.

      –En ese caso, voy a tener que llevármelo.

      –¡No puede llevárselo! –Heidi se interpuso entra la policía y su abuelo, con la cabra todavía a su lado–. ¡Por favor! Mi abuelo es un hombre mayor. ¡Si le encierran, morirá!

      –No van a llevárselo a Alcatraz –le recordó Rafe–. Estará en una prisión de un pueblo pequeño. No va a ser tan duro.

      –¿Lo dices por experiencia propia? –le preguntó Heidi.

      –No.

      –Entonces, será mejor que te calles –a Heidi se le llenaron los ojos de lágrimas cuando se volvió hacia la policía–. Seguro que puede hacer algo...

      –Tendrá que hablar con el juez –respondió Barns con una voz sorprendentemente amable–. Pero su amigo tiene razón. La prisión no está tan mal. Estará bien.

      –Yo no soy su amigo.

      –No es mi amigo.

      Heidi y Rafe se miraron el uno al otro.

      –¿Puedo darle una patada? –le preguntó Heidi a la policía–. Solo una, pero fuerte.

      –A lo mejor más tarde.

      Rafe comprendió que era mejor no protestar. Por la forma en la que aquellas dos mujeres le estaban fulminando con la mirada, una patada sería una sentencia amable.

      Le habría gustado señalar que él no había hecho nada malo, que el malo era Glen. Pero aquel no era momento para la lógica. Conocía a su madre suficientemente bien como para saberlo y dudaba de que Heidi fuera muy diferente.

      Glen no opuso ninguna resistencia. Se dejó esposar y se sentó en el asiento trasero del coche patrulla.

      –Iré allí en cuanto pueda pagar la fianza –le prometió Heidi.

      –Hasta mañana por la mañana no fijarán la fianza –le explicó la policía–. Pero puede ir a verlo. Y no se preocupe, estará bien atendido.

      La policía se montó en el coche y se marchó. Heidi soltó a la cabra y May se volvió indignada hacia su hijo.

      –¿Cómo has podido detener a Glen?

      Rafe pensó en la posibilidad de señalar que no había sido él el que le había detenido, que lo único que había hecho había sido llamar a la policía para que le detuvieran. Un detalle que, seguramente, su madre no apreciaría.

      –¡Te ha robado, mamá! Ya perdiste este rancho en una ocasión y no voy a permitir que vuelvas a perderlo.

      El enfado de su madre se aplacó visiblemente.

      –¡Oh, Rafe, siempre has sido muy bueno conmigo! Pero puedo cuidarme sola.

      –Acaban de estafarte doscientos cincuenta mil dólares.

      –¡Deja de repetírmelo!

      Rafe le pasó el brazo por los hombros y le dio un beso en la frente. A pesar de que May era una mujer alta, continuaba siendo más alto que ella.

      –Sabes que me desesperas, ¿verdad? –le preguntó.

      Su madre le devolvió el abrazo.

      –Sí, pero no lo hago a propósito –May alzó la mirada hacia él–. ¿Y ahora qué?

      –Ahora vamos a conseguir tu rancho.

      Heidi permanecía en medio de Fool’s Gold, sin estar muy segura de qué era lo primero que tenía que hacer. Glen necesitaba su ayuda, y ella necesitaba un abogado. No tenía dinero para pagarlo, pero de ese problema ya se ocuparía más adelante. De momento, lo más urgente era sacar a su abuelo de la cárcel.

      Giró lentamente y vio el letrero de la librería Morgan y del Starbucks en el que solía quedar con sus amigas. Estaba también el bar de Jo, pero en ninguno de aquellos establecimientos anunciaban ayuda legal gratuita.

      Sacó el teléfono móvil y buscó hasta encontrar el número de Charlie. Le envió un mensaje a toda velocidad: Es urgente, ¿podemos hablar?

      A los pocos segundos recibía la respuesta: Claro, quedamos en el parque.

      «El parque» era el parque de bomberos del pueblo. Heidi dejó la camioneta donde estaba y recorrió a pie las tres manzanas que la separaban del lugar de su cita.

      El parque de bomberos estaba en la zona más antigua del pueblo. Era un edificio de ladrillo y madera de dos plantas, con un enorme garaje con puertas a la calle. Aquella cálida tarde de abril estaban abiertas. Charlie Dixon la esperaba al lado del enorme camión de bomberos que conducía.

      –¿Qué ha pasado? –preguntó en cuanto vio a Heidi corriendo hacia ella.

      –Glen se ha metido en un lío.

      Charlie, una mujer alta y competente que no había conocido nunca a un hombre al que no pudiera batir en todo, puso los brazos en jarras y arqueó las cejas.

      –Estamos hablando de Glen. ¿En qué lío puede haberse metido?

      –Ni te lo imaginas.

      Heidi puso rápidamente al tanto a su amiga de lo que había ocurrido con Glen, le habló de


Скачать книгу