Arriesgando el corazón. Amanda Browning

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Arriesgando el corazón - Amanda Browning


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sus veintiocho años de vida no había respondido de esa manera ante un hombre. Oh, se había sentido atraída por unos cuantos, pero nunca tan fuertemente como ahora. Evidentemente, ese hombre tenía algo que los demás no tenían. Ese descubrimiento la asustó. ¡Era el último hombre por el que quisiera sentirse atraída!

      Así que, ignorando esos sentimientos y concentrándose sólo en su ira, levantó la barbilla y le dijo:

      –¿Le llama a esto ser agradable? ¿Dónde lo ha aprendido? ¿En un curso de encanto por correspondencia?

      Mientras decía aquello esperó que no se le hubiera notado su reacción, lo último que necesitaba era que él supiera lo mucho que la había afectado.

      Pero Lance se había dado cuenta y eso lo afectó a él también. Así que ella también sentía esa poderosa atracción. De todas formas, antes de que pudiera pensar lo que podía hacer al respecto, ella soltó la siguiente salva verbal. Por lo menos la chica tenía espíritu. Eso casi lo hizo reír y, lo habría hecho si no tuviera tanto dolor de cabeza y ella no lo hubiera irritado tanto.

      –Lo aprendí en el mismo sitio que usted, querida. A usted no le enseñaron mucho de buena educación y encanto en el colegio. Da la impresión de haber pasado demasiado tiempo con malas compañías. ¿Dónde aprendió educación, en el garaje o los establos de la bonita casa donde debía vivir?

      Esas palabras volvieron a afectarla y se sorprendió al ver el don que tenía ese hombre para recordarle cosas que ella hacía lo posible por olvidar.

      Por un agónico segundo, se vio transportada de nuevo a otro tiempo y lugar donde el aire era cálido, se oían los relinchos de los caballos y todo era terror y dolor. Se estremeció y volvió al presente.

      –Esa es exactamente la clase de argumento que me esperaba de usted.

      Lance se dio cuenta del momentáneo cambio de expresión que había pasado por el rostro de ella. Los pensamientos que pasaran entonces por su cabeza no debían ser nada agradables. Cuando ella volvió a su expresión normal, había unas sombras en sus ojos que, sinceramente, no le gustó ver. Sobre todo al haber sido el responsable de su aparición.

      Pero lo cierto era que, por mucho que le atrajera esa mujer, también tenía una gran facilidad para enfurecerlo. Si dejara de insultarlo a él o a la persona que creía que era, podría pensar en cambiar de opinión. Desafortunadamente, no parecía que nada de eso fuera a suceder.

      Un hecho que se confirmó al cabo de pocos momentos.

      –Le pagan muy bien por escribir mentiras que destrozan las vidas de los demás, ¿no? ¡Sin duda es dinero sangriento! –exclamó ella y lo miró acusadoramente.

      Lance sonrió levemente.

      –Princesa, está muy cerca de perder una de sus siete vidas. ¿Por qué no se retira ahora que puede? –le aconsejó él suavemente.

      Cualquiera que lo conociera habría aceptado el consejo en vez de arriesgarse a las consecuencias. A él no se le conocía precisamente por dar cuartel. Un hecho que ella ignoraba. Aunque tampoco habría sido distinto si no fuera así. Kari era una luchadora y nunca se rendía.

      –No me voy a marchar hasta que no me prometa una disculpa impresa. Esta historia es un escándalo y usted lo sabe muy bien –le dijo.

      –¿Lo sé?

      Eso no le sorprendía nada. Sabía muy bien el tono de la información del periódico para el que trabajaba su primo. Solían discutir constantemente por ello. Pero no iba a darle la razón a esa terca mujer.

      –Bueno, naturalmente que usted no pensará así –dijo Kari–. Para eso tendría que tener algunos principios morales. ¡La persona que puede permitir que se publiquen cosas como esta no debe tener moral en absoluto!

      Por uno de esos extraños giros del destino, Lance se encontró defendiendo a su primo, cuando realmente ya había discutido con él por eso mismo más de una vez.

      –Si se cree que me puede insultar impunemente por ser mujer, se equivoca, princesa. ¡No se lo aceptaría a un hombre y, ciertamente, no se lo voy a aceptar a usted!

      –¿Y qué me va a hacer? ¿Golpearme?

      Por muy tentado que se sintiera de darle unos azotes en el trasero, a Lance lo habían educado para tratar a las mujeres con respeto. Para él, un hombre que golpeara a las mujeres no era más que un cobarde y un animal que se aprovechaba de su fuerza. Había otras formas de tratar con una mujer enfadada. Si hubieran estado en cualquier otro lugar, la había abrazado y besado hasta que esa ira se transformara en otra cosa mucho más agradable. Su mirada se dirigió inmediatamente a la boca de ella. Se preguntó si sus labios se ablandarían bajo los de él como se imaginaba.

      No era que lo fuera a averiguar. Aquella no era la manera de solucionar esa situación. Probablemente terminaría en la sala de urgencias de un hospital para que le dieran unos puntos en la cabeza. Además, había más de una manera de calmar a una gata.

      –Se olvida de que tengo otros medios a mi disposición –le dijo inclinando la cabeza hacia el ejemplar del periódico que ella había dejado sobre la mesa.

      A ella no le pasó por alto la amenaza. ¡Eso demostraba lo bajo que podía caer ese hombre!

      –¡Publique algo difamatorio sobre mí y lo llevaré a juicio!

      Lance agitó la cabeza, lo que fue un error porque todavía le dolía mucho. Cerró los ojos esperando a que se le pasara un poco antes de responder.

      –No sería difamatorio. Me enorgullezco de decir siempre la verdad.

      –La verdad, tal como la ve usted, significa evidentemente pisotear los sentimientos de los demás con botas de clavos.

      –Bueno, ya ve, los sentimientos de la gente son algo curioso. Yo me atrevería a decir que un ladrón no querría que hirieran sus sentimientos cuando se dice la verdad de él.

      Kari le dio una patada al suelo.

      –No es lo mismo, y lo sabe. Se suponía que ese artículo era sobre el compromiso de Sarah. Pero sólo le dedican a ello un par de párrafos, el resto trata del escándalo de su padre. Él ya pagó por lo que hizo y usted no tenía derecho a sacarlo de nuevo a la luz. Ni a hacérselo pagar a ella. Quiero una disculpa. ¡No! ¡La exijo!

      –¿La exige?

      Si ella no hubiera utilizado esas palabras, él habría reaccionado de otra manera, pero lo había hecho, y con ello había pulsado algunos botones que él casi se había olvidado de que existían.

      La segunda esposa de su padre había sido una mujer muy exigente y Lance creía que esa fue una de las razones que llevaron a una muerte temprana a su padre. No era de extrañar que él no respondiera muy bien a las exigencias.

      –Querida, puede que usted viva en un mundo en el cual todas sus exigencias se vean satisfechas, pero eso no va conmigo. Eso me lleva a otra verdad que puede que no le guste. El mundo no gira alrededor de usted y sus deseos y no le vendría mal que se bajara del caballo, dejara de exigir esto y aquello y empezara a pedir las cosas por favor, como el resto de los mortales.

      –¿Cómo se atreve? –le preguntó ella poniéndose roja de ira.

      Todo aquello le parecía más doloroso porque se dio cuenta de que él tenía razón.

      –Muy fácil. Su amabilidad me obliga a ponerme en este plan. Muy bien, princesa, ya ha dicho lo que quería, ahora es mi turno. Ha entrado aquí sin ser invitada, lo que significa que ya sabe donde está la puerta. Ciérrela cuando salga.

      Lance se volvió a sentar entonces, cerró los ojos y colocó de nuevo los pies sobre la mesa.

      Kari lo miró impotente, sabiendo que había cometido un error táctico.

      –Es usted despreciable. Esto no ha terminado todavía. Nuestra familia es bastante conocida por aquí.

      Él se rió secamente.

      –Me


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