Hijo secreto. Ким Лоренс

Читать онлайн книгу.

Hijo secreto - Ким Лоренс


Скачать книгу
o no.

      Conseguir un trabajo en su campo le había resultado muy difícil. Sin embargo, aquel nuevo puesto lo había conseguido con mucha facilidad. Además, le pagarían muy bien por una tarea que no le parecía nada agotadora.

      –Se limitaron a llamarme por teléfono y darme un billete de primera clase para venir hasta aquí –dijo ella.

      –No, por favor, no se preocupe. Haré que trabaje mucho para ganarse el sueldo. ¿Ha sido un hombre?

      Ella lo miró confusa.

      –¿Un hombre? –de pronto, se dio cuenta de que Sam Rourke sería su jefe. ¡Podría haberse dado cuenta antes de arremeter contra él!

      –Un corazón roto, una aventura insensata… ¿Ha sido algo así? No parece del tipo que… –la miró durante unos segundos. No era correcto decirle a ninguna mujer, por muy contenida que pareciera, que no parecía tener sangre en las venas.

      –¿De las que pierde la cabeza por nadie?

      –Sí, exactamente –afirmó él.

      –No lo soy –afirmó ella.

      No tenía intención alguna de contarle que sí había sido un hombre el causante de que tuviera que abandonar su trabajo. Simon Morgan.

      Desde el primer momento, el médico jefe había mostrado un interés más que especial en ella. No le había seguido el juego, pero Morgan era otro de esos que se creen irresistibles y que considera que cualquier mujer debe caer rendida a sus pies.

      Al principio, había creído que su rechazo era parte del juego que él quería jugar. Pero cuando finalmente había descubierto que no era así, las cosas se habían puesto francamente difíciles para ella.

      Podría haber puesto una denuncia por acoso. Pero no era tan fácil. Aunque hubiera ganado, aquello podría haber arruinado su carrera.

      –Deberíamos marcharnos –dijo ella.

      Rick se acercó a ellos.

      –Nos vemos mañana, Sam –Rick era un joven delgado, pelirrojo. Miraba a Lindy con curiosidad.

      –Es la nueva asesora médica, Rick –respondió Sam a la tácita pregunta que no se llegaba a formular.

      –Encantado –dijo Rick con una amplia y amigable sonrisa–. Por favor, no me lo tenga despierto hasta muy tarde. Mañana empezamos a rodar a primera hora. Hasta mañana.

      Sam y Lindy siguieron la figura del joven hasta que desapareció por la puerta.

      –¿Un actor?

      –Del equipo técnico.

      –No pensaría que nosotros… –preguntó ella incómoda.

      –No lo creo –dijo Sam mientras pagaba con la tarjeta de crédito–. No es usted mi tipo.

      –¡Qué crueldad la suya, arruinar todas mis fantasías adolescentes con una afirmación tan rotunda! –respondió ella con toda la ironía que correspondía mientras se dirigían a la puerta.

      Llegaron junto al coche que había alquilado Lindy para llegar hasta allí.

      Sam abrió el maletero.

      –Debería haberlo cerrado con llave –fue sacando todas las maletas.

      –¿Qué se supone que está haciendo?

      –El estudio le proporcionará otro coche. Vendrán a recoger éste.

      Se metieron en el coche de él y se pusieron en marcha.

      –¿Está muy lejos?

      –A unos veinte minutos –giró hacia la derecha y entró en una carretera algo tortuosa–. Hope ha encontrado una casa muy interesante.

      –Me dijo que estaba junto al mar –Lindy trató de recobrar el optimismo y la emoción que había sentido la primera vez al saber que trabajaría allí.

      –Sí.

      –¿Está trabajando? –preguntó ella.

      Sam la miró de reojo.

      –No hay rodaje hoy.

      –Pero supuse…

      –Dije que no podía ir a recogerla, no que estuviera trabajando.

      Había algo indefinible en su voz.

      –Bueno, pues ¿qué es lo que está haciendo?

      –Algo que no es precisamente el secreto mejor guardado del mundo.

      –¿Qué quiere decir –preguntó ella, con un tono de voz que guardaba en exclusiva para quien no hablaba como era debido de sus hermanas.

      –Olvídelo –le sugirió Sam.

      –Creo que es un poco tarde para eso. ¿Le ha ocurrido algo a Hope?

      Sam hizo un gesto nervioso, inconcreto pero expresivo. Fuera lo que fuera, de algún modo le preocupaba.

      –No, no le ha ocurrido nada. Las palabras claves son Lloyd Elliot.

      Lindy respiró aliviada. ¡Así que se había enamorado!

      –Bueno, lo único que sé es que es mayor que ella –hacía por lo menos diez años que Lloyd Elliot no protagonizaba una película. Pero como productor, con más de una docena de grandes películas en su haber, era muy renombrado.

      –Sí, y casado.

      Lindy se puso pálida.

      –Hope nunca tendría una relación con un hombre casado.

      –¡Si usted lo dice!

      –Sí, yo lo digo –afirmó ella con rotundidad–. Mis hermanas no son así.

      –Ya. Recuerdo que Hope me comentó que eran tres mellizas –dijo él pensativo–. Este tipo de cosas ocurren con frecuencia aquí. Hay cientos de divorcios y de relaciones ilícitas. Es un ambiente muy claustrofóbico y, por algún motivo, provoca ese tipo de relaciones.

      Hubo un silencio denso.

      –Ya hemos llegado.

      Bajaron del coche y se dirigieron a la casa. Tenía un amplio mirador desde el que se veía el mar y un paisaje de ensueño, sólo salpicado por alguna que otra casa.

      En cualquier otra circunstancia, Lindy habría estado encantada con aquel lugar maravilloso. Pero lo único que sentía en esos momentos era indignación.

      ¿Cómo podía acusar a su hermana tan impunemente de tener un lío con un hombre casado? Y lo peor era que no le resultaba extraño.

      Se volvió hacia él en un verdadero ataque de ira.

      –¿Cómo se atreve a decir algo así de mi hermana?

      La intensidad reconcentrada de su tono de voz hizo que Sam se diera la vuelta sorprendido.

      Nunca había creído en aquella vieja teoría de que las mujeres frías podían ser un huracán interior. Pero debía reconocer que aquel repentino giro de ciento ochenta grados era muy interesante.

      Sam se dio cuenta de que estaba entrando en terreno pantanoso. Los próximos meses iban a ser realmente intensos y no podía permitirse distracciones. Era la primera vez que dirigía una película y su personaje no tenía nada que ver con el que el público estaba habituado a ver en él.

      Tenía mucho trabajo que hacer en los meses siguientes.

      Aparte de todo eso, aquella mujer había dejado muy claro que no veía en él nada más que una cara bonita. Estaba acostumbrado de algún modo a que así fuera, pero, por algún motivo, en aquel caso su actitud lo perturbaba. Por alguna oscura razón, quería demostrar a Rosalind Lacey que estaba equivocada.

      –Me ha preguntado y yo le he contestado. No están siendo precisamente discretos. Tampoco he sido yo el que ha hecho


Скачать книгу