Decadencia. Adrian Andrade
Читать онлайн книгу.es Elder?
El misterioso rescatista se asombró de descubrir que el mismo Elder desconocía su propio nombre.
—Tú eres… —detectó la confusión en su mirada— ¿No recuerdas?
—¡No! ¡No entiendo! —el agotamiento al lado de la confusión lo hicieron perder la razón tras desgastarse.
¡Era una tragedia a gran escala! Elder no podía recordar nada en absoluto, su cabeza se había golpeado con brutalidad durante el impacto borrándole no sólo sus recuerdos sino su identidad; aquella razón de existir.
—¡Resiste Elder! —Insistió— ¡Sólo resiste!
Las sirenas tanto de las patrullas como de los bomberos comenzaron a escucharse. Tal parecía no se encontraban tan distantes. Los militares fueron los primeros en llegar al sitio para establecer un perímetro. Esta ejecución se dio con facilidad ya que el parque del Arroyo Verde contaba con las dimensiones perfectas para llevar a cabo una cuarentena, en caso de requerirse.
Los policías comenzaron a dispersar a la gente dándole entrada a la ambulancia, mientras los paramédicos descargaban el equipo de extracción, el valiente rescatista se cercioraba de que el sobreviviente siguiera respirando. Aunque a éste le costaba esconder sus sentimientos ya que en su rostro se reflejaba un conflicto interno; y con mucha razón, no sabía qué hacer al respecto. No había un protocolo que dictaminará la siguiente medida a tomar, así que sólo miraba a su alrededor como si estuviese esperando algo o a alguien.
Los paramédicos, en compañía de algunos federales, le arrebataron al muchacho y lo colocaron en una camilla. De forma inoportuna un helicóptero se interpuso en su camino al estacionarse justo enfrente de ellos. Varios hombres uniformados de blanco descendieron del transporte para impedirles el paso.
Uno de ellos se acercó a la cabecilla de los paramédicos mientras el resto se aferraba a resguardar la camilla.
—Gracias amigos, nosotros nos haremos cargo —ordenó el aparente líder mostrando una placa resplandeciente donde se especificaba su título de Doctor respaldado por el sello de un tal Sector Cero.
Los paramédicos no tuvieron opción que retroceder y dejar a los hombres de blanco tomar el control. En cuestión de segundos, la tripulación regresó al helicóptero con la camilla incluida.
—¿Qué dice ahí? —preguntó uno al observar una etiqueta desgarrada en el atuendo quemado.
—Al parecer dice Elder Musik —reveló otro mientras adoptaban altitud.
La lluvia se desató conforme el helicóptero maniobraba entre las intensas nubes eléctricas.
Entretanto al rescatista misterioso se le exigió dirigirse a la ambulancia para una desintoxicación y de paso la captura de su testimonio. Independiente de la insistencia, se negaba a moverse de su lugar. No podía despegar sus ojos del helicóptero, le era imposible hacerlo ante la ansiedad acumulada por el desconocido destino que le deparaba al joven Elder. Aunque aquello era el menor de sus problemas, su verdadera preocupación radicaba en la seguridad mundial.
Un relámpago iluminó el cielo y tras la momentánea saturación de luz, el helicóptero desapareció de su vista. Un rotundo trueno le hizo sentir el duro peso de su decisión tomada pero no había nada más que contribuir. Menos con el personal a cargo de este incidente.
—¡Señor, no se lo volveremos a pedir! —varios agentes federales lo rodearon al no recibir respuesta a su clara solicitud.
El rescatista sólo sonrió ante la amenaza inminente y de imprevisto, un segundo relámpago se desató pero sólo que esta vez el cielo no fue lo único blanqueado sino la zona completa se saturó ocasionando una fuerte ceguera temporal.
En cuanto el entorno volvió a su normalidad, el rescatista desapareció con todo y el misterio. Los federales se dispersaron sin encontrar señal alguna de su paradero. Era como si nunca se hubiesen topado con éste.
—Comandante —se acercó uno de los federales—, no existe ninguna referencia sobre un Sector Cero en la base de datos; además ese supuesto Dr. Berger lleva más de 30 años muerto de acorde a su historial.
El Comandante no pudo disimular su asombroso descontento al descubrir que por ambas partes había sido engañado.
—¡Rastréenlos!
La captura de ambas identidades misteriosas se emitió y tanto policías, agentes y militares dieron inicio a la búsqueda nacional, pero con los constantes destellos de la imprevista tormenta, terminó siendo una tarea imposible de cumplir.
La llegada de los
forasteros
I
Posteriormente de la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno descubrió el poder de la autodestrucción en las bombas nucleares. Sintiendo el terrible futuro de una posible extinción por causa de una Guerra Termonuclear, decidió poner en marcha un programa de contención.
Esta primera medida se oficializó con la operación Subsistencia la cual consistió en la creación de catacumbas ocultas por debajo de la Tierra, esto con el objetivo de asegurar la existencia humana en caso de un suceso irreversible.
Con el transcurso del tiempo y el avance de la tecnología, estas construcciones adoptaron un diseño tecnológicamente urbano, convirtiéndose en las primeras y únicas ciudades subterráneas de las cuales terminaron referenciándose como CISP: Conurbación Industrial Subterránea del Pacifico.
Siendo esto insuficiente, el programa evolucionó hasta consolidarse como un Sistema de Contención Mundial reconocido solamente por una minoría selecta. En su proceso lograron frenar la tensión de guerra al proporcionar alternativas mediante un reacomodo en los sectores conflictivos y sobrepoblados.
Hoy en día la estabilidad entre las naciones se encontraba siendo amenazada por fuerzas externas indiferentes a la realidad humana. El Sensor, un escudo invisible en forma de red global e integrada con la tecnología más poderosa, había sido activado para resguardar al planeta de dicha intrusión.
Desde su activación nadie podía entrar o salir, a excepción de aquellos que siempre encontraban la manera de burlarlo con la finalidad de causar un daño irreversible.
Para evitar este tipo de entradas ilegales, se crearon varias centrales especializadas con recursos de máximo alcance en comunicaciones, el personal efectivo y un gran catálogo de armas para contener esta clase de situaciones inexistentes para el resto del mundo.
Una de estas era la Central Replicante de Infiltrados del Norte, referida sencillamente como Central Norte por cada uno de sus miembros.
La Central Norte consistía en una división desconocida por los gobiernos incluyéndose a las Naciones Unidas. Sólo unos cuantos sabían de su existencia y a éstos se les llamaban los Infiltrados, contactos situados en los distintos países con cargos esenciales para influenciar a las autoridades gubernamentales en caso de emergencias extraoficiales.
Las instalaciones clandestinas se ubicaban en la costa de Oregón en Estados Unidos; cerca del mar para navegar con libertad o volar sin ser detectados. Compuesto por un equipo de diez personas y bajo la dirección del Comandante Hawthome.
La estructura se clasificaba en cuatro departamentos: Análisis de la Información a cargo de Gale Morris y Ezra Lloyd; Tácticas y Operaciones por Jed Lowell y Keene Miles; Armas, Transportes y Suplementos administrado por Leith Olin y Nathan Orson; y por último, Monitoreo y Seguridad del Noroeste por Sharon Bagley y Myra Wimund.
Cada uno de ellos le respondía al Comandante Hawthome, en caso de su ausencia, la agente Idelle Paddock tomaba el control por ser su mano derecha y la segunda al mando.
Más que una asistente, contaba con un sobresaliente entrenamiento militar y una amplia experiencia en misiones de encubierta. Por ese impresionante currículo en conjunto con sus operativos en el campo, fue la candidata