Tórrida pasión - Alma de fuego. Кэтти Уильямс

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Tórrida pasión - Alma de fuego - Кэтти Уильямс


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lo miró con incredulidad unos segundos, antes de echarse a reír, y fue un sonido tan musical el de su risa que él también tuvo ganas de echarse a reír, de levantarla en brazos y dar vueltas con ella… Stephano se quedó asombrado porque sobre todo quería besarla…

      ¡Pero qué tonterías estaba pensando!

      –En ese caso, si va a mejorar la relación y comunicación entre nosotros, la respuesta a tu pregunta sobre la persona con la que he compartido piso es que es una chica –lo miró de reojo para ver cómo se lo tomaba.

      Él hizo como si no se hubiera fijado.

      –Y en cuanto a si tengo familia… –continuó Penny–. Mi padre murió cuando yo tenía la edad de Chloe. Y mi madre murió hace un par de años; llevaba enferma mucho tiempo. Pero tengo una gemela que tiene una niña de seis años y un bebé recién nacido. Voy a verlos a menudo, y quiero mucho a los niños.

      En ese momento iban por el camino de piedra que llevaba hasta el lago. Era el lugar favorito de Stephano, y a menudo se sentaba allí a meditar, sobre todo en ese momento del día. Además, sentía curiosidad por ver la reacción de Penny cuando viera el lago.

      No fue la esperada.

      –¿Pero qué es esto? No me había dicho que hubiera un lago, señor Lorenzetti… No me parece un sitio muy seguro para Chloe. Debería estar vallado.

      No recordaba haberse sentido tan desinflado en su vida… o de pronto tan horrorizado; porque no se le había ocurrido que aquél pudiera ser un sitio peligroso. Se preguntó si alguna de las demás niñeras habría dejado jugar a Chloe allí sola. Se puso nervioso sólo de pensar en lo que podría haber pasado.

      –Lo haré –declaró–. De inmediato, además.

      «Mio, Dio, sono un idiota».

      –Aparte de eso –dijo Penny, con cierto humor– es un sitio precioso.

      –Sobre todo a esta hora de la noche –añadió él.

      Pero en lugar de mirar el lago, la miró a ella. Y cuando Penny se volvió a mirarlo, a Stephano le pareció tan adorable que sólo pudo pensar en besarla y abrazarla… sin pensar en las consecuencias.

      Penny vio la intención en la expresión de Stephano Lorenzetti y se dijo que tenía que actuar con rapidez, si no quería caer ella también en la tentación. Si lo hacía se quedaría sin empleo en un abrir y cerrar de ojos, y sabía no encontraría otro igual de bueno.

      Aquél era un rincón para los amantes, sobre todo en una noche tan mágica y silenciosa como ésa. La tentación estaba en todas partes.

      Si bien estaba segura de que Stephano Lorenzetti había estado a punto de besarla, no debía olvidar que el guapo de su jefe no tendría en mente nada serio; tan sólo utilizarla de pasatiempo. Y Penny hacía decidido que eso no era para ella. Tenía muchas amigas que se apuntarían enseguida; amigas, como Louise, que la tacharían de estúpida por no querer lanzarse. Los millonarios siempre mimaban y agasajaban a sus novias con caros regalos. Así no se sentían mal cuando las plantaban.

      ¡Pues a ella no volverían a dejarla plantada! La única relación que tendría con Stephano Lorenzetti sería basada en lo puramente profesional.

      –¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí? –le preguntó ella mientras se apartaba de él con la excusa de observar unos patos al otro lado del lago, y que con sus graznidos habían roto el manso silencio.

      Él no respondió a su pregunta.

      –¿Por qué no tienes novio? –preguntó él–. Siendo tan bella, sería lógico que tuvieras un montón haciendo cola a tu puerta.

      Penny se encogió de hombros.

      –Los hombres no me interesan. Soy una chica de carrera.

      –¿Quieres ser niñera toda la vida? –preguntó él, como si fuera algo horrible.

      –¿Por qué no? –respondió ella.

      –No lo creo –declaró con firmeza–. Eres demasiado guapa como para convertirte en una vieja solterona. Lo he expresado bien, ¿no?

      Penny sonrió y asintió. ¡Una vieja solterona! No habría esperado oírle utilizar una expresión tan anticuada.

      –Un día aparecerá tu príncipe azul y te enamorarás de él. Y antes de que te des cuenta, estarás casada y con un montón de niños que cuidar; pero esos serán tuyos. Imagino que será más satisfactorio que cuidar de los ajenos.

      –Y usted se tiene por un experto en la materia, ¿no? Un hombre que necesita una niñera para cuidar de su propia hija.

      Penny vio que fruncía el ceño y entendió que había metido la pata; sin embargo, no fue capaz de morderse la lengua. Él había tocado un tema delicado, porque ella quería tener hijos; pero no los tendría hasta que no conociera al hombre adecuado. Y desde su desastrosa relación pasada, no dejaba de pensar que tal vez nunca conociera a alguien que le gustara lo suficiente.

      –Dígame, señor Lorenzetti, ya que le gusta tanto que seamos sinceros, ¿qué le pasó a su esposa? ¿Le dejó por pasar tantas horas fuera de casa?

      Nada más decirlo, le pesó haberlo dicho. Cuando él respondió a su pregunta, ella sintió deseos de echar a correr, de desaparecer. Fue el peor momento de su vida.

      MI ESPOSA está muerta –dijo Stephano con frialdad–. Y para tu información, no tengo intención de volver a casarme.

      Y dicho eso, Stephano se levantó y emprendió el camino de vuelta a la casa.

      Penny se quedó mirándolo unos momentos, con el corazón encogido. Se sintió fatal. ¿Cómo podía haberle hecho una pregunta tan estúpida y tan poco considerada? ¿Qué estaría pensando él?

      Se había pasado de la raya, y no le sorprendería si él le pidiera que hiciera las maletas y se marchara. Pero como no quería irse, lo mejor sería ir corriendo a disculparse con él.

      –Lo siento, no lo sabía… No le habría preguntado si…

      Stephano se detuvo y se volvió a mirarla.

      –¿Y no te pareció mejor enterarte bien de las cosas antes de juzgarme?

      Su tono fue muy duro, y su mirada insondable.

      Penny supuso que seguiría doliéndole, y que debía de tenerlo todavía muy reciente. A lo mejor por eso echaba tantas horas en el trabajo, y no pensaba en dedicarle a su hija la atención que merecía y necesitaba. Sin duda querría borrarlo todo de su mente, y el único modo de hacerlo era matándose a trabajar.

      –Lo siento –repitió, con el pulso acelerado y apenada de verdad por él.

      Sintió deseos de abrazarlo, de decirle que sólo el tiempo curaría las heridas. Dos años después, aún le dolía la muerte de su madre.

      Pero él no querría oír esas palabras de sus labios; sólo necesitaba a alguien responsable para ocuparse de Chloe. Él tenía un negocio que dirigir, y no tenía tiempo para ocuparse de la niña. Además, no sabría hacerlo. Él era el que se ganaba el pan, el hombre de la casa.

      –Olvídalo –dijo él, antes de volver a la casa.

      Esa vez Penny no lo siguió, sino que esperó un momento antes de volver sobre sus pasos. Al llegar a la casa, subió rápidamente a su dormitorio.

      Se preguntó cómo habría sido la esposa de Stephano. Cosa rara, no había ninguna foto de ella a la vista. Se dijo que a lo mejor él era de esas personas que no soportaba la muerte, que hacía como si no existiera…

      Tenía tantas preguntas y tan pocas respuestas…

      Al día siguiente, cuando Penny se levantó, Stephano ya se había ido a trabajar. Después de vestir a Chloe para llevarla al colegio, abrazó a la niña con fuerza.

      Chloe


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