Klopp. Raphael Honigstein

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Klopp - Raphael Honigstein


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de vez en cuando, pero solo tuvieron una pelea. Durante otra concentración, Klopp le había confesado al entrenador que sentía que este «echaba cubos de agua sobre un vaso que ya estaba lleno y rebosando», y que muchos otros jugadores sentían lo mismo. Frank se sintió insultado y Klopp pensó que lo despediría («aquella noche no dormí nada»), pero, al día siguiente, las cosas continuaron como si tal cosa. «Yo les hablaba a los jugadores de la misma manera en la que me hubiera gustado que mis entrenadores me hablaran a mí», contaba Frank acerca de su estilo como entrenador.

      Puede que no siempre diera con la tecla. «Frank era un hombre con un carácter muy especial», dice Strutz. «Si se hubiera relajado un poco habría sido un entrenador fantástico. A diferencia de lo que ocurriría con Jürgen Klopp más adelante, Frank era demasiado serio. Y no lograba comprender que, en ocasiones, un jugador, un chico joven, quiere divertirse un poco, beberse alguna que otra cerveza; que no quieren estar encerrados». Sus hijos pintan un cuadro más cargado de matices. Decían que, en casa, Frank podía ser muy divertido, un hombre muy afectuoso. Pero no le gustaban los focos; no era el tipo de persona que se subiría a una valla frente al público de su equipo. Sebastian Frank dice: «mi padre acabó perdiéndose en la vida de un entrenador. Ni tan siquiera estoy seguro de que supiese cuánto cuesta una barra de pan. A veces le costaba tratar con la vida real. Sus jornadas laborales comenzaban a las siete de la mañana, desayunando en el club, y terminaban después de la medianoche. Papá llegó hasta el límite de sus fuerzas; quería demostrarles a sus jugadores el grandísimo nivel de compromiso que tenía».

      Frank coleccionaba todo lo que considerara útil para su trabajo. Recortaba artículos, archivaba en grandes carpetas sus planes de entrenamiento y horarios… «Era una esponja que lo absorbía todo. Al igual que tantos obsesos, le resultaba imposible delegar. Quería controlarlo todo, o al menos necesitaba saber todo lo que se estaba haciendo, hasta el mínimo detalle. A menudo había broncas en casa porque le había vuelto a dar su prima por ganar (que se suponía que era un complemento a su escaso sueldo) al encargado del campo o a algún empleado del club, insistiendo en que eran tan importantes como los delanteros o los defensas. Frank consideraba que un club de fútbol era un organismo gigantesco, no una empresa compuesta por diferentes departamentos que no tienen nada que ver unos con los otros.

      Dirigía contra sí mismo las emociones que le provocaba su cargo. En una ocasión, se puso tan furioso y disgustado que sacó todos los muebles que había en su oficina. En el Mainz le dijeron a todo el mundo que iban a pintar la estancia y renovar el mobiliario. El motivo de la rabia de Frank no tenía nada que ver con una discusión con algún directivo o algún jugador. No, su equipo había perdido un partido de Copa. Como visitante, contra el Bayern de Múnich. «Era así», afirma con la cabeza Sebastian Frank. «Estaba seguro de que el pobrecito Mainz podía ganar en Múnich si jugaban a su mejor nivel y pillaban, tal vez, al Bayern en un mal día». (Casualmente, Klopp tuvo que presenciar esa derrota por 3-0 desde las gradas del Estadio Olímpico por haber sido expulsado en la eliminatoria anterior, al barrer con una guadaña al delantero iraní del Hertha BSC Ali Daei. Después de la expulsión del defensa, Marcio Rodríguez, otro jugador del Mainz, vio la roja por celebrar de manera excesiva un gol. El brasileño no se había dado cuenta de que Klopp estaba en los lavabos del vestuario y, sin querer, encerró a su compañero allí cuando el partido hubo terminado.

      Con Frank al mando el 05 había ido, una vez más, mucho más allá de lo que su minúsculo presupuesto pronosticaba. Terminaron en séptima posición en la temporada 1998-99, y novenos un año después. Pero el hombre que «despertó al Mainz de su sueño profundo», como reconocería más tarde el Süddeutsche Zeitung, volvió a impacientarse. Quería ser entrenador de la Bundesliga y consideró que el MSV Duisburgo, los cebras, le ofrecían mayores garantías para ganarse los galones al máximo nivel. Pero el cambio a ese equipo tradicional y de tamaño medio asentado en la zona del Ruhr no salió como esperaba. Frank fue despedido después de cuatro meses de competición en la Bundesliga 2, con el equipo planeando sobre los puestos de descenso. «Desde el comienzo, sus métodos despertaron rechazo en grandes círculos del equipo», dijo el Rhein-Post. Entre otras cosas, había obligado a sus jugadores a abrazar árboles durante una larga carrera por el bosque.

      Su siguiente cargo, en el SpVgg Unterhaching, fue más exitoso —condujo al equipo de las afueras de Múnich, que en el pasado formó parte de la elite desde la tercera división a la Bundesliga 2— pero fue despedido un año después. La campaña en el SSC Farul Constanţa de Rumanía demostró no tener futuro alguno. La nómina de sus siguientes equipos parece un quién es quién de casos perdidos de las divisiones más bajas del fútbol, y clubes especializados en acumular más sueños frustrados y falsos renaceres que puntos: FC Sachsen Leipzig (desaparecido hoy en día), Kickers Offenbach, Wuppertaler SV, SV Wehen Wiesbaden, FC Carl Zeiss Jena, KAS Eupen (Bélgica). En ninguno de ellos le llegó a ir realmente bien.

      Frank admitiría más tarde que, tal vez, tomara las riendas de demasiados equipos durante su carrera. «Hubiera sido mucho mejor para él esperar a la oferta adecuada. Pero le asustaba estar en el paro, sin la posibilidad de volcarse en el trabajo», dice Sebastian Frank. «También estaba el temor a quedar olvidado e ignorado si se alejaba del radar durante demasiado tiempo. Nuestro padre se preguntaba a menudo qué habría ocurrido, a dónde le pudo llevar su viaje». En una ocasión el Werder Bremen contactó con él, pero Frank estaba seguro de que, en aquel momento, le irían mejor las cosas en Austria. Lo mismo sucedió, de nuevo, con el Hansa Rostock, un par de años después.

      «Nuestro padre tenía un enorme conocimiento de base e ideas visionarias», añade Benjamin Frank. «Daba la sensación de estar muy seguro de sí mismo, pero, en secreto, dudaba de sí mismo en todo momento, igual que dudaba de su trabajo y del efecto que tuviera en el equipo de turno. Como entrenador, nunca llegó a sentirse realizado».

      «Si no llegó a lo más alto fue por su complicado carácter», dice Heidel. «Yo fui el único con el que se entendió. Estábamos muy unidos, hasta que tuvimos un grandísimo encontronazo. Después de que nos dejara por segunda vez, por el Duisburgo, no volvimos a hablarnos en dos años. Siempre pensaba que encontraría algo mejor».

      Pero ninguna de las dos partes lo hizo. Durante el cambio de milenio, el revolucionario sistema de Frank seguía siendo tan avanzado para los estándares del fútbol alemán que los siguientes entrenadores del Mainz no tenían, apenas, idea de cómo hacerlo funcionar. «En lo que se refiere a las tácticas, la plantilla era mejor que sus entrenadores», dijo Klopp. Tanto la selección nacional como la grandísima mayoría de los clubes seguían firmemente casados con el sistema del líbero. Heidel: «En el Mainz, la mitad de los jugadores sabían cómo jugar con una línea de cuatro al fondo, pero la otra mitad no sabía. Y los entrenadores no tenían ni idea. Acabamos sentando en el banquillo a cualquiera que tuviera un chándal en el armario. Pero ninguno fue capaz de explicarle a los jugadores lo que ya les había enseñado Wolfgang. En el invierno de 2001 estábamos, básicamente, muertos. Acabados. Le dije a Kloppo: «Eres listo, elocuente, entiendes el juego. ¿Quieres probar a ver si eres capaz de hacerlo funcionar?». «En menos de dos semanas lo tenía todo arreglado».

      Klopp y Frank habían mantenido largas discusiones sobre fútbol y el arte de entrenar, dice Benjamin Frank. «Klopp siempre hacía preguntas, quería saber el propósito de cada ejercicio específico. Papá le recomendó que anotase todo: las charlas del equipo, las tácticas, las sesiones de entrenamiento, las ideas de juego… Tenía el presentimiento de que Klopp podría hacer buen uso de todo aquello algún día. Está claro que nuestro padre fue la inspiración que lo llevó a convertirse en entrenador».

      El día en que el larguirucho defensor ascendió a jugadorentrenador, el Mainz se convirtió en el primer equipo importante alemán en poner la carreta por delante del caballo. Desde Klopp, se elegiría a los entrenadores que encajaran en el equipo y su estilo de juego, no al revés. «No queremos un entrenador que nos explique sus conceptos, queremos ser nosotros quienes formulan ese concepto y encontrar al hombre adecuado para él», dice Heidel. «Así se harían las cosas hasta que me marché de allí, en 2016. Y todo eso se remonta a aquel primer año en el que tuvimos a Wolfgang Frank, nuestro primer año con algo de éxito. Fue entonces cuando comprendimos que la estrategia nos podía llevar a algún sitio, aunque nuestros jugadores


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