Soy Tu Hombre Del Saco. T. M. Bilderback

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Soy Tu Hombre Del Saco - T. M. Bilderback


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era común que las especulaciones se desataran en los pueblos pequeños y ella trabajaba en el centro de los chismes. Su cargo como cajera en Mackie's le permitía escuchar todo tipo de cosas.

      Algunos decían que el asesino era el viejo Ricky Jackson, el hombre que llevaba algún tiempo desaparecido y cuya casa se había quemado. Otros mencionaban que era Margo Sardis, lo que claramente Phoebe sabía que no era cierto y, el resto, rumoreaba que se podría tratar de demonios, lo que en este caso sí lo consideraba como una posibilidad.

      La persona o cosa que fuera el asesino tenía a Phoebe muy asustada. Temía por sus hijos, temía por Billy y Alan y temía por todos los que vivían en el condado de Sardis.

      —Mamá, tengo que trabajar esta noche desde las cinco hasta las nueve.

      Pam trabajaba en la tienda Big box, la cual no tenía clientes en el condado de Sardis o, mejor dicho, del condado de Sardis. Al menos, los visitantes del condado compraban allí con frecuencia, principalmente para cambiar su rutina, ya que en sus lugares de residencia compraban en las tiendas cuyos nombres terminan con “mart”.

      A pesar de que la tienda Big box rebajaba todo, desde los comestibles hasta la ferretería y los neumáticos con precios mucho más bajos que sus competidores locales, no podían atraer a sus propios lugareños. Los trabajadores de la tienda pasaban el tiempo limpiando el polvo y empujando las cosas de un lado a otro, así que a nadie le molestaría realmente trabajar ahí. De hecho, cualquiera estaría feliz de tomar su salario por hacer prácticamente nada****

      —Le diré a Billy que te pase a buscar a las nueve— dijo Phoebe, mientras colocaba los huevos de Mary en un plato.

      —Le puedo decir a Jeff que me traiga a casa.

      —Me sentiré mejor si Billy lo hace, cariño. No significa que piense mal de Jeff, pero hasta que Billy no atrape a este asesino, prefiero que lo esperes.

      Phoebe miró a su hija mayor.

      —Complazca a esta pobre anciana, por favor.

      Pam sonrió.

      —Está bien, mamá. Dile a Billy que lo estaré esperando al frente a las nueve.

      Mary se llevó un gran pedazo de huevo a la boca y dijo: —Y no olvides que voy a ir a casa de Carol Grace esta tarde después de la escuela, la tía Margo no va a enseñar más lecciones.

      —No hables con la boca llena Mary. Llámame cuando llegues, ¿de acuerdo? Y dile a Katie que haremos algo este fin de semana.

      —Sí, señora.

      —¿Mamá? — dijo Derek.

      —¿Sí, bebé?

      —¿Catherine y yo iremos a casa de la abuela después de la escuela?

      —Sí, muchachito, van a ir.

      Pam le dio un codazo a los dos pequeños que terminaban de comer.

      — ¡Vamos, mocosos! Salgamos y esperemos el autobús.

      Mary se metió el último pedazo de sus huevos en la boca y dijo:

      —¡Oigan! ¡Espérenme!

      —Tengan cuidado— les dijo Phoebe.

      —¡Los amo! ¡Mary, no hables con la boca llena!

      Phoebe la descubrió hablando con la boca llena frente a la puerta principal que se encontraba cerrada. Los niños ya se habían ido.

      Tuvo una sensación de recelo en su mente mientras se freía un huevo para tomar desayuno. Comió en silencio y cuando terminó, puso su plato en el fregadero, recogió su bolso, sus llaves y se fue a trabajar.

      ***

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      MIENTRAS ALAN CONDUCÍA por su camino hacia la Universidad Comunitaria de Perry, pasó por lo que parecía ser una enorme obra en construcción. Observó varios equipos de movimiento de tierra, tales como excavadoras, grúas, volquetes y también a algunos hombres con cascos de seguridad que se encontraban en el sitio de ocho hectáreas. Parecía como si estuvieran cavando un enorme orificio en el suelo o como si ya lo hubieran finalizado. No podía distinguirlo con claridad debido a que se encontraba conduciendo.

      «Interesante. Esto es nuevo. Pasé por aquí hace tres días y no había nada más que un campo allí. Me pregunto qué será ...».

      Hizo una nota mental para preguntarle a Billy más tarde. Tal vez el comisario sabría algo al respecto.

      Sea lo que sea, parecía ocupar una enorme superficie del campo y dado que había algunos árboles situados a lo largo de la carretera, el lugar de trabajo solo era visible desde una pequeña zona, la cual se utilizaba como entrada y salida del campo.

      A medida que Alan se alejaba, volvió a pensar en los asesinatos.

      «Tenemos que capturarlo. Espero que no sea una amenaza para ninguno de nosotros esta vez, no quiero que se repita la noche en que Moses Turley irrumpió en la granja. No sé qué poder poseen las chicas o si el poder las posee a ellas, pero no quiero arriesgarme a desatarlo de nuevo».

      ***

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      CLIFF ANDERSON, TODOS los días abría su oficina de bienes raíces puntualmente a las ocho de la mañana y hoy no era la excepción.

      Él poseía y administraba la empresa Subastas Inmobiliarias Anderson (¡La MEJOR del condado de Sardis!) exponía el cartel que resaltaba sobre la puerta. Asimismo, dirigía a su personal de diez personas que, a excepción de su secretaria, ninguno llegaba antes de las nueve. Cliff disfrutaba del tiempo a solas por las mañanas y le gustaba realizar acuerdos con los compradores de propiedades madrugadores que a veces llegaban antes de las nueve.

      Arlene Looper, su secretaria, trabajaba con él desde hace quince años y era muy buena en su trabajo. Ella llegaba antes de las ocho de la mañana para preparar el café y organizar su día.

      Cliff vigilaba de cerca las piernas de Arlene. Tenía unas piernas armoniosas y soñaba con un día tenerlas enrolladas alrededor de su cintura. De vez en cuando, le echaba un vistazo a su busto, pero su mayor sueño era tener sus piernas alrededor de su cintura. Había soñado con eso cada día que Arlene asistía al trabajo, pero solo había una cosa que le había impedido perseguir ese sueño y no era precisamente el miedo a recibir una denuncia por acoso sexual o por comportarse de una manera totalmente inaceptable en el lugar de trabajo.

      Arlene vivía en London, un pueblo que se localizaba más al sur del condado de Sardis.

      Cliff le tenía un miedo terrible a Londres y no había nada que pudiera hacer para poner un pie en el lugar. Algo en ese pueblo de los agujeros en la carretera le asustaba muchísimo. Podía sentir cómo su respiración se aceleraba al acercarse al pequeño pueblo y se le ponía la piel de gallina. Una vez que pasaba la señalización de los límites de la ciudad sus pelos se elevaban y comenzaba a sudar abundantemente, un sudor maloliente provocado por el nerviosismo. Cliff finalmente se había dado cuenta de que nunca más iría a Londres por voluntad propia, sin importar lo que pasara, así que cualquier acuerdo de propiedad inmobiliaria que tuviera que realizar en Londres se lo delegaría a alguno de sus empleados.

      El hecho de ir a Londres a buscar a Arlene para una cita o para después ir dejarla a su casa no era una idea para nada entretenida en la cabeza de Cliff.

      No había ninguna señal de que Arlene supiera sobre el deseo que su jefe sentía.

      Sin embargo ...

      algunas veces cuando él no la observaba, ella sí lo hacía con una gran sonrisa, como si se divirtiera ... o lo considerara su presa.

      Aparecía un brillo amarillento en su iris... un brillo amarillento como el de un animal.

      Esta


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