Los viajes de Gulliver. Jonathan Swift

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Los viajes de Gulliver - Jonathan Swift


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aquel reino en nombre del emperador, su señor, y me pidieron que les diese alguna muestra de mi fuerza colosal, de la que habían oído tantas maravillas, en lo cual les complací. Pero no quiero molestar al lector con estos detalles.

      Cuando hube entretenido algún tiempo a Sus Excelencias, con infinita satisfacción y sorpresa por su parte, les pedí que me hiciesen el honor de presentar mis más humildes respetos al emperador, su señor, la fama de cuyas virtudes tenía tan justamente lleno de admiración al mundo entero, y a cuya real persona tenía resuelto ofrecer mis servicios antes de regresar a mi país. De consiguiente, la próxima vez que tuve el honor de ver a nuestro emperador pedí su real licencia para hacer una visita al monarca blefuscudiano, licencia que se dignó concederme, según pude claramente advertir, de muy fría manera. Pero no pude adivinar la razón, hasta que cierta persona vino a contarme misteriosamente que Flimnap y Bolgolam habían presentado mi trato con aquellos embajadores como una prueba de desafecto, culpa de la que puedo asegurar que mi corazón era por completo inocente. Y ésta fue la primera ocasión en que empecé a concebir idea, aunque imperfecta, de lo que son cortes y ministros.

      Es de notar que estos embajadores me hablaron por medio de un intérprete, pues los idiomas de ambos imperios se diferencian entre sí tanto como dos cualesquiera de Europa, y cada nación se enorgullece de la antigüedad, belleza y energía de su propia lengua y siente un manifiesto desprecio por la de su vecino. No obstante, nuestro emperador, valiéndose de la ventaja que le daba la toma de la flota, les obligó a presentar sus credenciales y pronunciar su discurso en lengua liliputiense. Debe, sin embargo, reconocerse que a consecuencia de las amplias relaciones de ambos reinos en el campo del comercio y los negocios; del continuo recibimiento de desterrados, que entre ellos es mutuo, y de la costumbre que hay en cada imperio de enviar al otro a los jóvenes de la nobleza y de las más acaudaladas familias principales para que se afinen viendo mundo y estudiando hombres y costumbres, hay pocas personas de distinción, así como comerciantes y hombres de mar que viven en las regiones marítimas, que no sepan sostener una conversación en ambas lenguas. Así pude apreciarlo algunas semanas después, cuando fuí a ofrecer mis respetos al emperador de Blefuscu; visita que, en medio de las grandes desdichas que me acarreó la maldad de mis enemigos, resultó para mí muy feliz aventura, como referiré en el oportuno lugar.

      Recordará el lector que cuando firmé los artículos en virtud de los cuales recobré la libertad, había algunos que me disgustaban por demasiado serviles, y a los cuales sólo me podía obligar a someterme una necesidad extrema. Pero siendo ya como era un nardac del más alto rango del imperio, tales oficios se consideraron por bajo de mi dignidad, y el emperador -dicho sea en justicia- nunca jamás me los mencionó.

      Capítulo 6

       De los habitantes de Liliput: sus estudios, leyes y costumbres y modo de educar a sus hijos. -El método de vida del autor en aquel país. -Vindicación que hizo de una gran dama.

      Aunque es mi propósito dejar la descripción de este imperio para un tratado particular, me complace, en tanto, obsequiar al curioso lector con algunas nociones generales. De poco menos de seis pulgadas de alto los naturales de estatura media, hay exacta proporción en los demás animales, así como en árboles y plantas. Por ejemplo: los caballos y bueyes más grandes tienen de cuatro a cinco pulgadas de altura; los carneros, pulgada y media, poco más o menos; los gansos, el tamaño de un gorrión aproximadamente; y así las varias gradaciones en sentido descendente, hasta llegar a los más pequeños, que para mi vista eran casi imperceptibles. Pero la Naturaleza ha adaptado los ojos de los liliputienses a todos los objetos propios para su visión; ven con gran exactitud, pero no a gran distancia. Como testimonio de la agudeza de su vista para los objetos cercanos puedo mencionar la diversión que me produjo observar cómo un cocinero pelaba una calandria que no llegaba al tamaño de una mosca corriente, y cómo una niña enhebraba una aguja invisible con una seda invisible. Sus árboles más crecidos son de unos siete pies de altura; me refiero a algunos de los existentes en el gran parque real, y a las copas de los cuales llegaba yo justamente con el puño. Los otros vegetales están en la misma proporción; pero esto lo dejo a la imaginación de los lectores.

      Solamente diré ahora algo acerca de la cultura, que durante largas épocas ha florecido en aquel pueblo en todas sus ramas. La manera de escribir es muy particular, pues no escriben ni de izquierda a derecha, como los europeos, ni de derecha a izquierda, como los árabes, ni de arriba abajo, como los chinos, sino oblicuamente, de uno a otro ángulo del papel, como las señoras de Inglaterra.

      Entierran sus muertos con la cabeza para abajo, porque tienen la idea de que dentro de once mil lunas todos se levantarán otra vez, y que al cabo de este período la Tierra -que ellos juzgan plana- se volverá de arriba abajo, y gracias a este medio, cuando resuciten se encontrarán de pie. Los eruditos confiesan el absurdo de esta doctrina; pero la práctica sigue, en condescendencia con el vulgo.

      Hay en este imperio algunas leyes y costumbres muy particulares; y si no fuesen tan por completo contrarias a las de mi querido país, me darían ganas de decir algo en su justificación. Sólo sería de desear que se cumpliesen. La primera de que hablaré se refiere a los espías. Todos los crímenes contra el Estado se castigan con la mayor severidad; pero si la persona acusada demuestra plenamente su inocencia en el proceso, inmediatamente se da al acusador muerte ignominiosa, y de sus bienes muebles y raíces es cuatro veces indemnizada la persona inocente, por la pérdida de tiempo, por el peligro a que estuvo expuesta, por las molestias de su prisión y por todos los gastos que haya tenido que hacer para su defensa. Si el fondo no alcanza es generosamente completado por la Corona. El emperador, asimismo, confiere al interesado alguna pública prueba de su gracia y se hace por la ciudad la proclamación de su inocencia.

      Consideran allí el fraude como un crimen mayor que el robo, y, por consecuencia, rara vez dejan de castigarlo con la muerte porque sostienen ellos que el cuidado y la vigilancia, practicados con el común entendimiento, pueden preservar de los ladrones los bienes de un hombre, mientras que la honradez no tiene defensa contra una astucia superior; y como es necesario que haya perpetuas relaciones de compra y venta y comercio a crédito, donde se permite y tolera el fraude, o donde no hay leyes para castigarlo, el comerciante más honrado sale siempre perdiendo y el bribón saca la ventaja. Recuerdo que en una ocasión intercedía yo con el rey por un criminal que había perjudicado a su amo en una gran cantidad de dinero recibido por orden, y con el cual se escapó; y como dijese a Su Majestad, a modo de atenuación, que se trataba sólo de un abuso de confianza, el emperador encontró monstruoso que yo presentase como defensa la mayor agravación de su crimen; y la verdad es que al contestarle tuve bien poco que añadir a la respuesta usual de que las diferentes naciones tienen diferentes costumbres, porque confieso que quedé enteramente confundido.

      Aunque nosotros, generalmente llamarnos al premio y al castigo los goznes sobre que gira todo gobierno, nunca vi que pusiera en práctica esta máxima nación ninguna, a excepción de Liliput. Quienquiera que allí pueda probar suficientemente que ha observado con puntualidad las leyes de su país durante setenta y tres lunas, tiene derecho a ciertos privilegios, de acuerdo con su calidad y la condición de su vida, unidos a una cantidad de dinero proporcionada, que sale de un fondo afecto a este uso.Asimismo adquiere el título de sninall, o sea legal, que se agrega a su apellido, pero que no pasa a la descendencia. Aquellas gentes creyeron enorme defecto de nuestra política lo que yo les referí acerca de obligar nuestras leyes sólo por el castigo, sin mencionar el premio para nada. Por esta razón, la imagen de la Justicia en sus tribunales está representada con seis ojos: dos delante, dos detrás y uno a cada lado, que significan circunspección, más una bolsa de oro abierta en la mano derecha y una espada envainada en la izquierda, con que se quiere mostrar que está mejor dispuesta para el premio que para el castigo.

      Al escoger personas para cualquier empleo se mira más la moralidad que las grandes aptitudes; pues dado que el gobierno es necesario a la Humanidad, suponen allí que el nivel general del entendimiento humano ha de convenir a un oficio u otro, y que la Providencia nunca pudo pretender hacer de la administración de los negocios públicos un misterio que sólo comprendan algunas personas de genio sublime, de las que por excepción nacen tres en una misma época. Piensan, por el contrario, que la verdad, la justicia, la moderación


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