Milagros. Cecilia Sorace

Читать онлайн книгу.

Milagros - Cecilia Sorace


Скачать книгу
como un bebé que apenas podía tomar su leche y para todo estaba mamá para cuidarte, para enseñarte, para mimarte. Y pasó la vida, 16 años y más, y terminaste tu vida conmigo siendo mi vieji, como una abuela a la que había que cuidar, y acompañar en todo momento, porque tus tantos años fueron deteriorando tu cuerpo y yo siempre ahí, te cuidé de bebita y te cuidé de ancianita. Que rara es la vida, para vos debe haber sido hermoso, porque la compartiste con los seres que tanto te amaron, incondicionalmente y de principio al fin, pero para nosotros, para mí, el dolor de dejarte ir es muy fuerte, sé que hay que superarlo pero…….. te extraño.

       Trato de recordar tantos momentos lindos que vivimos juntas, tus travesuras, tus locuras, tu fidelidad para conmigo, tu facilidad para adaptarte a los cambios que fuimos haciendo con vos a lo largo de tu vida, y cuesta recordar tanto, vuelvo siempre al último tiempo que fue el que más juntas estuvimos por la necesidad de tenerte siempre conmigo y aunque era difícil, me hacía feliz.

       Muchos pensaban que eras una carga para nosotros por tu estado y tu dependencia, pero papá y yo éramos felices viendo la tele con vos en el medio, llenándote de caricias y de amor, escuchando tus ronquidos a la noche. Cuando no estabas con nosotros vivíamos pensando en tus horarios y necesidades, volver a casa cuando te dejábamos, era una alegría, porque sabíamos que al volver, vos ibas a estar “tranquila y feliz”.

       Todos te dieron un amor incondicional, pero papá y yo estábamos las 24 hs. del día ocupándonos y preocupándonos por vos, con todo el amor del mundo y te extrañamos mucho.

       Sé que tengo que consolarme, sé que te di todo lo que pude, hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance y más, pero quisiera abrazarte, sé que no se puede, duele……..ya va a ir pasando.

       Fue muy duro para mí llevarte a la veterinaria, sé que fue una decisión correcta. También fue muy doloroso ver a todos mis hijos sufriendo, hubiera hecho cualquier cosa por evitarles el dolor, pero no podíamos curarte y hubiera sido egoísta no haberte tenido para evitar pasar por esto, porque fue maravilloso todo lo que nos diste, y el que estuviéramos todos para acompañarte en ese momento, me confirmó que fue lo mejor que hice al abrirte la puerta de casa para que nos dieras tanto amor a todos nosotros.

       No me gustó dejarte en la tierra, tengo que repetirme que ya no estás ahí, que solo está ese cuerpito que tanto amé. Me dolió la tormenta, no poder contenerte, de locura, de tristeza, de no poder pensar con claridad porque duele mucho, pero se que tiene que pasar.

       Tengo que dejarte ir, para no enfermarme, y para recordar todo lo positivo de tu paso por mi vida. Pero para eso también tengo que llorar, para que no quede adentro todo ese dolor que lástima y se que vos no querrías verme mal, porque lo hablamos no???? te expliqué todo lo que iba a pasarnos a las dos, y como siempre sé que me entendiste.

       Lo que no sé con seguridad, lo que estarás pasando vos, pero “creo” que estarás mejor que yo y que desde ahí vas a cuidarme como siempre lo hiciste.

       Te amo, mi vieji, gracias por tu vida conmigo!!!!!!!!!!!!!!!!!

      Un poco

      de historia…

      Pasa el tiempo y te sigo buscando en los lugares de la casa, inconscientemente, sin pensarlo, la realidad es otra y escribirte me alivia un poco el alma.

      Quiero recordar tu historia, tu primer día con nosotros, pero para esto tendría que contarte el porqué de tu nombre “Milagros” y el porqué de lo difícil que fue que te aceptara papá en nuestra casa.

      Nosotros, cuando nos pusimos de novios, en 1976, hace ya tantos años, teníamos cada uno su mascota; yo, Cecilia, tenía en ese entonces un poco más de 18 años, y papá, Rodolfo, un poquito más de 20. Mi mascota se llamaba Pelusa, de más o menos 13 años, era una foxterrier de pedigree muy buena y bonita que me dio muchas alegrías en mi niñez. En ese tiempo yo estaba muy poco en mi casa, porque trabajaba, estudiaba y pasaba mucho tiempo en la casa de la Abuela Elsa, obviamente donde vivía papá. Ahí había una perrita también de muchos años, llamada Artemisa, pero ella no era tan buena ni tan bonita, tenía un carácter especial y era una mezcla de ovejero alemán con salchicha, el resultado, nada lindo, pero para mí fue muy importante en mi vida.

      Pelusa era una perrita feliz, muy bien cuidada por mi madre, la Abuela Olga, que no trabajaba y le daba amor y compañía permanente, muy mimada por mi padre, Fernando, consentida por mi hermano, Juan Manuel y por mí. Sumado a eso, teníamos un parque hermoso donde ella corría y disfrutaba enormemente, vivía rodeada de amor.

      Artemisa, por el contrario, estaba mucho tiempo sola, papá trabajaba y estudiaba, se iba muy temprano a la mañana y volvía muy tarde a la noche, la abuela trabajaba todo el día y llegaba muy cansada, y Claudia, la hermana de papá, en esa época salía mucho y no estaba tan pendiente por su edad, de sus necesidades. Así, de a poco, me fui quedando mucho en esa casa y entablé una relación con Archi, como yo la llamaba, muy especial en poco tiempo, hasta que decidimos casarnos y vivir ahí, el 20 de Mayo de 1978, a pesar de ser tan jóvenes y con la inconsciencia de pensar que podría resultar una convivencia con tanta gente, pero…..solo queríamos estar juntos.

      A los seis meses de casarnos, quedé embarazada de Mariano, felices seguíamos construyendo la familia, pero durante mi embarazo, Pelusa se enferma de los riñones, gravemente, y en poco tiempo muere. Todos querían evitar por mi estado que sufriera, pero era tan grande el dolor que por las noches, en soledad, la lloraba en silencio, para que no se preocuparan los demás, pero yo, lo necesitaba.

      Artemisa, intuitivamente, me protegía y me cuidaba como nadie, tanto que ni papá podía acercarse sin el permiso de ella, y al poquito tiempo antes que naciera Mariano, le salió un tumorcito en el cuello que por su edad no tenía remedio.

      Fueron tiempos muy difíciles, pero la alegría de la llegada de nuestro primer hijo, amortiguó el dolor que sentíamos, y todo giró alrededor de Mariano. Me hicieron sacar a Archi de la habitación porque, obviamente, había un bebé. Yo era muy chica, tenía veintidós años, y aunque no lo creas en ese tiempo no tenía carácter y me dejé llevar por lo que me decían. Sin dudarlo, eso empeoró la situación de Archi, que aguantó apenas dos meses y también murió, porque el tumor había crecido y le provocaba unos ahogos que eran imposibles de soportar.

      Entre tanto dolor, Mariano nos daba la alegría que necesitábamos para seguir adelante. A los tres meses de nacido, nos fuimos a vivir solos a un departamento alquilado, pero en ese momento, los dos, dijimos convencidos que nunca más íbamos a pasar por esto, que nunca más tendríamos una mascota. Fue un acuerdo basado en el dolor que estábamos viviendo en ese momento, y que fue muy difícil de revocar, obviamente hasta que te vi, pero eso después te lo cuento.

      Tú llegada

      Pasaron muchos años desde aquel acuerdo que hicimos con papá, y fue mucho lo que pasó en nuestras vidas desde aquel primer embarazo, hasta tu llegada.

      La vida no fue fácil, alquilando, sin techo propio, pasamos muchas dificultades pero también fuimos bendecidos con una familia hermosa, con cinco hijos maravillosos que nos llenaban el alma.

      Mientras alquilábamos, la idea de tener otra vez una mascota era inadmisible, porque sabíamos, que tarde o temprano venía otra mudanza y no sabíamos cuando se iba a terminar esto.

      Los chicos, en ese tiempo, Mariano, Natalia y Sabrina, nos pedían cada tanto el permiso para tener un perro, pero papá era terminante, no lo dudaba ni un segundo. Nos hacía entender que no era posible, no solo por nuestro famoso acuerdo, si no también por el alquiler, que nos obligaba a mudarnos, y una mascota sería un impedimento mas para encontrar un lugar razonable a nuestro bolsillo, ya que algunos dueños no las aceptaban.

      La resignación de los chicos ante la negativa, me daba tristeza, pero nunca dudé que lo que decía papá era razonable y seguimos adelante así.

      Hasta


Скачать книгу