La sociedad del riesgo: retos del siglo XXI. Angélica Tornero
Читать онлайн книгу.Alexiévich: “Quiero dejar testimonio: mi hija murió por culpa de Chernóbil. Y aún quieren que nosotros callemos. La ciencia, nos dicen, no lo ha demostrado, no tenemos bancos de datos. Hay que esperar cientos de años. Pero mi vida humana… es mucho más breve. No puedo esperar. Apunte usted” (Alexiévich, 2019: 75).
En 1986, Chernóbil reveló que toda la vida en el planeta estaba en riesgo y que las vidas humanas de muchos –como la de la hija de Nikolái Fómich y de cientos de miles más–, independientemente de la religión, la raza o la clase social, podrían ser destruidas; patentizó, también, la impotencia y estupefacción de los científicos, quienes, otrora admirados, se convirtieron de pronto, dice el fotógrafo Víktor Latún, en “ángeles caídos […] ¡En demonios!” (Alexiévich, 2019: 329). Además, mostró la carencia de explicaciones de lo ocurrido, como ha señalado el profesor de Literatura Andréi, quien no sabe cómo exponer a sus estudiantes lo ocurrido. A Andréi le preocupan cuestiones como la siguiente: “¿Por qué el académico Legásov, uno de los que dirigió los trabajos de liquidación de la avería, acabó suicidándose? Regresó a casa a Moscú y se pegó un tiro. Y el ingeniero jefe de la central atómica se volvió loco. Que si partículas beta, partículas alfa… Que si cesio, que si estroncio… Elementos que se descomponen, se diluyen, se trasladan…” (Alexiévich, 2019: 230). Las explicaciones científicas, agrega Andréi, “está[n] muy bien, pero con el hombre ¿qué pasa? […] Hemos perdido todo un mundo. Un mundo así ya no lo habrá nunca más, no se va a repetir” (Alexiévich, 2019: 230).
Tras la catástrofe de Chernóbil quedó claro que, además de otras amenazas, como el fascismo o el nacionalismo, había que enfrentar los desafíos que presentaba el modelo de desarrollo capitalista tardoindustrial, el cual, habiéndose erigido como máxima expresión de progreso y civilidad, resultaba cada vez más amenazante. A partir de ese momento, los países del centro, siguiendo la distinción de Wallerstein, paralelamente tenían que insistir en las enormes ventajas de la modernidad capitalista, de las ventajas del neoliberalismo y la globalización, sobre todo a la luz de la inminente caída del comunismo, que ocurriría unos años después, y por otro lado, les urgía comprender la magnitud de los riesgos provocados por el mismo sistema para instrumentar políticas de control de daños.
En este marco, Ulrich Beck, Anthony Giddens, Scott Lash, Niklas Luhmann, Zygmunt Bauman y muchos otros pensadores propusieron formas alternativas de comprender la situación del modelo de desarrollo a la luz de diversas catástrofes. En particular, Beck se interesó por describir los “efectos secundarios” con el fin de tomar conciencia de los riesgos que enfrentaba el mundo entero. En La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, libro publicado un año después de la explosión, Beck señalaba que, generacionalmente, nos toca ser testigos de la fractura producida dentro de la modernidad, “la cual se desprende de los contornos de la sociedad industrial clásica y acuña una nueva figura a la que aquí llamamos sociedad (industrial) del riesgo” (Beck, 1998: 16).
Para comprender la figura de esta vertiente de la modernidad Beck propone un acercamiento distinto que cuestiona las categorías mismas de la teoría social, la cual enfatiza la lógica del reparto de la riqueza. Si la teoría clásica piensa en los riesgos grupales –empresariales y profesionales–, la teoría de la modernización reflexiva, como la denomina Beck, pone en el centro el pensamiento sobre el reparto de los riesgos y las consecuencias que surgen como amenazas irreversibles a la vida de las plantas, de los animales y de los seres humanos; en otras palabras, de los riegos que “contienen una tendencia a la globalización que abarca la producción y la reproducción y no respeta las fronteras de los Estados nacionales, con lo cual surgen unas amenazas globales que en este sentido son supranacionales y no específicas de una clase y poseen una dinámica social y política nueva” (Beck, 1998: 19).
Aun cuando nos quedaba muy claro que habían transcurrido tres décadas desde que se produjo aquel nefasto accidente y que las sesudas elaboraciones sobre riesgos, peligros y amenazas, realizadas por especialistas de distintos ámbitos, databan también de aquellas fechas, en 2019 algunos integrantes de la Academia de Ciencias Sociales y Humanidades del Estado de Morelos (ACSHEM) consideramos importante retomar las discusiones sobre este asunto, particularmente las reflexiones de Ulrich Beck, para revisar la situación de los riesgos en la actualidad, a partir de dos consideraciones: primera, incorporar a la reflexión el grado de desarrollo tecnológico alcanzado y, segunda, reflexionar preferentemente de cara a la situación de Latinoamérica y, especialmente, de México.
En aquel mayo de 2019, cuando planeábamos el Coloquio anual, nos pareció pertinente explorar la situación de riesgo de las sociedades menos favorecidas económicamente; dirimir qué riesgos enfrentamos en la segunda década del siglo XXI y alertar sobre la importancia de no abandonar este mirador, ante los relevantes desarrollos científicos y tecnológicos que están modificando no solamente nuestras formas de vida, sino también las de relacionarnos y comprendernos. Motivadas y motivados por esta orientación, en octubre de ese mismo año realizamos el Coloquio en torno a esta temática y, como resultado de ese intercambio, elaboramos el libro que aquí presentamos.
Durante la reunión hablamos sobre el impacto del veloz e imparable desarrollo de la tecnología de las comunicaciones, de las implicaciones de este en las relaciones humanas y en la conformación de las subjetividades; hablamos sobre los riesgos de las redes sociales, de las fake news y de la Internet de las cosas. También abordamos asuntos como los riesgos actuales en la educación superior, en los procesos productivos y en el ámbito del trabajo, y dialogamos sobre la oportunidad que tenemos a la luz de las discusiones sobre el fin o no de la modernidad, de pensar las modernidades desde otro locus, el latinoamericano.
Ahí, en el lugar en donde dialogábamos presencialmente, como lo habíamos hecho muchas otras veces, sentados en las butacas, respirando cerca unos de otros, sintiéndonos humanamente, además de escuchándonos académicamente, no imaginamos que en ese mismo momento, en una ciudad llamada Wuhan, comenzaban a morir personas atacadas por el virus que unos meses después pondría en riesgo la vida de todos los habitantes del planeta, nos confinaría y modificaría nuestras formas de trabajar y de relacionarnos. En nuestras elucubraciones, considerábamos los riesgos provocados por un modelo de desarrollo que ha perdido el rumbo, que está cimbrando las estructuras y resquebrajando el tejido social irrecusablemente, debido, entre otras causas, al imparable proceso de diferenciación, pero no imaginábamos que una amenaza circulaba entre países, que el virus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, se desplazaba velozmente en los cuerpos de los vacacionistas, en los hombres y mujeres de negocios, en los migrantes, y que muy pronto se extendería por todo el planeta, sin tregua, y después de algunos meses se convertiría en asunto prioritario –por no decir único– en las agendas de todos los países del mundo.
Ya en el confinamiento, mientras atendíamos las difíciles situaciones que se nos presentaron en lo individual y familiar, trabajamos los capítulos que el lector tiene hoy en sus manos. Al mismo tiempo, decidimos elaborar reflexiones breves sobre el riesgo provocado por el SARS-CoV-2, y las publicamos con el título Pandemia y sociedad, que apareció en otoño de este año. La desfiguración de la modernidad capitalista industrial, de la que hablaba Beck, resuena en 2020 de manera contundente, pero también nos conduce a preguntarnos por los beneficios de la modernización reflexiva. ¿Cuál es el balance después de insistir en la toma de conciencia sobre lo que el modelo está provocando?
La pandemia nos ha hecho responder con hechos. Tres décadas después de mostrar la urgencia de considerar los riesgos del modelo de desarrollo para intentar evitar catástrofes, no sabemos cómo hacerlo. Pero esto no es lo peor. No sabemos cómo resolver o, más bien, quienes deciden siguen sin querer atender las crisis severas de progresión lenta, como las llama Boaventura de Sousa Santos (2020: 63); es el caso de la contaminación atmosférica, que de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) mata a siete millones de personas al año, o el de morbilidades provocadas por los alimentos industrializados, que frente al virus SARS-CoV-2 son condiciones de riesgo mortal. A esto hay que agregar que la pandemia discrimina, según Sousa Santos, “tanto en términos de su prevención, como de su expansión y mitigación” (2020: 66). Una parte importante de la población mundial no está en condiciones de seguir las recomendaciones de la OMS, debido a las condiciones precarias de vida. Constantemente escuchamos la expresión: