No te olvides de los que nos quedamos. Nélida Wisneke
Читать онлайн книгу.guardó en la maleta junto con las bananas. Agarré rápidamente los tres que quedaron y los devoré con muchas ansias, aunque el último me produjo un poco de picazón en la boca.
Tenía ganas de cantar, pero no podíamos emitir sonido.
Los reflejos de los rayos del sol comenzaron a retirarse y mi mamá empezó a bostezar muy seguido. El hombre de la escopeta llamó a las mujeres y nosotros, los niños, nos intercambiamos florcitas de trébol y otras maravillas diminutas.
Uno de los chicos tenía en sus manos un escarabajo negro con un par de cuernos. Uno a cada lado de sus ojos. Cada vez que quería erguirse, el niño lo volteaba colocándolo patas arriba. El insecto intentaba desplegar las alas que estaban escondidas debajo de un capuchón duro y no lo conseguía. Movía sus seis patas como si estuviera bailando. Para nosotros era muy divertido verlo. De repente, sentí la respiración de mamá cerca de mi oreja y en su voz, que dejó de ser un susurro, nos dijo:
Deixem já esse besouro!24 Ele também quer viver. Trabalhou durante o dia, Rolando bosta no ninho Para seus filhos comer. E agora, vocês, meninos Vêm a ele atrapalhar? Deixem-no em liberdade. Não esqueçam que pra humanidade, Existe um só mandamento: Que em quanto estejamos vivos, Tudo o que seja vivente, Animais, plantas selvagens, Devem receber o mesmo Respeito e atendimento.
El escarabajo se fue volando hasta las hojas de una “pariparoba” 25 que había logrado enredarse entre las ramas de una ortiga gigante. En ese instante se escuchó: tu, tu, tu, tu, tu, tu, tu26. El surucuá visitante estaba cerca. Nos quedamos en silencio.
Los hombres se adelantaron. Nosotros nos juntamos y comenzamos a medir nuestros pasos. Las mujeres buscaban un lugar para escondernos. Ya allí, esperamos. Tirados en el suelo, con el corazón palpitando y nuestros pechos rozando las hojas secas que comenzaron a humedecerse con la caída del sol y la llegada de una nueva noche. La primera, juntos, en la selva.
Los hombres volvieron y nos hicieron señales para que avanzáramos sin cuidado. Nos levantamos y retomamos la marcha. Mamá tomó la cantimplora, nos miró y la volvió a guardar. Desamarré la mía y, cuando quise pasársela, me tomó la mano y me obligó a ponerla en su lugar.
Oscurecía. Los adultos se miraban entre ellos. A nosotros el silencio nos daba miedo. Restregué mis ojos. Las imágenes del patio, de la abuela, del banquito de tres maderas que mi abuelo había construido, luego de una dura lucha con el machete, y me lo había regalado cuando solo tenía 3 años, me invadieron. Pensaba en eso cuando tropecé con un tronco. Quise llorar. Pero el sacudón en el brazo que recibí de mamá hizo que mirara hacia adelante.
Cuatro velas (antorchas) encendidas, rodeaban a unas hojas de banana que hacían, a su vez, de bandeja. Sobre ellas un pedazo de cerdo asado, una gallina, unos huevos duros y en pequeños segmentos del mismo vegetal, pororó. Mucho pororó bañado con miel de caña. Mi mamá elevó sus manos al cielo y se inclinó hacia la tierra en agradecimiento. Alcancé a oír lo que decía y mi cuerpo se estremeció completamente.
Ó, meu glorioso São Sebastião...27
Mi abuela se hizo presente en mi memoria cuando recordé los versos que escuché de su boca, en una de esas tardes que acostumbraba a contarme historias:
Você ainda era pequena28 E estava muito doente, Achamos que ia morrer E chamamos aos parentes. Todo mundo veio a vê-la E com eles, minha mãe, Trouxe essa bandeira branca Que até aos mais bravos espanta, E você eu entreguei A ele, São Sebastião. Senhor de povos aflitos, Daqueles que sem ser ricos Lutam pela liberdade, Recebendo caridade E única satisfação; Dar-lhe a libertação Para quem fora cativo, Conflitado e esquecido, Tratado qual foragido Bandido e ainda pior.
Las dos mujeres comenzaron a mover sus cuerpos en señal de agradecimiento. Me acerqué y vi que los cirios (tacuaras) tenían unas cintas y en ellos habían grabado unos símbolos que yo no entendía, pero parecía que el hombre de la escopeta, sí; porque señalaba hacia una dirección y volvía a mirarlas. Conversaba con el otro. Deliberaban, ambos, en voz baja.
Nos sentamos y esperamos los suculentos bocados. Los hombres se acercaron, tomaron una de las vasijas, bebieron e intercalaron los sorbos de aquel líquido con generosos mordiscos a las porciones de cerdo que aún quedaban. Las devoraban con hambre rapaz. La madre de los niños nos acercó un poco de pororó. Lo comimos con entusiasmo. Al rato las mujeres comenzaron a guardar algo de lo que quedaba. Mamá tomó uno de los porongos, lo olió, lo volvió a tapar y se lo pasó a la mujer. Uno de los chicos quiso beber de él. Pero, ambas, le sugirieron que ingiriera el agua de la otra cantimplora para satisfacer su sed. El hombre de la escopeta se acercó a la ofrenda, tomó una parte de la gallina, la envolvió en una fracción de tela y la ató a su cintura. Le cedió lugar al otro que hizo lo mismo con el cerdo. Mamá les alcanzó agua. Primero bebió el que estaba armado y más tarde el hombre simpático, el que usaba sombrero de cuero. Después de haber saciado su sed, se agachó, nuevamente, y apretó fuerte el porongo del que, inicialmente, los dos habían bebido, lo destapó y tragó un largo sorbo acompañándolo con un sonido gutural que nos causó gracia. Nos tapamos la boca y no nos podíamos mirar porque explotábamos de la risa.
Un trozo de tela blanca se deslizaba entre las manos de mamá que intentaba atarlo a una vara de “canela, preta” 29. La clavó en el suelo y se inclinó ante él. Los hombres guardaron los cirios apagados dentro de las maletas y en señal de avance todos nos pusimos de pie para seguir. Atrás quedó la bandera como señal de que el santo nos había permitido llegar hasta ahí y nos habíamos servido del banquete preparado para nosotros.
Obrigada meu senhor!30 Abençoa aos irmãos Por todas as atenções, Que chegue alegria e paz Até os seus corações. Prepara o nosso caminho, Que o corpo já não aguenta, Mas há que continuar, Para chegar a destino; Valente, só é quem tenta. Ó, meu glorioso São Sebastião…31
Me desperté con el trinar de los pájaros. Miré a mí alrededor y la vi. Estaba sentada. Se ataba un pañuelo en la cabeza. Me hizo señal de silencio y me ofreció los dos frutos de caraguatá que había guardado en la maleta. Los tomé, me levanté y quise usar el agua para lavarme la cara. Ella me lo impidió. Hizo gestos señalándome los frutos. Los comí muy rápidamente. Me di cuenta, en ese momento, de que el sabor agridulce impregnaba toda mi boca y le proporcionaba una cierta felicidad a mi cerebro. Me volvía más amable, segura y hasta me daban ganas de cantar. Recordé que cuando estábamos en la casa cantábamos. Todo lo que sucedía en el lugar se volvía canción. Escuchando atentamente las melodías tristes y los versos alegres, entre los mayores, era como los niños aprendíamos.
Estaba pensando en eso cuando me di vuelta y la vi sentada, apoyando todo el peso de su cuerpo sobre sus tobillos. Una puntilla blanca sobresalía del bies de su pollera que había sido amontonado, desprolijamente, entre sus piernas para poder organizar las cosas que traíamos en la maleta. Alcancé a ver la bolsa de “farofa” 32, la rapadura y las bananas. Tomó la penca de plátanos, la sacó de la bolsa, apretó cada uno de los dedos que conformaban el racimo, hizo un gesto de desaprobación y la volvió a guardar. Sacudió la cantimplora. Por el ruido deduje que quedaba poco líquido.
Apresuradamente fui hasta mi maleta. Sabía que allí habían puesto algunas cosas para el viaje y que mi cantimplora, que yacía recostada en ella, estaba aún llena. No sé cómo tropecé y fui a parar con parte de mi hombro derecho, arriba de las ramas secas de un arbusto espinoso que se erguía firme muy cerca de donde nos habíamos echado a descansar. Vi estrellas en pleno amanecer. Apreté mis dientes para no gritar de dolor.
Viu!33 Isso é por que você faz, Sempre aquilo que não deve Precisava levantar? Só para fazer bagunça. Ooó! Que menina danada! Acorda sempre quem não presta. Despontando a madrugada.
La sangre que enseguida manchó la espalda de mi vestido, supongo, que me salvó de todo castigo.