Discursos de España en el siglo XX. Varios autores

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      Pero es la realidad de las naciones la que impone la formación de partidos socialistas nacionales, los cuales tienen que actuar necesariamente en el marco de unos estados nacionales en los que hay que representar intereses colectivos, negociar condiciones laborales y acceder progresivamente al poder político. Desde el último cuarto del siglo XIX se van conformando, sin perder la referencia teórica internacionalista, auténticas culturas nacionales dentro del movimiento obrero, y se va incrementando la diferenciación entre diversas variantes nacionales. La nostalgia internacionalista conducirá a la creación de la II Internacional en 1889, pero ahora como reunión periódica de partidos nacionales bien identificados. Incluso la propia revolución, en la concepción original de Marx, se tenía que desenvolver inicialmente en un marco nacional, como había sucedido en el caso de la francesa o la norteamericana, o debía suceder, según sus previsiones y deseos, en el caso de la alemana, o acontecerá más tarde como revolución rusa, que sólo podría mantenerse, según algunos de sus parteros, a condición de internacionalizarse rápidamente.

      Y, en España, ¿qué?, ¿cómo se planteaban los primeros socialistas la inserción y adaptación de la identidad nacional a su proyecto político? Pues parece razonable observar y sostener que se produjo una evolución similar a la que iba desarrollando el socialismo europeo desde las últimas décadas del siglo XIX, un desplazamiento, o mejor, una implementación, de los firmes presupuestos teóricos internacionalistas hacia una progresiva asunción del nacionalismo, de eso «que está siempre presente y actúa potentemente» sobre el conjunto de la sociedad, un tránsito cuyos caminos doctrinales pueden ser reconstruidos, pero que venía determinado sobre todo por la necesaria elaboración de políticas de clase nacionales, así como por la cultura previa y propia de los militantes y votantes, especialmente a partir del momento en que comienzan a ser algo más numerosos que la reducida patrulla internacionalista de los inicios.

      Entre nosotros hay que esperar a la Guerra de Cuba, momento en el que la oposición de las organizaciones socialistas a la misma implica y anuncia la elaboración de una alternativa al tipo de patriotismo o nacionalismo español que justificaba y necesitaba una solución militar al conflicto, y constituye, a la vez, la semilla de una concepción de patria y de nación diferenciada que se irá elaborando con perfiles más nítidos durante el primer tercio del siglo XX.

      El progresivo abandono de la pureza internacionalista inicial es, pues, un recorrido común para el socialismo europeo, que se va cubriendo a medida que los partidos socialistas se integran en las instituciones y en la vida política. Dos factores principales contribuyen al progresivo encaje nacional, y aun nacionalista, de las organizaciones obreras y sindicales: uno de ellos mantiene estrecha dependencia con la progresiva implantación, desde los tiempos modernos de principios del siglo XX, de una nueva sociedad de masas, lo cual implica nuevos procesos, más extensos y complejos, de representación de intereses colectivos, de negociación con instituciones y gobiernos estatales, de presencia en la política de una nación que se ve progresivamente afirmada en la conciencia de dirigentes, militantes y votantes como espacio natural para la gestión de demandas, reivindicaciones, acuerdos o conflictos políticos de los representantes de la clase con los gestores del estado.

      En este contexto general y común del socialismo europeo hay que insertar la evolución de la doctrina y la práctica políticas de los socialistas españoles hacia la progresiva asunción de un discurso nacional y nacionalista que, además, les permite aproximarse a la opinión pública y a la sociedad, así como ir avanzando pasos en su integración política. La posición de los socialistas españoles ante la Guerra de Cuba (1895-1898) al igual que, pocos años después, ante las guerras coloniales en el norte de África a partir de 1906-1907, expresa, en origen, la concepción y asunción de un concepto y modelo de nación española, bien que delimitado por el interés en marcar diferencias tanto con el nacionalismo oficial de la monarquía restaurada como, inicialmente, con el de los republicanos; por otra parte, son éstos años de una primera integración en las instituciones, en el Parlamento (1910 y 1917), en ayuntamientos, en organismos del Ministerio de Trabajo, y de acuerdos políticos más amplios con unos republicanos más orgullosos de sus identidades nacionales (Conjunción Republicano-Socialista, 1910); también la creciente afluencia de militantes en las organizaciones socialistas, singularmente en una UGT que llega casi a organizar a un cuarto de millón de afiliados hacia 1918-1920, contribuye y es causa fundamental para la entrada en política de los socialistas, y también para el despliegue de un proceso más extenso y profundo de nacionalización de las clases trabajadoras y de construcción de un discurso y un lenguaje de clase común y de una cultura compartida.


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