El derecho colombiano y la apertura en los debates sociales contemporáneos. Álvaro Hernán Moreno Durán

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El derecho colombiano y la apertura en los debates sociales contemporáneos - Álvaro Hernán Moreno Durán


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conocen. (p. 3)

      ¿Pero quién puede utilizar a su favor estas estrategias?, como señalaría Saramago, solo los ricos que tienen el capital y los mass media a su disposición y servicio, no solo para lo anterior, sino para pagar encuestas con ciertas metodologías que, de acuerdo con Palomares (2017), citando a la Corte Constitucional, presentaron problemas en la fundamentación constitucional de esta función electoral. Es por lo anterior que José Saramago (2014) sostiene que en el mundo son escasas o nulas las democracias y son muchas las plutocracias.

       alternativa de participación

      Una de las formas electorales que ha tenido Colombia desde la década de 1970 ha sido el voto en blanco, esta posibilidad se ha dirimido en un mecanismo de participación, porque de su aplicación surge un veto social, una muerte política para los candidatos. No obstante, este mecanismo carece de significancia para el Estado y para la ciudadanía, razón por la que la Corte Constitucional arguyó en el examen que realizó de la Ley 84/93, y dispuso materia electoral para así no restarle importancia al voto en blanco:

      equivale a hacer nugatorio el derecho de expresión política de disentimiento, abstención o inconformidad que también debe tutelar toda democracia. Desconocerle los efectos políticos al voto en blanco, comporta un desconocimiento del derecho de quienes optan por esa alternativa de expresión de su opinión política. (Sentencia C-145 de 1994. M. P.: Alejandro Martínez Caballero)

      Conforme lo dicho por la Corte Constitucional, en el sistema de participación política, el voto en blanco es una expresión de disenso cuyas consecuencias son políticas, promoviendo el espacio de libertad del sufragante, con un resultado decisivo en los comicios (Sentencia C-490 de 2011. M. P.: Luis Ernesto Vargas Silva). Así pues, prima la participación en democracia, desde la génesis de la Constitución de 1991, pero son pocas las ocasiones en las cuales el voto en blanco ha sido verdaderamente relevante. De acuerdo con la Misión de Observación Electoral (2017), estos han sido los resultados:

      2003. Elección de alcalde de Susa (Cundinamarca): Gana el voto en blanco por mayoría absoluta. 2007. Elección de alcalde de Maní (Casanare): Gana el voto en blanco al candidato con mayor votación, no por mayoría absoluta, sin efectos legales. 2010. Elecciones de Parlamento Andino. Gana el voto en blanco al candidato con mayor votación, no por mayoría absoluta, sin efectos legales. 2011. Elecciones de alcalde de Bello (Antioquia): Gana el voto en blanco por mayoría absoluta, con efectos legales. 2013. Elecciones atípicas de Gobernación del Huila: El Consejo Nacional Electoral ordena quitar toda la publicidad del voto en blanco, ante la inexistencia de un comité promotor. Esta decisión fue demandada y se encuentra en estudio ante el Consejo de Estado. (p. 5)

      Como se observa, en dos ocasiones el voto en blanco ha generado los efectos por los cuales se creó; no obstante, la población colombiana prefiere dejar de votar, es decir, abstenerse de votar y permitir en últimas que otros elijan por ellos. En el 2015, dos pueblos colombianos, Tinjacá (Boyacá) y Florida (Valle del Cauca), dieron ejemplo en la utilización del voto en blanco, ya que en el proceso electoral para la escogencia popular de alcaldes, ganó el voto el blanco, convirtiendo este en un verdadero mecanismo de participación ciudadana.

      Sobre el voto en blanco, el escritor José Saramago, en su libro, Ensayo sobre la lucidez, escribió una novela política que cuenta la historia de una ciudad capital de gran importancia, en la cual, en un proceso electoral, ganó el voto en blanco con un margen cercano al 83 %. Lo anecdótico de este texto, es que al lanzamiento del libro asistió el expresidente de Portugal, Mario Soares, quien increpó a Saramago por el mensaje del libro, de la siguiente manera, según Saramago:

      En medio de un debate muy vivo, él me miró un poco descontento y me dijo: “¡pero hombre! ¿Usted no entiende que 15 por ciento de votos en blanco serían el descalabro de la democracia?” Y yo contesté: “¿y 40 o 50 por ciento de abstenciones no son el descalabro de la democracia?” Él no contestó, se quedó un poco indeciso, pero la conclusión a la que todos nosotros tenemos la obligación de llegar —y no porque yo lo diga, sino porque, sencillamente, la evidencia es la evidencia— es que entre la abstención y el voto en blanco, los políticos prefieren la abstención. (Saramago, 2006, p. 40)

      A la premisa anterior, se debería agregar que para el sistema político reinante es preferible que la gente no piense, es decir, que no decida, pues la abstención hace que una elección sea legítima con un porcentaje de electores que a todas luces es bajo. El ciudadano que vota en blanco, al contrario del que no vota, logra expresar su disconformidad de manera explícita, convirtiendo al voto en blanco en un voto antisistema, en la expresada rara combinación de ser “un voto antisistema dentro del sistema” (Cotarelo, 1991).

      Así pues, recordemos cómo solía ser la sociedad de la antigua Grecia e inspirémonos en ella. Según Aristóteles (citado por López, 2013), la sociedad clásica griega evidenciaba un buen ejemplo de participación de lo público, ya que 1.4 de habitantes tenía alguna clase de participación de lo público y aquel quien no tuviera injerencia por los asuntos públicos, era considerado un idiota (ilota), un ciudadano egoísta al no ejercer sus derechos y obligaciones.

      En la sociedad actual, al contrario, la democracia no tiene mucha credibilidad, desde la visión de sistema —con el objetivo del deliberar sobre lo público— y se pone en entredicho el criterio de legitimidad de instituciones del Estado y posee un vacío de espíritu y ciudadano determinado en apatía y desinterés en querer participar. De acuerdo con López (2013), la sociedad contemporánea atraviesa un quiebre cultural causado por “una industrialización irreflexiva, el individualismo exacerbado y la indiferencia política” (p. 62). Por lo tanto, el antídoto que se plantea es la educación cívico-política, con el fin de buscar el fortalecimiento de la cultura política y democrática a través del fomento de valores cívico-éticos como la participación.

      No obstante, esta propuesta, dirigida hacia la educación, existe otro sector que plantea como solución al abstencionismo, la posibilidad de instaurar el voto obligatorio en Colombia, con consecuentes sanciones sociales y económicas. Se estima que esta propuesta generaría una incertidumbre sobre sus consecuencias, sin descontar la oposición que podría suscitar, debido al actual entorno socioeconómico del país (Beleño y Vásquez, 2017). En efecto, podría pensarse en que esta forma de compulsión haría que el ciudadano en lugar de ejercer este derecho con convicción y compromiso, lo ejerciera como un deber, probablemente con el único fin de evitar una sanción, con lo cual, desde esta perspectiva, la instauración del voto obligatorio no contribuiría a la solidificación democrática.

      A pesar de la buena intención del constituyente y de la Constitución de 1991, y aunque autores, como Barragán (2016), consideren que esta norma superior, “abre la posibilidad de la participación ciudadana a todos los sectores de la sociedad civil, que representan el conglomerado total de los habitantes del territorio” (p. 12), los procesos democráticos continúan siendo iguales a los anacrónicos y mantienen los inconvenientes de procesos de los siglos pasados. Los linajes, el compromiso de los mass media en favor de uno u otro, las financiaciones por parte de grupos no acordes a la ley, continúan permeando comisiones electorales en Colombia. Es por lo anterior que, como lo sostuvo el profesor Carlos Gaviria Díaz, en Colombia la democracia no existe y, más aún, cada vez se confirma la tesis del escritor José Saramago, al indicar que en el mundo no hay democracias sino plutocracias.

      Actualmente, el modelo de toma de decisiones es pluralista, pero democrático con restricciones, y aunque es deliberado no logra proteger grupos minoritarios, se califica como abierto y estructura limitaciones a aquellos que no gocen de recursos económicos suficientes (López, 2017). De este modo, cada vez es más evidente, a pesar de las críticas de Bobbio, que es necesario realizar procesos educativos con la finalidad de dotar a la ciudadanía de las herramientas necesarias para que asuman su rol con la democracia. Estas herramientas deben permitirle al hombre del común tomar decisiones forjadas bajo su criterio, su razón y su conveniencia pública y no sobre especulaciones, sentimientos o interferencias exógenas


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