Relatos de vida, conceptos de nación. Raúl Moreno Almendral
Читать онлайн книгу.2 El modernismo es claramente dominante en la historiografía española. Uno de sus defensores ha sido Álvarez Junco, para quien «Ni Smith ni Llobera rechazan, por tanto, frontalmente las tesis “modernistas”. Lo que hacen es distinguir entre nacionalismos modernos y fenómenos mucho más antiguos, como las “etnias” –Smith–, las “tradiciones culturales” o los “patriotismos” –Llobera–. Vistas así, sus posiciones son compatibles con la nueva visión modernista. La principal diferencia sería que lo que ellos llaman nacionalismos no son sino patriotismos étnicos, pues no se apoyan en la afirmación de la soberanía colectiva de esas etnias sobre un cierto territorio, fenómeno característico y exclusivo del nacionalismo moderno» (Álvarez Junco, 2016: 19). Contrástese esta postura con el propio Smith (2009: 44): «if nations are formed over long periods, we might expect to be able to trace the origins of some nations, at least, well before the advent of modernity. Unless we equate the concept of the nation with the ‘modern nation’ tout court, we could entertain the idea of nations existing in the Middle Ages», o Llobera (1994: 219-220): «Nations are the precipitate of a long historical period starting in the Middle Ages», «nations pre-date modern classes» y «Nationalism stricto sensu is a relatively recent phenomenon, but a rudimentary and restricted national identity existed already in the medieval period». En esta línea, véanse también Hutchinson (2017) y Ballester Rodríguez (2018).
3 Así sería para el etnosimbolismo del mencionado Smith (2009) y los autores que este último llama perennialistas y primordialistas, como Hastings (1997) o, en un caso mucho más claro de deformación conceptual, Gat (2013). Para la crítica de este último, Álvarez Junco (2016: 20-22). Sobre las insatisfacciones ante el modernismo y la necesidad de una fase «premoderna» en la historia de los fenómenos nacionales, véase también Jensen (2016). Ideas medievales de nación en Reynolds (2005) y Hoppenbrouwers (2007).
4 La respuesta en Hirschi (2014), que fue a su vez contestada en Leerssen (2014b).
5 La definición que formula Leerssen (2006: 17) de etnotipos es «commonplaces and stereotypes of how we identify, view and characterize others as opposed to ourselves».
6 El término patria procede de la palabra latina pater (padre). La terra patria es entonces la tierra «del padre» o de los antepasados. Por lo tanto, equivale al sentido clásico de la familia o el clan, pero ya con una prefiguración territorial de límites difusos. Los ilustrados recrearán el sentido clásico-romano del término, en tanto que las élites de la República romana se consideraban descendientes de una agrupación de tribus. El pensamiento escolástico también lo utilizará, pero esta vez como una extensión del cuarto mandamiento (cf. Catroga, 2010, y Leerssen, 2006: 13-102).
7 Martin Thom (1995) elabora un argumento de transición en torno a estas mismas cuestiones, destacando el contraste entre las libertades antiguas de los ilustrados, muy inspiradas en las ciudades grecorromanas, y las libertades primitivas de las tribus germánicas, que tanto gustaban a los románticos. Sin embargo, Thom se centra más en la Francia revolucionaria como escenario del cambio que en los intelectuales alemanes después de la invasión napoleónica.
8 Hay una tradición interesante de estudios sobre nación y nacionalismo que emplea las entrevistas como fuente y comparte buena parte de los fundamentos teóricos de este trabajo. Ejemplos en Karakasidou (1997), Burell (2006), Uzun (2015) y, en otro orden de cosas, Knott (2015).
9 De forma paralela, la literatura académica sobre el Estado ha dado también un giro cultural, antropológico y experiencial: Bevir y Rhodes (2010), Bratsis (2006) y Mitchell (1991).
10 Sobre todo, el pensamiento poscolonial y el feminista, que han sido pioneros en señalar cómo las narrativas personales pueden ser espacios de negociación y resistencia (véase Bhabha, 1990).
11 No hay consenso en la distinción teórica entre identidad nacional y nacionalismo: contrástense Smith (2009), Özkirimli (2017), Calhoun (1997) y Billig (1995). Es cierto que la diferencia cualitativa que proponemos aquí es inestable y un tanto arbitraria, pero con todo consideramos que es una diferenciación que merece la pena. Una buena crítica a esta opción la plantea Malešević (2013: 176) a través de una discusión paralela sobre el concepto de «raza»: «The then-dominant view [se refiere a finales del s. XIX] that the “white race” was unique, authentic and superior to other “races” was at that time understood to be a self-evident reality. However, with the hindsight of a century or more it is commonplace to describe such views not as natural reflections of “racial identity” but simply as “racism”». No obstante, también se podrían considerar al respecto los casos de la «clase social» y el «género». ¿Acaso es lo mismo tener una identidad de clase que ser un clasista? ¿No son cosas diferentes el pensarse a sí mismo como hombre y el ser un machista?
12 Aquí tomamos «construcción nacional» o nation-building como sinónimo de formación de naciones o nation formation, pese a que hay algunos autores que emplean este último término como concepto general y reservan el primero para incidir en el papel del Estado y otras instituciones (véase Lawrence, 2005).
13 Este trabajo solo manejará material escrito en cuya creación el investigador no ha tenido ninguna participación. Sin embargo, gran parte de estas historias de vida se producen como resultado de una respuesta a una pregunta o requerimiento. Evidentemente, esto genera unas implicaciones epistémicas diferentes.
14 Por otra parte, estas fuentes tampoco se pueden descartar completamente alegando que «no son fiables» y son «demasiado subjetivas», al contrario que otras fuentes supuestamente más «objetivables». Como indicamos más adelante, para un historiador de las percepciones y las representaciones culturales, los relatos de vida son valiosos precisamente por esa naturaleza profundamente subjetiva.
15 En el espacio anglosajón, véase la reclamación de Greenfeld (1992: 23) y de Wilson (2003); en el hispánico, Andreu Miralles (2016b). Desde la historiografía italiana, también es interesante el trabajo de Rovinello (2013) sobre las «historias de familia» que fabricaban los candidatos a la naturalización en el Nápoles de principios del XIX. La obra de Maurer (1996) es impresionante por la extensión de su base empírica, pero su objeto de estudio no es exactamente el nacionalismo sino el desarrollo de los «valores burgueses» en el espacio germánico durante el siglo XVIII.
16 Steven Hunsaker (1999) y Raj Kumar (2012) se interesan por la nación desde los márgenes en América y la India respectivamente. Claire Lynch (2009) utiliza autobiografías en gaélico e inglés de escritores irlandeses para revisitar la narrativa nacional previa y posterior a la creación de la Irlanda independiente, mientras Watson (2000) hace lo propio con Indonesia y la gestión de la (pos)colonialidad.
17 Matilda Greig (2018) ha estudiado las memorias producidas por militares británicos, franceses y españoles que participaron en las guerras napoleónicas, incluyendo sus procesos editoriales. En ellos destaca el contraste del tópico del «autor accidental», ajeno al oficio literario, con la implicación efectiva que muchos de los soldados (con frecuencia oficiales) tenían en la publicación de sus obras, así como la frecuente intervención de los editores. Los veteranos de guerra constituyen un grupo bastante específico en la producción de egodocumentos que no puede generalizarse automáticamente al conjunto social. Sin embargo, sí que proporcionan una buena cantidad de evidencia empírica sobre las relaciones entre individuos y estructuras que se exploran en este capítulo.
18 A tenor de esto, se podría argumentar que no hay que confundir la narratividad como cualidad intrínseca de la memoria y de la identidad, con las narrativas personales, que son sus productos. También puede haber narrativas mudas, que nos contamos a nosotros mismos pero que no escribimos o decimos. No obstante, una aproximación histórica empírica a estas es casi (si no completamente) imposible.
19 La referencia seminal en esto es Austin (1962). Una adaptación a nuestro tema en el citado Abdelal et al. (2009). El análisis del discurso es ya una metodología clásica en este campo, especialmente aplicado a los partidos e intelectuales nacionalistas.