Caballeros del rey. Jorge Sáiz Serrano

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Caballeros del rey - Jorge Sáiz Serrano


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a cuya finalización se desmovilizaba. Si el rey quería disponer de fuerzas armadas debía recurrir al potencial militar vinculado a la nobleza de sus reinos y a sus principales centros urbanos. Erigir el ejército del rey era movilizar al servicio de la monarquía sólo una parte de ese potencial. El monarca podía tener acceso a la parte del león de ese potencial en el caso de operaciones defensivas circunscritas dentro de los reinos peninsulares de la Corona. Entonces entraban en juego los mecanismos de movilización general defensiva local que daban pie a diferentes cuerpos de milicias urbanas y compañías feudales costeados directamente por nobles y ciudades, aunque generalmente esa movilización obligatoria acabara canjeándose por entregas de dinero. Y es entonces, sobre todo, en ese nivel de amenaza de la integridad territorial de los reinos y por tanto de necesidad defensiva, cuando la sociedad política y sus aparatos institucionales (Cortes y Diputaciones) podía poner a disposición del monarca fuerzas militares substanciales, salidas de ese potencial nobiliario y urbano y movilizadas por una contratación a sueldo merced a la fiscalidad estatal gestionada por la propia sociedad política. De hecho, desde mediados del Trescientos, un modelo de Estado en la Corona de Aragón que dejaba la gestión de la nueva fiscalidad en manos de la sociedad política, de Cortes y Diputaciones,[2] había otorgado a ésta las competencias necesarias para intervenir en materia militar concediendo un estrecho margen de maniobra a las tropas que con los nuevos impuestos fuesen contratadas: sólo podrían servir para operaciones defensivas, dentro de los reinos, o acudir en casos de necesidad en ayuda del monarca a operaciones exteriores. La pérdida de independencia financiera de la monarquía en la segunda mitad del siglo XIV también había equivalido a la reducción de su independencia militar para acceder al potencial armado de nobles y centros urbanos. Alfonso V, como también su padre Fernando I, el primer Trastámara en la Corona, eran conscientes de que si deseaban disponer del margen de maniobra apropiado para dotarse de una fuerza militar significativa debían socavar esa dependencia (política) financiera respecto a las Cortes y Diputaciones de sus reinos buscando una financiación alternativa, bien saneando el patrimonio real o bien poniendo en pie una nueva política financiera basada en el crédito público a gran escala.[3] Para poder contratar a sueldo tropas de caballería, el núcleo de los ejércitos y el desembolso militar más caro, pero también para reclutar contingentes de infantería, sobre todo ballesteros, era necesario disponer de capital con rapidez y libre de la negociación política en Cortes, mediante créditos institucionales asegurados sobre las rentas patrimoniales y reunidos mediante la emisión de deuda pública censal, o recurriendo a la intermediación financiera de mercaderes y banqueros.


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