Universidades, colegios, poderes. AAVV

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En sus años finales, hasta 1560, abandonó las aulas.70 De sus 65 años, escasos dieciséis leyó en Salamanca. Báñez, nacido en 1528, no salió de Castilla en sus 76 años de vida, pero también leyó fuera de Salamanca. En ella estudió artes, y en 1547 ingresó en San Esteban. Dictó un curso en el convento (1552-1555), y obtuvo el magisterio por la orden en 1561. Leyó teología en Ávila hasta 1567, y un trienio en el estudio conventual de Alcalá. En 1570 se le envió a Salamanca. Ganó cátedras temporales desde 1573, y prima en 1581. Jubilado en 1600, pasó a Medina del Campo, hasta su muerte, en 1604.71 Baste nombrar, por fin, a Azpilcueta y Silíceo. ¿Resulta válido «congelar» sus años docentes en Salamanca como si no hubieran tenido un antes y un después, y al margen de un mundo cambiante y «recio»? ¿Bajo qué circunstancias de tiempo y lugar empezaban a ser intérpretes de la Escuela de Salamanca? Mientras leían en otro lugar, antes o después, ¿aún eran ajenos a la Escuela, o habían dejado de serlo?

      Cabe, por último, preguntar si existió en la práctica, en la Salamanca del siglo XVI, ese «grupo unitario de teólogos con unas notas comunes»; «verdadero equipo colectivo», esa suerte de arcadia teológica cuyo legado «se transmite de unos a otros y […] se va enriqueciendo progresivamente», y cuya producción intelectual revistió tal originalidad y excepcionalidad que amerita otorgarle el título de escuela. Abundan los documentos que muestran a aquellos teólogos lejos de toda armonía, acosándose entre sí: dominicos contra agustinos, baste recordar la guerra a Fray Luis de León, uno de los más destacados teólogos y eruditos del periodo. Los dominicos contra otros hebraístas de la propia Salamanca. Los dominicos contra los jesuitas: Báñez contra Luis de Molina, contra Suárez… Disputas que no se resolvían en el claustro académico, e iban al Consejo de Castilla, a la Inquisición, a Roma, pues cada bando acusaba de herejía al contrario. Unos diferendos que no se limitaban a pugnas entre órdenes. Los propios dominicos se desgarraban entre sí. El venenoso Parecer de Cano al inquisidor Valdés fue, por así decir, la piedra que derribó al arzobispo fray Bartolomé de Carranza, largos años lector de teología en San Gregorio. La orden se escindió entre los partidarios del prelado, como Soto, a quien la muerte habría salvado de una suerte semejante a Carranza por resistirse a entregar a Valdés otro Parecer sobre su amigo en desgracia. Ya antes del proceso, Soto había declarado su antipatía por Cano.72 También cayó, por su afición a Carranza, el sevillano fray Domingo de Valtanás, con todo y haber fundado en San Esteban el Colegio de santa Cruz para dominicos andaluces…73

      En aquel reino en que crecían aceleradamente los espacios universitarios y los institutos, donde incontables maestros se daban a la formación literaria de millares y millares de estudiantes, resulta difícil probar que toda la producción intelectual de un siglo tan rico, con tantos y tan variopintos autores, servidores de la monarquía, procedían de Salamanca o derivaban de su «proyección». Frente a la originalidad de un Vitoria, formado en París, académico de tiempo completo, atento escrutador de las Indias, se yergue la de otro dominico: Bartolomé de la Casas, sin formación universitaria ni lazos con Salamanca, pero con un universo de lecturas y, más aún, con décadas de experiencia en el Nuevo Mundo sin las cuales sería impensable su ideario. Pretender explicar toda la riqueza del pensamiento teológico, espiritual, jurídico, político, económico filosófico y científico de tan vasta monarquía en función de una llamada Escuela de Salamanca es querer –como el niño del relato agustiniano– vaciar el mar con una concha. En el riquísimo y complejo marco cultural de los siglos XVI y XVII, Salamanca fue indudablemente la universidad más destacada, pero de ningún modo la única. Al lado suyo, y en permanente interacción, se hallaban las decenas de «escuelas» de la monarquía.

      1. Agradezco al Dr. Jorge Correa y a los organizadores del Congreso de Historia universitaria donde leí un avance de este trabajo, así como al apoyo del Proyecto Libros y Letrados en el Gobierno de las Indias, del PAPIIT, IN402218.

      2. C. B. Schmitt: «Aristotelianism in the Veneto and the origins of Modern Science. Some considerations on the Problem of Continuity», Atti del convegno internazionale su Aristotelismo Veneto e scienza moderna, Padua, Antenore, 1983, pp. 104-123. Reproducido en facsímil en The Aristotelian Tradition and Renaissance Universities, 1, Londres, Variorum Reprints, 1984, p. 107.

      3. John H. Randall, Jr.: «The Development of Scientific Method in the School of Padua», Journal of the History of Ideas, 1, 1940, pp. 177-206. Duramente criticado, el autor aún escribió, muy a la defensiva, «Paduan Aristotelianism Reconsidered», en Edward P. Mahonney (ed.): Renaissance and Humanism: Renaissance Essays in Honor of Paul Oskar Kristeller, Leiden, Brill, 1976, pp. 275-282.

      4. Randall: «The Development…», pp. 177-178 y 182-183.

      5. Ibíd., pp. 184-183.

      6. Los críticos, en Schmitt: «Aristotelianism…», nn. 10 y 11, pp. 105-106. En el bando opuesto destacó William F. Edwards. Véase su «Randall on the Development of Scientific Method in the School of Padua-a Continuing Re-apprasisal», en J. P. Anton (ed.): Essays on the Philosophy of John Herman Randall Jr., Albany, 1967, pp. 53-68.

      7. William A. Wallace y Jacopo Zabarella, en Paul F. Grendler (ed.): Encyclopedia of the Renaissance, VI, Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1999, pp. 337-339. Miembro de la nobleza paduana, su familia tenía fuertes intereses en la ciudad, y declinó generosas ofertas del rey de Polonia para mudarse a Cracovia.

      8. Laurence Boulègue resume su vida en la «Introduction», en Agostino Nifo: De Pulchro et amore, I, París, Les Belles Lettres, pp. 22-35.

      9. Enrique González González: «Sigüenza y Góngora y la universidad. Crónica de un desencuentro», en Alicia Mayer (coord.): Carlos de Sigüenza y Góngora. Homenaje. 1700-2000, I, México, IIH-UNAM, 2000, pp. 187-231.

      10. P. Machamer (ed.): The Cambridge Companion to Galileo, Cambridge, CUP, 1998, en especial, pp. 18-24.

      11. Historia de la teología católica. Desde fines de la era patrística hasta nuestros días, Madrid, Espasa Calpe, 1940. Quizás Grabmann solo recogió una tradición previa, por identificar.

      12. Pena, en La Escuela…, transcribe el pasaje relativo a Salamanca, doc. 64, pp. 645-647.

      13. Oxford, Clarendom Press, 1952. Versión española en Barcelona, Crítica, 1982.

      14. Grice-Hutchinson: The School…, p. 635.

      15. The School of Salamanca. Sources in the Digital Collection, en línea: <https://www.salamanca.school/en/sources .html>.

      16. Bulario de la Universidad de Salamanca, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1966-1967, 3 vols.

      17. Cartulario de la Universidad de Salamanca, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1970-1973, 6 vols.

      18. Belda: La Escuela…, p. 154.

      19. Discuto la obra de Beltrán en «Salamanca in the New World: University Regulation or Social Imperatives?», The School of Salamanca. A case of Global Knowledge Production?, Leiden-Frankfurt, Brill/Max Planck, 2020.

      20. Salamanca, Universidad de Salamanca, 1954.

      21. Madrid, CSIC, 1984.

      22. E. Elorduy: «Suárez, Francisco», en Charles O. Neil y Joaquín M.ª Domínguez (eds.): Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús Biográfico-Temático IV, Roma, IHSI, Madrid, Comillas, 2001, pp. 3654-3656.

      23. En Pena: La Escuela…, pp. 680-682.

      24. Puede verse, Francisco Castilla Urbano: «Corpus Hispanorum de pace. Una valoración», Revista de Indias, 48, 1988, pp. 767-824. Aún aparecerían muchos títulos. El enfoque jurídico e internacionalista lo adopta. También A. Mangas Martín (ed.): La Escuela de Salamanca y el Derecho internacional, Salamanca, 1993.

      25. Madrid, BAC, 2000.

      26. Pena ofrece un cuadro con las cátedras leídas por Fray Luis, solo suspendidas durante el cuatrienio de cárcel (1572-1576). Empezó en


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