Todo lo que hay que saber para saberlo todo. Jesús Purroy

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Todo lo que hay que saber para saberlo todo - Jesús Purroy


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estructuras complicadas y hacen un montón de cosas extraordinarias. Pero este truco de descubrir cómo están hechas las cosas, acumular el conocimiento y transmitirlo a otros congéneres es una característica de los humanos. No la única, quizás, pero una de las pocas.

      Como es un tema central del libro puedo permitirme repetirlo: el mundo existe independientemente de nosotros, pero el conocimiento es producto de los humanos. Es fruto de la observación y del debate y, como a menudo hay que ponerse de acuerdo para cerrar los debates, también es fruto del consenso. Lo hacen personas, entre quienes hay relaciones de poder, como en cualquier otro lugar donde haya más de dos o tres personas. Hay una cierta organización, sin centro ni jerarquías evidentes. Los participantes funcionan de manera aproximadamente asamblearia. Aún así, hay un escalafón informal, con peces gordos prestigiosos y hormigas laboriosas.

      Hasta aquí puedes decir que hay otras organizaciones que funcionan de manera parecida a la ciencia. Por ejemplo, los humanos que aseguran haber tenido contacto con extraterrestres. Tienen publicaciones, congresos, testimonios y comparten un mundo que, para el resto de nosotros, sólo existe en su imaginación. A ellos les parece bastante real. Los raelianos, que saltaron a la fama como defensores de la clonación humana, incluso tienen una religión. Su argumento (que la clonación fue el método que usaron los extraterrestres para traer la vida al planeta) es perfectamente creíble si aceptas sus razonamientos. ¿Podría ser que la ciencia sólo fuese una variante sofisticada de los raelianos, con máquinas más caras y pretensiones más amplias?

      Esta pregunta es más importante de lo que parece, y cada día te esfuerzas para darle una respuesta. Un día cualquiera te llegan montones de información. Una parte de las cosas que escuchas y lees cada día tiene una base científica y el resto no. La habilidad para distinguir entre unas y otras hace que analices estos datos con la razón o con la emoción, y sabes muy bien que estos análisis son muy diferentes.

      LA IMPORTANCIA DE MARCAR LÍMITES

      ¿Dónde empieza y dónde acaba la ciencia? Las explicaciones científicas limitan, por un lado, con las explicaciones míticas o religiosas. Es fácil notar cuándo aparece un dios en la discusión: en este momento has salido del terreno de la ciencia y has ido a parar al de la religión. Los otros límites de la ciencia son mucho más difusos. Muchas de las cosas que haces cada día podrían ser consideradas científicas: desde el mecánico que hace hipótesis sobre lo que le pasa a tu coche hasta la teoría de que tu compañero de piso se come los yogures que dejas en la nevera compartida. El sentido común es una especie de «ciencia popular» que funciona en la mayoría de las situaciones cotidianas.

      Pero cuando quieres explicar fenómenos más complejos aparecen los problemas. Supongamos que quieres explicar la electricidad diciendo que es el flujo de una sustancia invisible llamada electrón. O afirmas que hay una fuerza que empuja a los objetos hacia el suelo. O que hay unos puntos en el cuerpo humano por donde fluye la energía cósmica, y que la interrupción de este flujo causa enfermedades.

      ¿Dónde pones el límite de la ciencia? Si me preguntas a mí, te diré que las dos primeras afirmaciones del párrafo anterior habitan en un terreno claramente científico, y las observaciones siguientes están al otro lado de la valla. En algún momento hemos cruzado una línea invisible que marca unos límites de lo que es aceptable como conocimiento científico. Por lo menos, este es el consenso actual: los electrones y la gravedad no son visibles, pero existen, mientras que los meridianos de energía cósmica, que tampoco son visibles, no existen.

      El conocimiento científico está lleno de palabras que se refieren a cosas que no se ven o que son difíciles de definir. Entre otras: el electrón, el gen, el magnetismo, el enlace covalente o el ciclo de Krebs. ¿Por qué aceptamos que existen las feromonas, pero no aceptamos que existen las auras? Nadie ha visto nunca directamente ni las unas ni las otras. Tiene que haber alguna manera de certificar que algo que no se ve a simple vista existe.

      El intento de marcar dónde están los límites de la ciencia ha dado trabajo a cerebros mucho más privilegiados que el mío, y no soy lo suficientemente insensato como para intentar aclarar este tema. La dificultad principal al dibujar una línea que separe la ciencia de otros sistemas de creencias vecinos es que todas las definiciones posibles de la palabra ciencia dejan fuera a prácticas que querríamos aceptar como científicas, o incluyen a prácticas que, en general, no consideramos científicas.

      A lo largo del libro veremos unos cuantos ejemplos de cómo se trabaja a un lado y a otro de la frontera. Es la manera más clara que conozco de transmitir la diferencia entre la ciencia y lo que normalmente llamamos pseudociencia. Una guía de bolsillo para identificar qué afirmaciones son pseudocientíficas puede incluir uno o más de los puntos siguientes:

      1. No tienen pruebas experimentales que las demuestren. Por ejemplo: en un pueblo de la India hay una familia que, desde hace más de ciento cincuenta años, prepara una vez al año unos pequeños peces rellenos de una mezcla secreta de hierbas. Se dice que las personas que se tragan los peces enteros y crudos tres años seguidos se curan del asma. Esta familia siempre ha rechazado participar en un ensayo clínico para demostrar si el tratamiento funciona, pero un médico que siguió la evolución de mil pacientes durante seis meses llegó a la conclusión de que no. La respuesta de la familia: «el hecho de que miles de pacientes vengan de lugares lejanos cada año para tomar esta medicina demuestra que funciona». A este tipo de argumento no se le puede llamar prueba ni con mucha flexibilidad del lenguaje.

      2. Están blindadas para ser irrefutables. Por ejemplo, el psicoanálisis. Un psicoanalista siempre tiene una explicación para cualquier cosa que le expongas, y no hay manera de contradecir sus explicaciones. Los sueños, las represiones, todo cuadra en su sistema. Si le dices que no crees en las capacidades terapéuticas del psicoanálisis te dirá que es un problema de tu psique, y que se puede curar con terapia. Es imposible ganar.

      3. Usan el lenguaje de manera poco clara. Palabras como energía y fuerza tienen unas definiciones muy precisas cuando los usan los científicos. Por ejemplo, la primera ley de la termodinámica dice que en un sistema cerrado la energía se conserva. Cualquier físico a quien se lo preguntes te dirá que un motor de coche es un sistema cerrado: si no pones gasolina, dejará de funcionar. Nuestro planeta no es un sistema cerrado, porque el sol va añadiendo energía en forma de calor. Las plantas captan la luz y el agua capta el calor, y los convierten en otras formas de energía que mantienen la vida en el planeta. La palabra energía tiene un uso claro y compartido entre todas las personas que hablan de motores, lluvias o fotosíntesis.

      Por otro lado, los practicantes de pseudociencia usan estas palabras (y otras del mundo de la ciencia) de manera mucho más ambigua. En el capítulo sobre la comunicación pongo algún ejemplo de abuso del lenguaje con el fin de vender humo.

      4. Tienden a acumular, en lugar de descartar. Hay un trabajo agrícola llamado aclarar, que consiste en hacer caer de los árboles una cantidad de flores o frutos. Eso permite a los que quedan hacerse más grandes, porque no tienen que compartir los nutrientes con otros frutos de la misma rama. Los científicos se pasan el día aclarando ideas, para quitar estorbos de en medio. La pseudociencia no descarta nunca nada.

      Existe un género literario dedicado a desmontar las afirmaciones de la pseudociencia. Cada año salen unos cuantos libros sobre este tema en el mercado anglosajón, normalmente escritos por científicos que han agotado la paciencia. No es necesario decir que la eficacia de estos libros es nula, porque las personas que más se beneficia-rían de ellos no los suelen leer.

      Si te parece que la ciencia es un aspecto importante de la sociedad moderna, la pseudociencia aún lo es más. Ocupa mucho más espacio en los medios de comunicación, mueve más dinero que la ciencia y, en algunas de sus manifestaciones, tiene mucha más aceptación popular. Y eso que, a menudo, es muy fácil distinguir entre una y otra. Un mago como el Maravilloso Randi (www.randi.org) puede desenmascarar los trucos de otros magos, como la percepción extrasensorial, las máquinas de movimiento perpetuo y otros clásicos de la pseudociencia. Pero no hace falta ser ningún mago para sospechar que te están pasando un duro sevillano. Sólo hace falta tener un poco de sentido crítico y un par de ideas claras.

      LA


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