Conocimiento y lenguaje. AAVV

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producir un enunciado» (1970: 83). Lo interesante de la postura de Benveniste es su consideración de la enunciación como «aparato formal» subyacente al discurso. Según esta perspectiva, el hablante se apropia de la lengua en cada actividad verbal y marca su posición subjetiva de emisor mediante recursos lingüísticos como las marcas de primera y segunda persona (la relación yo-tú), la ostensión demostrativa, la temporalidad verbal, y las funciones sintácticas básicas de interrogación, imperativo o aserción. Lo más importante en este enfoque de la enunciación es siempre la emergencia del sujeto emisor por referencia a un interlocutor, es decir, su naturaleza necesariamente dialógica. Kristeva (1966, 1973) desarrollará la dimensión semiótica general de estas marcas de la subjetividad enunciativa, tomando como punto de partida las nociones de Benveniste y la intertextualidad de Bakhtin.

      por otro lado, el concepto de fuerza ilocucional centrada en la intencionalidad del hablante según fue descrita por John Austin (con la identificación de acciones simultáneas al acto de hablar) y Searle (con la tipología de esas acciones simultáneas.

      3.5.1 La relación entre categorías pragmáticas y psicológicas

      Bruner (1993: 135) reivindica una investigación cognitiva que atienda a

      cómo la percepción, guiada por la atención, nos permite acumular información que puede ser contrastada con la memoria, de tal manera que podamos pensar en cómo transformar las cosas a un nivel mucho más alto de lo que hubiéramos imaginado.

      Este amplio objetivo supone la interacción de los procesos mentales de orden superior en los que, como es fácil ver, la mente trabaja con significados contextualizados. M. Casas, que subraya la ascendencia «semantista» de la pragmática (2002: 142), ha dedicado Los niveles del significar a la delimitación de los aspectos estrictamente lingüísticos del significado, diferenciando entre cuatro posibles usos: designación, significado, referencia y sentido, los dos primeros en el ámbito de la lengua y los dos últimos en el ámbito del habla. Al plantearnos en este apartado las relaciones entre categorías pragmáticas y categorías psicológicas, centramos nuestro interés en los procesos mentales subyacentes a las categorías pragmáticas mediante las cuales el hablante dota de sentido a sus enunciados.

      Una muestra de cómo la lingüística perceptiva aborda este tipo de relaciones lo constituye la propuesta de Jorques (1998), que establece un correlato epistemológico entre las categorías pragmáticas de focalización y presuposición, y las categorías cognitivas de atención y memoria, para las que propone una dependencia metalingüística de naturaleza inclusiva. También Bruner (1993: 134) vincula conceptos como la efectividad de una historia («noticiabilidad» es un término que aparece en traducciones de autores etnometodólogos) con la máxima griceana de pertinencia y con los procesos de atención.

      Categorías pragmáticas como la presuposición y la máxima de pertinencia explican, por ejemplo, el anclaje psicológico de expresiones que a veces puede pronunciar un sujeto sin que aparentemente el contexto las justifique. No en vano la retórica clásica aconsejaba que el primer discurso en un pleito sea siempre el de la acusación, pues la defensa incorpora siempre, como presuposición, la verosimilitud del ataque, es decir, la simple posibilidad de darle crédito (y de ahí expresiones como «calumnia, que algo queda» o «la mejor defensa es un buen ataque»). Pensemos, por ejemplo, en lo que ocurre cuando una persona se empeña en repetir cierto enunciado en sus conversaciones de grupo. Imaginemos una situación en que alguien es acusado de haber mentido a un grupo de amigos; por ejemplo, a Luis se le ha encargado que busque entradas para un concierto y cuando dice a los demás que ya están agotadas, otro miembro del grupo le acusa de mentir y no haber hecho la gestión. Obviamente, está en juego la imagen social de los dos implicados ante el resto del grupo. En el momento de la acusación, y con independencia de que ésta sea verdad o mentira, Luis puede:

      – defenderse y dar explicaciones de las gestiones que haya hecho;

      – pedir al atacante datos que justifiquen la acusación («demuéstralo»);

      – devolver el ataque en otro nivel (por ejemplo con una falacia de tu quoque: «pues tú no buscaste entradas para el partido del año pasado»).

      Pero si en los siguientes encuentros del grupo, ignorando la máxima de la pertinencia, Luis vuelve reiteradamente sobre el tema insistiendo en que él no mintió, cada vez que lo haga estará colocando la acusación en el ámbito presuposicional de los interlocutores, con lo que hace flaco favor a su causa. La presuposición siempre tiende puentes con aquello que se silencia, por lo que al defendernos de algo de lo que no hemos sido acusados logramos el efecto discursivo de dar verosimilitud a la acusación. En términos pragmáticos diremos que la negación presupone la afirmación correspondiente (con lo que, ya puestos a defenderse, Luis lo haría mejor con un «he dicho la verdad» que con un «yo NO os he mentido»).

      En la misma línea de cruce teórico entre la pragmática y la psicología cognitiva encontramos también otras propuestas de análisis discursivo, cuyo rasgo más destacado es la necesidad de incorporar el dinamismo conversacional y la recepción al hecho comunicativo; en este sentido, es clarificador, por ejemplo, el análisis de Vázquez Veiga (2003) sobre las huellas que el receptor imprime a la toma de turno, con su identificación de «marcadores de recepción» como categorías fundamentales. López Alonso (2004), por su parte, explica el hecho de que la conversación electrónica sea tan propicia para el uso de la categoría pragmática sobreentendido, mediante la interacción entre el principio de economía y el de contracción; según la autora, en estos textos electrónicos se reduce al máximo el contenido proposicional, de tal manera que se radicaliza el principio de pertinencia informativa y se explota excesivamente la utilización de significados inferenciales; este abuso provoca que, con frecuencia, el emisor proponga como implicatura o presuposición (inferencias que se basan en las máximas conversacionales o en los activadores presuposicionales) lo que en realidad el oyente sólo puede inferir como sobreentendido, una inferencia que sólo se explica por la relación y la historia conversacional que mantienen los interlocutores (Gallardo, 1996a).

      3.5.2 La comprensión del discurso: los esquemas cognitivos

      La teoría de los esquemas fue desarrollada en los años 70 por investigadores de la Inteligencia Artificial (M. Minsky; R. C. Schank y R. P. Abelson), preocupados por proporcionar a los programas informáticos herramientas de comprensión textual. Efectivamente, los primeros programas de traducción automática se encontraban con pasajes textuales cuya traducción exigía más información que la estrictamente proporcionada por el lexicón; estos paquetes de información que son necesarios para la comprensión global del discurso fueron designados con el término «esquemas» (frames).

      La utilización del concepto de esquema cognitivo en la lingüística resulta especialmente operativa en la pragmática textual. Por ejemplo, Van Dijk (1978) introduce en su descripción de la conversación el concepto de «marco lingüístico» como un tipo de «marco social»:

      Un marco social, que también es un marco cognoscitivo porque es conocido por los miembros de la sociedad, es una estructura esquemática ordenada de acciones sociales que operan como un todo unificado. La característica más importante de cada marco es el tipo de contexto en que puede ocurrir (Van Dijk, 1989: 108).

      En el ámbito textual, los esquemas se asocian al concepto de superestructura, desarrollado también por Van Dijk:

      Una superestructura puede caracterizarse intuitivamente como la «forma global» de un discurso, que define la ordenación global del discurso y las relaciones (jerárquicas) de sus respectivos fragmentos. Tal superestructura, en muchos aspectos parecida a la «forma» sintáctica de una oración, se describe en términos de «categorías» y de «reglas de formación». Entre las categorías del cuento figuran, por ejemplo: la introducción, la evaluación y la moraleja (Van Dijk, 1989: 53).

      La validación cognitiva de las superestructuras textuales básicas (argumentación y narración) nos lleva de nuevo al correlato entre pensamiento y lenguaje, con el que empezábamos estas páginas. Y es nuevamente Bruner (1986) quien vuelve a proporcionarnos un ejemplo interesantísimo de la interacción entre ambos marcos epistemológicos al identificar dos modos básicos de organización cognitiva


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