Postmodernismo y metaficción historiográfica. (2ª ed.). Santiago Juan Navarro

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Postmodernismo y metaficción historiográfica. (2ª ed.) - Santiago Juan Navarro


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es el tercero de estos estratos (los objetos presentados). Para Ingarden los textos de ficción no solo conllevan información a través de cadenas significativas, sino que también proyectan objetos y mundos. Objetos puramente intencionales son proyectados tanto por las palabras como por unidades superiores de sentido (cláusulas, oraciones, etc.). Estos objetos representados constituyen una “esfera óntica” en sí misma, un mundo que es siempre parcialmente indeterminado. La indeterminación, como ya hemos visto en Hassan, constituye un rasgo que, aunque presente en la estructura óntica de toda obra literaria, se acentúa en los textos postmodernistas. Estos espacios de indeterminación pueden ser permanentes o temporales (hasta que son resueltos por el lector en el acto de concretización del objeto estético). Cuando la ambigüedad se mantiene de modo consistente, se produce una oscilación ontológica, un efecto oscilante de iridiscencia u opalescencia. Dos mundos (el del lector y el de la obra) parecen luchar por la supremacía sin que ninguno de ellos sea capaz de alcanzarla.

      En su ensayo más extenso (1989) McHale describe el repertorio de estrategias que usa la ficción postmodernista para subrayar la ontología del texto y la del mundo. Para ello adapta de Hrushovski su modelo tridimensional de objetos semióticos. Estas tres dimensiones son: el mundo reconstruido, el continuum textual, y la dimensión de hablantes, voces y posiciones. En relación con la primera, McHale se muestra interesado en la construcción y deconstrucción de espacios fictivos llevada a cabo en los textos postmodernistas. A diferencia de las novelas realistas y modernistas, organizadas a través de la perspectiva de un personaje o de un narrador distanciado, el espacio “heterotópico” que caracteriza al postmodernismo es simultáneamente construido y deconstruido mediante una serie de estrategias que McHale denomina “juxtaposition, interpolation, superimposition, y misatribution” (45). El énfasis de su análisis reside en el modo en que los textos postmodernistas establecen e inmediatamente transgreden, las fronteras ontológicas entre mundos fictivos.

      La segunda dimensión en el análisis de Hrushovski (el continuum textual) adopta en el postmodernismo literario formas abiertamente metafictivas. Las ficciones postmodernistas según McHale son fundamentalmente ficciones sobre el orden de las cosas, discursos que reflexionan sobre mundos discursivos (164). A la intensificación del carácter autoconsciente de la novela postmodernista se suma su valor polifónico y carnavalesco. McHale adopta de Bajtín estos dos conceptos para establecer una distinción más entre la ficción postmodernista y los modos narrativos precedentes. Si bien podemos hablar de “heteroglosia” (pluralidad del discurso manifestada mediante la yuxtaposición de lenguajes, estilos y registros diversos) en autores modernistas como T. S. Eliot o Dos Passos, tal heteroglosia es mantenida bajo riguroso control mediante una perspectiva monológica unificadora (161). Los textos modernistas integran la multiplicidad de mundos discursivos dentro de un único plano ontológico, como resultado de la proyección de un mundo unificado (161). Las obras postmodernistas, en cambio, alcanzan la polifonía discursiva mediante diversos recursos. En Naked Lunch, por ejemplo, la contraposición dialógica entre el antilenguaje de la subcultura criminal y los lenguajes de la cultura dominante se traduce en una polifonía de voces implicadas en una relación dialéctica. El postmodernismo, según McHale, recupera asimismo todos aquellos géneros populares asociados a la tradición carnavalesca y, muy especialmente, la sátira menipea y la picaresca.

      McHale reformula la tercera dimensión de Hrushovski (la correspondiente a los hablantes, voces y posiciones) como la dimensión de la “construcción”. En este apartado McHale discute la indeterminación característica del nivel de los “objetos presentados”. A diferencia de los objetos reales, que se manifiestan como universal e inequívocamente determinados (Ingarden 1973: 246), los “objetos presentados” muestran espacios de indeterminación que tienden a cubrirse provisionalmente mediante los mecanismos cognitivos de la lectura. En su mayor parte las estrategias recurrentes en la ficción postmodernista (estructuras de cajas chinas, efecto de trompe-l’oeil o regresiones infinitas) subrayan la puesta en primer plano y ulterior subversión de los marcos estructurales de la obra literaria. Al perspectivismo modernista, la ficción postmodernista opone, pues, un perspectivismo ontológico, basado en las “iridiscencias” u “opalescencias” de las que habla Ingarden. Este efecto “fluctuante” interviene entre el lenguaje y estilo del texto y la reconstrucción que el lector lleva a cabo de ese mundo textual.

      Finalmente, McHale analiza la manera en que las formas postmodernistas explotan en su propio beneficio los “fundamentos” ontológicos que, según Ingarden, garantizan la existencia autónoma de la obra de arte literaria. Ingarden señala como la estructura ontológica de la obra literaria descansa, en última instancia, en el libro material y su tipografía. A diferencia del realismo que niega su realidad tecnológica (181), los textos del postmodernismo no ocultan esta materialidad, sino que la exponen abiertamente. El uso de títulos y encabezamientos, la prosa concreta, la inclusión de fotografías e ilustraciones, textos en múltiples columnas, y las numeraciones no siempre cronológicas de los capítulos o divisiones del libro dan lugar a lo que McHale califica como “texto esquizoide”, donde los discursos visual y verbal se entrecruzan en actitudes polimorfas. Frente al espejismo de la determinación que propone el realismo, la ficción postmodernista presenta “modelos para armar” que despliegan ante el lector los intersticios de su materialidad.

      A pesar del indudable valor y originalidad de los comentarios textuales de McHale, su concepto del postmodernismo como ontológicamente dominante no resulta del todo convincente. De hecho, muchos de los ejemplos que aduce para apoyar esta tesis pueden usarse en sentido opuesto. Autores como Carlos Fuentes, Ishmael Reed, Julio Cortázar y E. L. Doctorow, a los que McHale atribuye preocupaciones predominantemente ontológicas, muestran en sus respectivas carreras un creciente interés por cuestiones de orden epistemológico. Si bien es cierto que Terra Nostra de Carlos Fuentes y Mumbo Jumbo de Ishmael Reed problematizan la frontera entre ficción e historia, como afirma McHale, no es menos cierto que esas mismas obras también examinan problemas epistemológicos sobre el origen y transmisión del conocimiento. De forma similar, Libro de Manuel de Julio Cortázar es una novela mucho más preocupada por cuestiones políticas y epistemológicas que cualquiera de sus obras precedentes. Lo mismo podríamos decir en relación con The Book of Daniel o Ragtime de E. L. Doctorow. En todas estas novelas, la constante combinación de autorreferencialidad narrativa y reflexión metahistórica apunta más bien a una correlación entre estas dos áreas del pensamiento humano, sin que ninguna de ellas alcance un valor preferente. El análisis de McHale es, sin embargo, ejemplar en lo que se refiere al estudio del nivel ontológico (uno entre otros muchos) de la narrativa histórica postmodernista. Su descripción de las estrategias del revisionismo postmodernista ilumina asimismo la forma en que la metaficción historiográfica busca revisar el contenido del registro histórico y las convenciones propias de la novela histórica (1987: 9).

      Linda Hutcheon: de la narrativa narcisista a la metaficción historiográfica

      Linda Hutcheon ha analizado con gran profundidad la relación entre las nuevas tendencias de la narrativa metafictiva y el fenómeno global del postmodernismo. La relación entre ambos elementos no es, sin embargo, del todo consistente. En el prefacio a la segunda edición de Narcissistic Narrative (1980), Hutcheon opta por considerar la metaficción como una manifestación del postmodernismo, de ahí su uso del término “postmodernist metafiction”.6 Al mismo tiempo, acerca su análisis al estudio de las formas arquitectónicas que lo originaron. Siguiendo las pautas establecidas en arquitectura por Charles A. Jencks y Paolo Portoghesi, Hutcheon ve en la arquitectura un “doble código” similar al de la ficción postmodernista: ambas responden a códigos modernos, pero también a otros de carácter popular y local; el interés del arquitecto postmoderno se centra en la memoria histórica, el contexto urbano, la participación, el ámbito público, el pluralismo y el eclecticismo.

      De forma similar, la ficción postmodernista intenta crear un espacio democrático en el que sea posible la participación del lector, el cual asume una identidad compuesta con el escritor y el crítico. La metaficción postmodernista es altamente experimental, de ahí que tienda a jugar con las posibilidades del significado y de la forma. El uso de narradores autoconscientes y de técnicas de desfamiliarización ha posibilitado, igualmente, una mayor conciencia ideológica en la literatura


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