El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad Salvador

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El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840) - Antonio Caridad Salvador


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un gobierno que hasta entonces había sido bastante moderado. Además, la muerte de religiosos por parte de exaltados hacía temer a muchos absolutistas que ellos pudieran sufrir la misma suerte si permanecían en sus lugares de residencia. De hecho, de los 29 habitantes de Vinaròs que se unieron a las fuerzas carlistas en 1834, 15 lo hicieron en agosto, poco después de que tuviera lugar la quema de los conventos de Madrid.152 Por otra parte, hay que señalar que las pensiones prometidas por el gobierno a los monjes exclaustrados no llegaban o eran totalmente insuficientes para la subsistencia, lo que empujó a algunos de ellos a unirse a las partidas carlistas, que les prometían restaurar la situación anterior.153

      Otra versión es la predominante en la prensa liberal, que establece una causa diferente de este alistamiento voluntario. Según estas fuentes, dos tercios de los rebeldes se habían unido a sus filas con la esperanza del pillaje.154 Es decir, que muchos individuos preferirían irse con los carlistas, que les permitían el robo y la licencia, antes que combatir en las fuerzas isabelinas.155 Esto tiene probablemente una parte de verdad, pues hay muy pocas noticias sobre bandolerismo durante la guerra, seguramente porque los antiguos salteadores preferían seguir actuando respaldados por todo un ejército. Como ejemplo podemos citar a Juan González, natural de Orihuela, que estaba encausado de asesinato y que huyó a las filas de la facción, sin que nunca más se le volviera a ver por su ciudad natal.156 O el caso de unos “facinerosos” alistados en la partida de Carnicer y que, al desmembrarse ésta, acudieron a la cartuja de Segorbe (probablemente se refieren a la de Altura), donde asesinaron a varios individuos con los que tenían cierta enemistad.157

      A favor de la identificación carlista-bandolero está el hecho de que los antiguos salteadores, en caso de haber ganado la guerra, se hubieran convertido en héroes, habrían obtenido el perdón de sus delitos y hubieran podido conseguir un buen destino en el ejército o en la administración. Por ello sí que es razonable pensar que en los grupos pequeños, que operaban por su cuenta, hubiera una alta proporción de simples bandidos, sin ningún tipo de ideología. De hecho, sabemos que Cabrera tuvo que ganarse la obediencia de las partidas sueltas, que, según Pirala, “más que verdaderos carlistas lo eran de bandoleros”.158 Pero de ahí a decir que la mayoría de los rebeldes eran personas que se alistaban para poder robar mejor, hay un abismo. Como prueba de esto tenemos el hecho de que las zonas con mayor importancia del bandolerismo no coinciden con las comarcas en las que el absolutismo armado tuvo más fuerza. Por el contrario, el número de ejecuciones de bandidos en las décadas anteriores a la guerra es muy alto en la provincia de Alicante (donde el carlismo tuvo poca importancia) y muy bajo en la de Castellón (donde las partidas rebeldes eran muy numerosas).159 Algo parecido sucede en el resto de España, ya que las zonas con mayores índices de delincuencia eran Andalucía y Extremadura, donde el carlismo fue muy débil. Por otra parte, el País Vasco, que fue un importantísimo foco tradicionalista, destaca durante todo el siglo XIX por su bajo nivel de comisión de delitos.160 Además, en los documentos oficiales en los que se indica el origen social de los carlistas, el porcentaje de delincuentes no llega al 10 %.161

      Por todo ello, hay que descartar el deseo de delinquir como una de las principales causas de apoyo al carlismo. Las razones reales eran que en algunas zonas de Teruel y de Castellón había muchos motivos de descontento contra el gobierno y sus partidarios, por lo que la población civil de muchas localidades estaba claramente a favor de los carlistas. Como nos indica la prensa, el Maestrazgo, salvo algunas excepciones, se hallaba comprometido con la causa del pretendiente y los pueblos cometían atrocidades con los prisioneros liberales sin que hubieran recibido órdenes de Cabrera o de otro jefe.162 Según estas mismas fuentes, los habitantes del Alto Maestrazgo eran “infames y facciosos” y cuando salía del pueblo una columna cristina, enseguida ponían las campanas a repicar.163 También en el este de la provincia de Teruel debió haber un importante apoyo a la rebelión, como sabemos por la cifra de fugados a la facción, que ascendió a 392 en 1835. Y eso contando sólo a 13 poblaciones, entre las que no se encontraba Alcañiz, que era la más grande de esas comarcas.164

      Sin embargo, uno puede preguntarse cómo era posible que los campesinos se alistaran en unas partidas que saqueaban los pueblos y destruían su riqueza. En primer lugar porque los excesos de los carlistas pocas veces afectaban a las poblaciones afines, realizándose habitualmente fuera de su territorio habitual.165 Por el contrario, eran los liberales los que saqueaban y cometían abusos con más frecuencia en las poblaciones del Maestrazgo y Bajo Aragón, lo que llevaba a muchos de sus habitantes, movidos por la miseria y el odio, a unirse a las partidas rebeldes.166 De hecho, en febrero de 1837 el ayuntamiento de Vilafamés comunicó a la diputación que abandonarían el pueblo y se irían a sus casas de campo si volvía a presentarse allí la brigada de Borso, temiendo que se produjera un nuevo saqueo.167 Dos años después, el coronel Ortiz, jefe de la brigada de la Ribera, se dedicaba a dar palizas en las localidades que simpatizaban con los carlistas, llegando incluso a azotar a alcaldes sobre un tambor.168 Varios meses más tarde, en octubre de 1839, se condenó al capitán Falcón a cuatro años de presidio, por graves excesos en acto de servicio.169 También sabemos que Cabrera ejecutó a los miembros de una partida franca liberal, que se dedicaba exclusivamente al pillaje, sin haberse enfrentado nunca a las fuerzas rebeldes.170

      Pero había más formas de conseguir nuevos soldados, como es el caso de los militares liberales que se pasaban al enemigo y cuyo número era considerable. De hecho, de los 143 carlistas de Villar del Arzobispo, 20 (el 13, 9 %) eran desertores del ejército liberal.171 Y de los 1.078 combatientes rebeldes capturados en 1840 en Castellote, Segura, Pitarque y Ares del Maestre, 116 (el 10, 7 %) habían pertenecido antes a las fuerzas isabelinas.172 Casi todos ellos procedían de provincias alejadas del teatro de operaciones, ya que la mayor parte de los soldados liberales eran traídos de lejos, para dificultar así la deserción. Por ello sólo el 3, 9 % de los carlistas turolenses y el 4, 1 % de los castellonenses procedían del ejército de la reina, cifra que se elevaba al 14, 5 % en el caso de los valencianos y al 19, 1 % en el de los alicantinos.173

      Ya en 1834 Carnicer engrosó sus filas con los prisioneros del fuerte de Mas de Barberans.174 Al año siguiente, también Cabrera aumentó sus fuerzas con algunos soldados que se le pasaron,175 al tiempo que publicaba bandos destinados a los combatientes enemigos, para que se le unieran.176 Por otra parte, de los 900 prisioneros liberales hechos por Quílez en Bañón, casi todos aceptaron unirse a las huestes de don Carlos, recuperando así sus armas.177 Y la partida del Trueno, que en abril de 1839 bloqueaba Alcañiz, se componía toda ella de pasados del provincial de Burgos.178 Para estimular la deserción enemiga, los rebeldes llegaron a pagar 2 pesetas a cada liberal que se les uniera, formando así una compañía de más de 60 miembros.179

      Normalmente los pasados eran soldados recién capturados, a los que se daba a elegir entre cambiar de bando o convertirse en prisioneros de guerra, con todas las penalidades que ello suponía. Por eso muchos de ellos no eran realmente voluntarios, sino jóvenes forzados a elegir el menor de dos males y que desertaban a la primera oportunidad.180 De esta manera, el 4 de julio de 1837 se entregaron en Peñíscola un sargento y ocho soldados carlistas, procedentes de la legión argelina (enviada por Francia), que habían sido capturados en Navarra y que ahora marchaban con la Expedición Real. Cuando se presentaron afirmaron que sus compañeros sólo esperaban una ocasión propicia para hacer lo mismo.181 Al año siguiente se pasaron a los liberales, en Sagunto, seis músicos de las fuerzas de Cabrera que, procedentes del provincial de León, habían sido hechos prisioneros al rendirse Benicarló.182 Por último indicar que en septiembre de 1839 se presentaron a las fuerzas de la reina ocho rebeldes, de los que cuatro habían sido soldados liberales hechos prisioneros por la facción.183

      También había quien desertaba del bando cristino para unirse al carlista, ya fuera por convicción, por dinero o buscando una disciplina menos estricta.184 En 1837, por ejemplo, Cabrera aumentó su fuerza con algunos prisioneros y con muchos presentados.185 Dos años después algunos soldados liberales procedentes de la división que vino de La Mancha desertaron y se unieron a los rebeldes, lo cual no es de extrañar si tenemos


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