El último suspiro del planeta. Juan Antonio Almanado
Читать онлайн книгу.al propósito de enamorarte con sus palabras, conjugando los versos de manera directa y sin ambages.
Agradecimientos
A mi amiga Pilar Porras Lobo, que con su crítica constructiva ha ayudado a este poemario a ver la luz más nítidamente.
A mi hijo Adrián, por su aliento y apoyo, y por darme ánimos para seguir escribiendo.
A mi cuñada Nazaret, por sus sugerencias para el prólogo y la contraportada.
A mi familia, siempre atenta a todo lo que escribo.
A mi nuera Noelia, artífice del diseño de la portada y la contraportada.
A mi pareja, esa mujer que desde las sombras aporta tantos sentimientos a mi corazón plasmados a veces en mi poesía.
Y, en general, a todos los lectores de mi primer libro, porque sin ellos esta segunda obra carecería de sentido.
«El amor es más fuerte que el miedo».
I. MAR QUE MUERES
En las aguas inquietas,
la claridad del mar
va perdiendo su pureza,
hundiéndose en el fondo de mis penas
como luz que se apaga,
mientras ella está serena.
Entre el hastío y la sal
vaga su marchito caminar
por el manto de coral
abocada a naufragar.
Ya las olas no mecen los delfines,
pronto dejarán de danzar esos bailarines,
con los silbidos en los oídos
de los hombres afligidos,
por el cielo roto
reflejando las nubes negras
en las profundas tinieblas de ese mar
desamparado.
Muerto, sin sentir que soplas al viento,
para limpiar sus aguas manchadas
por tu desidia injustificada,
hechas a fuego lento
con los vertidos del gentío
en su inmenso lecho
cada día más frecuente.
Muriendo un poco de él.
Muriendo un poco de mí.
Muriendo un poco de ti.
Llora así desconsolada la hermosa sirena.
Llora queriendo cortar sus venas,
por ver llegar el final
y el de su cohorte celestial.
¿Por qué lloras, sirenita?
Ya no cantas a los rudos marineros
tu suave melodía infinita.
Ya no hundes tu cola a la luz de los luceros.
Lenta, lenta, lenta vas,
atravesando el caudal
de tus desdichas,
perdida en el infierno
de las cloacas.
Tus recuerdos y alabanzas
con tu piel hecha jirones
y las manos doloridas
de tan malas emociones.
¿Dónde estás tú?
Vuelan gaviotas desoladas.
¿Dónde estáis tú
y tus amargos amaneceres?
Hay un naufragio en el mar
grande por naturaleza,
en el largo caminar
de los caprichos del hombre
a quien nadie corresponde.
Tú sigues buscando el azar
y yo sueño contigo, resucitando,
ayudado por tu enemigo.
Verde, verde, verde mar.
Hay un refugio en el océano
donde los hombres lloran sus penas
mientras al mar envenenan.
Su sombra huele a podrido,
negro, negro, negro oscuro,
se está muriendo despacio
entre olas malolientes,
que las lleva la corriente
hacia las playas embarrancadas
por la desgracia de tu olvido.
Nadie busca el camino
para parar este sangrado.
A veces lleva tu nombre
y otras las de los hombres malvados.
Flotando anillas prendidas
en verde musgo enredadas,
oro y plata piel dañada,
carne frágil por las latas
mareadas entre algas mal paradas,
y enfermos huéspedes
que desprenden ese olor
de aroma a muerte,
con el rumbo perdido
abandonados a su suerte.
II. TRISTE DESPEDIDA
Tu calma es mi paz.
Tus ramas, melodía,
mecidas al viento,
violonchelo que suena al pasar
los rayos de sol
perdidos en tu indescriptible silencio.
Las gotas de lluvia,
perlas engalanadas,
salpican con su tintineo
aquellos remolinos de hojas enmarañadas
en lo más profundo del alma,
al son monótono de su balada.
El agua turbia
apaga los recuerdos del ayer,
espejo donde me alejo
del fuego marchito,
abocado a ese final maldito
del querer bendito,
y como aire frío
de tus entrañas
exaltan la paz de mi calma.
La noche oscura ofrece
tus ojos verdes
al brillo de los luceros,
dejando un reguero de lágrimas
porque Venus despertó
sin un te quiero.
La luz entre las sombras
refleja la soledad del atardecer
y un aroma a tierra mojada
despierta a la pálida luna,
iluminando el cielo
con su triste cara
de